martes, 19 de marzo de 2013

Un edificio gris - Antonio

“Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas, vestigio de una época antigua. Un monumento a la memoria en medio de una ciudad de gigantescos rascacielos de cien o más plantas. Después de 200 años en pie, se le multiplican las enfermedades propias de los pobres materiales de su tiempo y de los defectos de diseño. A los daños externos e internos de su construcción y uso, hemos de añadir los daños estructurales debidos al desgaste del armazón interno y los sufridos por los movimientos de terreno  a medida que la ciudad fue creciendo y los edificios adyacentes hundieron su cimientos a un triple de profundidad que la presentada por nuestro edificio, conocido como “Edificio del Origen”. Han pasado cincuenta años desde la primera voz de alarma en torno a la situación del edificio y el inicio del debate social a propósito de la pertinencia de su conservación. Desde entonces, las intervenciones realizadas han estado dirigidas a solucionar provisionalmente los problemas más graves. Hace cinco años, tras la decisión del Tribunal de la Memoria de conservarlo y dedicarlo al Museo del Origen, nuestro estudio de tecnoarquitectura se hizo cargo del proyecto…” Martín sigue leyendo el guión de la presentación de manera automática, sentado en su despacho de 100 metros cuadrados en la planta centésimo septuagésima del edificio Nestlè, frente a una cámara que transmite su charla por video conferencia a millones de personas. Solo en la gran sala desde la que divisa una ciudad preñada de rascacielos de más de cien plantas, de aleaciones metálicas y cristales ahumados, continúa enumerando los datos técnicos, las connotaciones históricas y sociales, buscando un equilibrio entre la excelencia tecnológica de la restauración del edificio y la importancia histórica del hecho para una sociedad necesitada de bases firmes. “La parte más importante de nuestros edificios es la que no se ve, las fundaciones, la estructura (las raíces, piensa él, pero no se atreve a pronunciar esa palabra). La parte más importante de lo que somos y de cómo hemos llegado a ello estará dentro del Edificio del Origen…” Ha tardado más de un mes en dar forma a su discurso, ha escrito, corregido, añadido, cambiado, rehecho, como doscientas veces este texto, convencido desde el principio que lo importante, en realidad, era haber conseguido contener la historia de la Humanidad en el Edificio del Origen, ahora que ya sólo quedaban cuatro grandes ciudades y que no se podía respirar sin equipos fuera de los edificios. Finalizó su intervención y automáticamente la emisión se cortó. No hubo ni aplausos, ni miradas, ni una mano amiga que tocara su hombro. El hombre solitario se levanta y se dirige a la ventana, dónde atisba un sol ocre barrido por un viento infernal. En su biblioteca personal, ubicada en una cámara hiperbárica que ocupa un tercio de la gran sala, acumula libros que ha ido recopilando y recuperando gracias a su posición social. La mayoría no tienen un gran valor, no son grandes obras de la humanidad, pero hablan de otros tiempos, de paseos por el campo, de cabañas, mares en los que bañarse, conciertos al aire libre…
Martín mira al horizonte permanentemente interrumpido de la ciudad, y se pregunta si ha merecido la pena llegar hasta aquí, si ha merecido la pena esta lucha por la supervivencia para vivir enjaulados. Se pregunta qué sentirá un rostro tocado por el aire.

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