lunes, 18 de marzo de 2013

Mitolo: Antonio

Vivimos rodeados de mitos. Es un mito que la serpiente tentara a Eva con la manzana. Es un mito que la loba alimentara a Rómulo y Remo. También que en el Olimpo hubiese Dioses y semidioses. Es un mito africano que Dios hiciese a la raza humana de barro, o que los aviones de la II Guerra Mundial que pasaban sobre Nueva Zelanda fuesen los Dioses del cargo. Y, sin embargo, vivimos de todos ellos, porque por encima de cualquier apreciación, el mito nos lleva a una de las particularidades humanas más destacables, la necesidad de transmitir información, comunicar, y estructurar nuestra relación social a partir de puntos y acuerdos concretos. El mito, como metáfora y génesis es universal, su peso no está en el metalenguaje, en la sutilidad e interpretación del mensaje.
Siempre me han fascinado los mitos, porque me conducen a la capacidad interminable de ensoñación del ser humano, y porque me llevan al círculo alrededor del fuego contando historias, todas aquellas de las que venimos, y todas aquellas de lo que seremos.
Mi mito favorito es el de Kani Tamor, la diosa Dogon de los peligros naturales, terremotos, incendios, inundaciones. Cuentan que la madre de Kani Tamor, Inteke Sy , quedó embarazada a los trece años del jefe de la aldea, quién no quiso reconocer al bebé. Inteke, repudiada por su familia y por los jefes de la aldea, fue injustamente expulsada del poblado. Durante los meses de su embarazo logró sobrevivir apenas gracias a raíces y plantas, siendo contínuamente acechada por animales y peligros. El día del parto amaneció despejado, y desde las primeras horas de la mañana Inteke Sy, rompió aguas y sufrió dolores terribles, la pequeña niña era ya mujer, fuerte y sola. Así pasó el día y gran parte de la noche. Bien entrada la madrugada y casi al amanecer, Inteke cesó de llorar, gritar y retorcerse, y dejó ir la vida, la suya y la de su hija. Se produjo un silencio mortal durante toda la franja del amanecer. Con el primer rayo de sol, salió el cuerpo de Kani Tamor, aún unido al cuerpo, ya sin vida, de su madre. Kani Tamor no tardó en abrir los ojos y sentir, aún a través del cordón umbilical, todas las desgracias e injusticias que sufrió su madre, al tiemp que sentía el acecho de las bestias de la Sabana, agazapadas no muy lejos del Baoba que cobijaba a las dos mujeres. Súbitamente Kani Tamor estalló en un llanto inconsolable y estruendoso que partió la tierra en trozos, aislando el lugar dónde estaba con su madre como si se tratase de una isla entre barrancos, seguida de unas lágrimas que provocaron la inundación más grande jamás vivida. Los depredadores desaparecieron, los habitantes del poblado murieron todos excepto un joven y una adolescente, aquellos que luego serían los primeros creadores y aquellos que no dejarían pervivir la injusticia.
Kani Tamor sigue viviendo al lado de su madre muerta y de tanto en tanto, en la Sabana se produce un silencio extraño, que abarca todo y a todos, justo antes de que algo malo pase.

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