viernes, 8 de marzo de 2013

Nota de suicidio - Hassan Ahmar

Apareció desnudo delante de la puerta del hospital, con un gran cuchillo de cocina en la mano. Las personas que estaban en el vestíbulo empezaron a retroceder, algunos corrieron y ya había quien gritaba de pánico. El hombre desnudo se movió hasta el centro de la sala y empezó a levantar el cuchillo. Por un instante muchos temieron que les había llegado la hora, pero las cosas siguieron un curso totalmente inesperado. El hobre dirijió el cuchillo a su cuello y se lo rebanó, luego se cortó las muñecas y se arrodilló. El espectáculo era desgarrador, y para realzar la sensación de irrealidad que se apoderó de todo el mundo al arrrodillarse el hombre pudo verse que llevaba un sobre pegado con cinta americana a la espalda.
    El charco de sangre se hacía grande por momentos. Las enfermeras corrieron hacia él y como pudieron trataron de obturar las heridas mientras lo subían a una camilla y se lo llevaban a tropel hacia un quirófano. La gente en el vestíbulo quedó totalmente aturdida, mirando el charco de sangre y el rastro que se perdía por el pasillo.
    El suicida parecía tranquilo y sonreía mientras la vida se iba escurriendo a medida que la sangre saltaba a borbotones de su cuello. De las dos enfermeras que le sujetaban las muñecas con sus propias manos una estaba llorando y la otra actuaba automáticamente. Sólo el celador que empujaba corriendo la camilla parecía consciente de lo inevitable. Esos cortes en el cuello eran irreparables, este pobre desgraciado estaba a punto de morir. Pero lo veía feliz, eso lo tranquilizaba. Él corría porque había que correr, pero sabía que era en balde. Lo que le tenía inquieto era saber qué habría dentro de ese sobre que asomaba bajo el hombro del suicida y que empezaba a empaparse de sangre. Sin pensarlo más soltó una mano de la camilla y tiró del sobre. ¡Lo tenía! En ese instante el hombre feliz que se estaba desangrando hasta la muerte reaccionó con la sensación de desgarrón que notó en la espalda; sacudió el brazo derecho y se liberó del agarre de la enfermera y cojió al celador de la mano que sujetaba la carta. Lo miró fijamente, suplicante. Trató de decirle algo pero sólo sonaron unos gorgojos, la garganta estaba llena de sangre. Los cuatro se quedaron parados unos instantes en medio del pasillo, a cinco metros de la entrada del quirófano. El celador se recuperó del estupor y reaccionó rápidamente. Apoyó su otra mano sobre la del moribundo que le sujetaba y la apartó suavemente mientras le decía: “tranquilo, todo irá bien, tengo el sobre, yo me haré cargo”. El hombre sonrió de nuevo y cerró los ojos. A los pocos segundos se desmayó y poco después murió.

    En el sobre había escrito en letras enormes ocupando toda la superficie “léanlo urgentemente”. Manolo lo habrió con sus manos manchadas de sangre y sacó una carta manuscrita con una caligrafía muy hermosa y cuidada. Sorprendente, pensó.
    “Me llamo Juan Alberto Marquez Salomon. Mi hijo Daniel Marquez está internado en este hospital en la UCI, a punto de morir a la espera de un corazón. Mi corazón es compatible, es para él. Con los demás órganos hagan lo que quieran, sepan que nunca padecí enfermedad alguna. Mi grupo sanguineo es O+. Gracias por su colaboración, disculpen el espectáculo y perdonen las molestias que les he causado. Sepan que he muerto feliz y realizado, que doy vida a mi hijo y que no voy a vivir habiéndole dejado morir. Por lo demás mi mujer y demás familiares y amigos estarán recibiendo aviso del desenlace y una carta de despedida en estos mismos momentos. Sólo tendrán que confirmarles lo que ya sabrán. Ahora, dense prisa!”

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