lunes, 18 de marzo de 2013

Fragmentos: Antonio

 "Era mediodía. En el cristal del salón se oía un ligero y desesperado repiqueteo. Un petirrojo había quedado atrapado en la casa. Engañado por la luz y el verdor, el pájaro intentaba escapar golpeando desesperadamente con su cabeza el ventanal. No es la primera vez que esto pasa y que descubro un pájaro muerto en el salón a fuerza de engañarse con la luz, de golpearse con la falsa realidad del cristal. Algo parecido sucede a veces con los humanos: atraídos por la luz, golpean y golpean la realidad-el cristal-, se estrellan contra ella hasta huir o morir en la empresa. Afortunadamente, llegue a tiempo de cogerlo, de abrir la puerta y arrojarlo al aire, a la luz que deseaba. Voló entre las ramas a una velocidad increible. Pero ¿cuál es la mano que -sin peligro- nos puede conducir a los humanos a la plena libertad de la luz?"

Decenas de veces me había leído mi padre este fragmento de Colinas, a lo largo de mis 7 a mis 29 años. La última, hace apenas dos semanas. Es el único libro que recuerdo haber visto  en sus manos. No creo que haya leído nunca el resto del libro. Yo tampoco lo he hecho. Ni siquiera sé si ninguno de nosotros dos entendía bien el significado último del relato. No sé porque tampoco lo necesito. Ese texto, la historia mínima, la metáfora y su contenido, tenían el valor de haber creado dos complicidades imposibles. Una, la de mi padre con Colinas, a quién conoció de casualidad, cuando en el verano del 91 durante unos días trabajó limpiando el jardín de la casa en la que vivió el escritor. No sé cómo, porque mi padre no lo contó nunca, o no lo quiso contar o no me atreví a preguntarlo, llegaron a compartir una conversación y un rato en el que salió a relucir el tema del relato, mi padre se identificó con el petirrojo, y dijo no creer en manos salvadoras. Colinas le regaló el libro, sin firmar,  y una llamada cada vez que volvía a la isla para que arreglara su jardín. Eso contaba.
Mi padre contaba muchas historias, casi todas mentira, otras simplemente falsas. De todas, ésta es la única que he querido recordar. Las pocas veces que nos hemos visto a lo largo de la vida, me ha repetido incansablemente las mismas historias, las mismas situaciones imposibles en las que él siempre tenía razón, era el héroe. Él, el timador, el cobarde, un maldito. De todas, la historia del petirrojo es la única que me ha parecido digna, la única que ha establecido un puente entre nuestras vidas, las únicas palabras que no eran tapadas por mi desprecio. Una complicidad mínima para mantener unido el lazo caprichoso de la familia, la deuda última de la vida dada.
Hace un rato han llamado de la prisión. Mi padre a muerto. Nadie ha llorado. No creo que él esperase nada. Yo sólo recuerdo la historia del petirrojo, porque hasta la más vil de las vidas merece un momento de belleza, y porque hoy se ha roto el cristal de mi ventana.

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