Un hombre sólo, apoyado en el marco de una
puerta, mira caer la lluvia.
Frente a él, el paisaje apenas se distingue.
El presente se desdibuja en el vacío de referencias.
El agua cae, implacable, mientras su mirada se
llena del recuerdo del amor perdido. Ella no está, en su lugar llegó esta
monótona lluvia.
No hay tristeza. Tan sólo la serena aceptación
de que sólo siente melancolía.
La humedad cala en sus huesos. Se hincha.
Arrecia la lluvia. El estruendo parece
gritarle: Ven, mójate. Siente miedo. Ella no está y por eso da un paso al
frente.
Ahora siente el impacto del chaparrón,
golpeándolo, haciéndole volver al presente.
Levanta la cara y los brazos hacia lo alto.
Sonríe al cielo. Empieza a disolverse. Al final, sólo queda un charco gris en
el cemento.
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