Tarea complicada elegir sólo un libro que me haya dejado huella.
Recordaré
siempre el día que Ihara, mi madre, me regaló una copia de ‘Ojos de perro azul’
de Gabriel García Márquez. Tenía 12 años de edad por aquel entonces y ella fue
quien despertó en mí el interés por la lectura. Llegó a casa con nuevos libros,
dijo que lo había leído, me sugirió que hiciera lo propio, que era algo
diferente y me podría gustar. Me impactó su portada, dos esqueletos humanos en danza,
una mujer y un hombre bailando una pieza folklórica. El título prometía, se
trataba de una serie de cuentos breves llenos de ficción, personajes y
metáforas. Luego la crítica se encargaría de etiquetar ‘realismo mágico’ a este
tipo de literatura fantástica.
Su
lectura se me hacía difícil por momentos, compleja de entender para un chico de
esa edad, pero a la vez apasionante. Sueños, símbolos y objetos, alter egos por
todas partes, trasmigraciones de almas, diversos misterios humanos, la muerte
en vida, un hombre que nunca recuerda lo que sueña. El primer y único libro que
leí hasta el momento a dúo con mi madre. Ella tenía su copia, yo la mía. Leía
un párrafo en voz alta, yo el siguiente. Se producían en mí extrañas
sensaciones, presencias en la habitación interactuaban con la lectura. Sobre la
mesa de la sala, el antiguo florero de la abuela, alguien desordenaba esas
rosas...
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