sábado, 9 de marzo de 2013

Libro de horas - Pau

Rilke. No sabía apenas nada de él cuando entré al corte-inglés de Palma, donde vivía aquel invierno. Su nombre era una vaga resonancia para el chaval que era yo, que ya llevaba años afectado de poetisis.  A dicho infame centro comercial entré acompañado de la que era co-protagonista del romance que vivía entonces. Teniendo entre las manos el hermoso ejemplar intonso de la editorial Lumen de Rilke, y, leídos unos pocos versos, decidimos comprar un ejemplar cada uno y dejárnoslo firmado para la posteridad: 15 de abril de 1989.        
 Este libro lo he hecho mío. Con muy pocas personas he podido compartir su verdadera devoción. Abrazaría y besaría a cualquier recién conocido que me revelara su pasión por "El libro de horas". Yo he rezado estos poemas cientos de veces, los tengo debajo de mi piel; cuando sudo, alguna gota es de Rilke.         
¿Por qué me gusta tanto? Es el tono del libro: leyenda, oración encendida, diálogo directo con Dios, sí Dios, un Dios alejado de las religiones pero presente en todas partes; en la naturaleza, por supuesto, y tamb ién en la desnuda humanidad. Desde el primer momento sabes que te está hablando de lo esencial, de lo que de verdad importa. Es la punta de la almendra. Este es un libro absoluto, exagerado, como solo pueden ser la poesía, la naturaleza y el amor. Este es un vehículo para recorrer interiores, abróchense los cinturones.         
Invoco esta poesía de la que me he prendido fielmente c omo un pólipo. Sacraliza mi destino, limpia de herrumbre mis resortes. Me baña en su tibieza y resplandor antiguos. Me colma. Desde esta tranquila abundancia me enfrento a la desarmonía. Es el alimento de una mística que involucra hasta las más secretas fibras del ser.

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