martes, 19 de marzo de 2013

La pintura - Antonio

- Doctor  Da Sesto. Acaban de llegar las últimas pruebas del laboratorio. Son concluyentes.
El Dr. Lorenzo Da Sesto, levanta sus ojos cansados del microscopio estereoscópico de reflectología infrarroja, pestañea, mira a su asistente y busca el final de las noticias que le trae.
- Usted tenía razón, es cuadro es de Giovanni del Minga. Los pigmentos, la pureza del grano y el aglutinante coinciden con las otras obras del autor renacentista.
El joven Mario Molano, ayudante del investigador y restaurador de obras de arte medievales y renacentistas Lorenzo Da Sesto, le tiende un sobre marrón de tamaño folio, con el sello de los laboratorios Daveritas, la autoridad máxima y supuestamente neutra por la que habían de pasar todos los análisis de las obras de arte, para confirmar o refutar las teorías de los investigadores.
    Da Sesto señala la mesa para que su ayudante deje el sobre. No necesita abrirlo. Él mismo ha hecho miles de análisis a la pintura de la obra: haces de luz de Wood, reflectografía infrarroja, análisis espectroscópica IR.  Meses de dudas, robando horas al sueño,  buscando la afirmación de una intuición. Recuerda su viaje a la costa del Levante Español, mitad huida, mitad curiosidad profesional. El dolor de la pérdida aún en el pecho. La iglesia irrelevante de aquel pueblo pequeño, el tríptico religioso en el retablo del altar obra de maestros pintores valencianos tardo-renacentistas, la pintura del centro que no cuadraba ni con la historia, ni con la temática, los colores, la maestría del trazo y la profundidad de campo.
Entró allí buscando refugio y sentido a una vida que en ese momento seguía siendo una herida abierta casi ulcerosa. Un hombre que siempre había estado rodeado de obras de orden religioso y sagrado, y que siempre había mantenido por delante su postura descreída, científica, apasionada pero objetiva. Creer en Dios es de débiles, pensaba, aunque nunca se hubiese atrevido a confesarlo en voz alta, aunque sólo fuese por no caer en la ofensa o en la responsabilidad de minar los pilares de nadie. Menos aún si consideramos que su mujer era una bióloga, creyente y practicante. Los seres somos un cuadro de contrastes. Pero ahora ella ya no estaba, y él buscaba un sentido a estar aquí de pie cada día.
El unicornio y la doncella saltaron sobre él, y desde ese momento Da Sesto reencontró una excusa válida para seguir de pie y avanzando. Una hora después de descubrir el tríptico ya había contactado con las máximas instancias eclesiásticas españolas y vaticanas, y tan sólo su prestigio internacional y la bisoñez de esos estamentos le permitieron tener carta blanca en la investigación que partía desde el inicio de la tesis que la obra pertenecía a Giovanni del Minga, pintor declaradamente ateo, homosexual, amante ocasional de Da Vinci, y cuya obra, excelsa a nivel técnico, siempre buscaba mostrar todos aquellos ritos de origen pagano que habían sido adoptados, reformulados y reinterpretados por la Iglesia.
El sobre marrón era una victoria, sin duda, pero tan sólo de la primera escaramuza de la guerra. Lorenzo Da Sesto, tras el silencio de estos pensamientos, levanta la mirada hacia su estimado Mario Molano.
-    Mario, ¿tienes el pasaporte en regla?
-    Sí, claro ¿Por qué?
-    Sí la pintura de Del Minga era la imagen central del tríptico y el Unicornio es el segundo de los tres animales mitológicos admitidos en la pintura renacentista, ¿dónde están los otros dos cuadros?
Lorenzo Da Sesto había encontrado un sentido.

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