viernes, 8 de marzo de 2013

Somos legión - Hassan Ahmar

Sara llorando otra vez. Javier la miraba de reojo desde la esquina, sin quitarle la vista de encima. Sus huesudas manos estaban crispadas como garras y su cuerpo se mecia con un ligero vaivén. Por su cabeza no dejaban de cruzarse oscuros pensamientos; “llorona estúpida. ¿Ahora porqué lloras? Me tienes harto. Cerda; tienes naríz de cerda, ojitos de cerda, carne de cerda. Gorda, mírate, ahí encojida de hombros. Diós mio, qué fea! Me dan ganas de rebanarte la cabeza. Porque no tengo un hacha, que sino... Podría probar estrangulándote, pero mejor verte sufrir así que tener que tocar esa carne fofa y asquerosa”.
    “Menudo panoráma” pensaba Daniel. “El ojeroso tísico y psicópata nos va a montar una buena. Si estuviera a solas con Sara quién sabe qué podría suceder. Menos mal que no levanta ni un palmo. Si le da por atacarla creo que podriamos retenerlo. Pero que manera de mirarla, no le quita la vista de encima. Como se dé cuenta Sara de cómo la mira le dará un ataque de histeria...”

    “Aummm. Inspira. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... Retención. Silencio. Bum (latido del corazón), uno, bum, dos, bum, tres. Espira, despaaaacio, uno.... siete. Vacio, uno, dos, tres. Inspira... Aummmmm. Alguien llora, mis nalgas y rodillas soportan el peso del cuerpo, mi piel está en contacto con la tela y el aire fresco, la temperatura es agradable. Mi consciencia se expande. Aummm”.

    Daniel giró la cabeza para volver a comprobar con qué refuerzos contaba en caso de que se desatara la crisis. Don Margarito Dalai Lama; así lo había bautizado mentalmente porque no había tenido ocasión de conocerlo ni saber nada de él. De momento era un iluminado, más delgado que Javier, que ocupaba la esquina del fondo en posición de loto. Todo el día. “Ummm, tal vez sirva para sujetarle una pierna al loco”. A su lado estaba tendido medio adormilado un adolescente pandillero; tupé, cadenas, cicatriz en la cara. Era muy corpulento, más que él mismo. Tenía cara de 'chungo', pero podría ser un buen aliado. Menuda congregación tan curiosa, un pandillero, un iluminado, una histérica llorona, un psicópata y él mismo, el único normal en esa habitación.

    El tiempo parecía no correr, el sol que entraba por el tragaluz del techo estaba detenido sobre el camastro sobre el que Sara la llorona estaba sentada. Seguía llorando desconsoladamente, y Margarito meditando, de vez en cuando se oía un suave aum entre los sollozos. Psico seguía con su balanceo sin peder de vista a Sara... Y sucedió, tenía que suceder tarde o temprano. Sara levantó la mirada y se encontró con la de Javier, taladrándola. No vió la mueca en las manos de él, pero no hacia falta. Abrió sus ojitos hasta que parecieron platos y abriendo la boca hasta partirse los labios gritó, y no paro de chillar, a chillar como un cerdo durante la matanza.Aunque todo sucedió a gran velocidad Daniel lo vió a cámara lenta, como si fuera la crónica de una muerte anunciada. No sabía porqué pero conocía el desenlace. Javier se abalanzaría sobre el cuello de Sara y lo rodearía con sus garras; si, eso ya estaba sucediendo. También sabía que la cara de rabia descontrolada de Javier se transformaría en una mueca de asco al instante de haber empezado a estrangular a Sara, pero que no por ello iba a dejar de apretar con toda su alma. Antes de que él se abalanzara sobre Javier el pandillero actuó, anticipándosele. Esto estaba previsto, pero no del todo, porque en vez de ayudar a Sara, el 'chungo' empezó apegarle puñetazos en la cabeza. Daniel quedó de piedra, y Margarito a lo suyo, inmutable al fondo de la habitación, levitando. Qué desastre, la situación se estaba descontrolando por momentos, eso no era lo que él había previsto...
    Hubo un movimiento en la mirilla de la puerta de la habitación, sonó la alarma, ruido de llaves en la cerradura y pasos corriendo. ¡Iban a entrar! Margarito se evaporó con una técnica yóguica, Daniel se tiró bajo el camastro y el pandillero se encerró en el armario justo en el instante que los enfermeros entraban a tropel y se abalanzaban sobre Javier. Javier ni se dió cuenta, seguía tratando de estrangular a Sara desesperadamente. Los enfermeros no pudieron arrancarle a Javier las manos del cuello hasta que le inyectaron el sedante. Empezaba a estar azul, y la cabeza la tenía totalmente ensangrentada de  golpearse contra la pared y los hierros de la cama.

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