viernes, 8 de marzo de 2013

La timba - Antonio

Era jueves, y como todos los jueves por la noche, ahí estaban los cinco, envueltos en ese ambiente pesado y cargado de humo de la trastienda de la barbería El Italiano. La mesa baja, circular, en el centro de la improvisada sala, un hueco abierto al almacén del negocio. Apretados, con el único aire puro corriendo entre la pequeña ventana alta y la puerta que la enfrentaba, y que daba acceso a la bocacalle de atrás de la barbería. Estaban a punto de cerrar el juego, todos con las cartas en la mano, cuatro de ellos con el cigarrillo prendido a los labios o entre los dedos. Uno solo sudando y sin fumar, Jack “El guapo”. Las gotas de sudor corrían por su mejilla y chocaban con la cicatriz que le atravesaba de la oreja a la boca, un surco que se abría paso entre la cerrada barba de apenas tres días. Una cara, a pesar de todo, atractiva y con personalidad, y, sin embargo, disonante en relación al resto de su cuerpo, enjuto y frágil. Se veía perder, sus cartas sólo remontarían la mano con un milagro. Observaba a su alrededor a los rivales y no podía encontrar un panorama más desolador.  A su derecha estaba Carlo “El águila”,  siempre con la espalda recta, mirando de medio lado, casi desafiante, y sin perder ni una imagen, tranquilo, seguro, con el pulso firme. Decían de él que nadie manejaba igual la navaja. A su lado, Johnny “No hagas preguntas”,  de rostro angelical, redondeado, perfectamente afeitado, el único rellenito del grupo. Aspecto de despistado feliz, muy lejos de su fama, de tipo inclemente, siempre detrás de todos los cargamentos, capaz de sacar información de los lugares más insospechados, conseguía siempre lo mejor de lo mejor, pero nunca sabías cómo. A la izquierda de Jack “El guapo”, el panorama no anunciaba nada mejor. Primero estaba Tony “Silencio”, taciturno, con ese aspecto de enfado permanente que le daba el labio superior torcido, y que no era más que un tendón atrofiado desde el nacimiento, que nunca funcionó. Menudo de cuerpo, hablaba rara vez, pero era el compinche perfecto, odiaba las armas y matar, pero descuartizando cuerpos y limpiando los restos era único. Guardando secretos también. A su lado, un tipo malencarado, con un sonrisa irónica, que miraba directamente a Jack a los ojos, diciéndole, la has jodido chaval. Era Freddy “La araña”, con esa mirada de ojos claros altiva, siempre un palmo del suelo por encima de los demás, controlándolo todo, dando las órdenes precisas y sonriendo de manera forzada. Manejaba los hilos de todo desde siempre, primero siendo la mano derecha de su padre,  y luego, tras la muerte de éste, en un accidente, directamente. Su aspecto físico respondía más al aspecto del judío enjuto y de nariz aguileña, que al descendiente de italianos que era. Nunca le temblaba el pulso, nunca tenía un momento de duda, ante cualquier problema siempre había una solución, aunque fuese extrema. Jack sentía caer una docena de gotas de sudor más cada vez que uno de ellos dejaba las cartas sobre la mesa. No veía el milagro. Ni uno sólo de los otros cuatro tenía peores figuras que él, ni uno. No quedaba mucho tiempo para reaccionar, sabía que tras la manga, la suerte estaría echada. De pronto tiró las cartas con desgana al tapete, se levanto de un salto, tumbando la silla, y gritó:
    - No, no y no. Me niego, no quiero. No es justo. Estoy hasta la polla de jugarme a las cartas a ver quien de los cinco va a sacar a mamá de la Residencia el sábado. Joder, que ya van dos meses que pierdo siempre. Que sois unos cabrones.
    Todos le miraron intentando reprimir las carcajadas. Freddy le contestó torciendo el gesto.
    -Mira Jack, no me jodas. Hace tiempo que decidimos hacerlo así y, ahora no vamos a cambiar. Además cómo coño nos organizamos si no. Tony y Johnny se quedan en la carnicería, y Carlo y yo en la barbería. A ver si te crees que los demás nos vamos a estar tocando los huevos.
    Jack bajó la cabeza, recogió la silla, y como sus cuatro hermanos comenzó a recoger la trastienda y a prepararse para volver a casa. El jueves, el día de la partida entre hermanos, único día de asueto hasta hacía nada, se había convertido en un infierno desde que su madre vivía en la residencia.
    Salieron todos y se despidieron hasta el día siguiente. Jack se alejó pensando que aún les tendría que ver la cara un día entero antes de ir a por su madre, aún tendría que aguantar las bromas y las alusiones a la partida, y entonces pensó algo que no podría cambiar nunca: “Porca miseria, estoy harto de ser el pequeño”.

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