A lo lejos se oían los gritos de las
instrucciones y el disfrute de los parapentistas, y en el cielo podía ver a
tres buitres leonados burlándose de ellos, mientras planeaban sin esfuerzo
alguno en una térmica.
Y entonces lo ví… ¿qué le pasaba en los ojos?
pobrecito, está ciego!...no, no lo estaba. Eran los ojos más claros que había
visto nunca y me hipnotizaron. Me vio, se acercó y se sentó a mi lado. En
silencio compartí con él mi comida y un poco de agua.
Estuvo un rato sentado a mi lado, observando
el vuelo de los parapentes, y sin dar las gracias se alejó para ir al encuentro
de una pareja que paseaba por el lugar.
Era una especie de relaciones públicas de la
Sierra de Teba; acompañaba a los turistas en sus paseos rurales, y se cobraba
en compañía y comida.
Hora de
volver a casa. Pensé en invitarlo, pero no... era
demasiado complicado, no estaba preparada. Nos despedimos con la mirada y
entonces sentí que él marcaría mi destino. Entré en el coche y él continuó su
tarde contemplando el vuelo de los parapentes.
Ya en casa no pude olvidarlo; dejé pasar un
día, para reflexionar sobre aquella tremenda atracción animal, y al día
siguiente conduje ciento cincuenta kilómetros para volverlo a ver. Fui al mismo
lugar, al punto más alto de Teba. Todo estaba casi igual, pero sin parapentes,
sin buitres y sin él.
Vi a un lugareño que paseaba ayudado de una
vara, y sin pensar en lo absurda que podía resultar, le describí lo mejor que
supe su aspecto, por si aquel buen hombre lo conocía, y aunque no tuve suerte
le dejé mi tarjeta…entonces no supe para qué. Pero ahora sí lo se. Una llamada
de teléfono esa misma noche cambió mi vida.
A primera hora del día siguiente, un miércoles
de Noviembre del año 2002 me planté en poco más de una hora en Teba para
encontrarme con él.
Era tan hermoso. Lo cogí en brazos y le dije,
ahora te llamas Tao.
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