Las velas bañaban su rostro con una cálida
luz. Sonaba de fondo un piano, suaves melodías que se entremezclaban con el
dulce golpeteo de la lluvia sobre los altísimos ventanales del restaurante. Las
carreras del agua sobre los cristales desdibujaban una ciudadela laberíntica
que se extendía colina abajo hasta desaparecer en la oscuridad. Las sedientas
copas al fin parecían saciadas y enmudecían ante la epífanía de postres caidos
del mismísimo cielo. Permanecía arrobado sin poder separar la mirada de sus
ojos. Todo mi ser vibraba de contento, ahora sus deliciosos labios se cerraban
sobre la cucharilla dibujando unos contornos que insinuaban el mismísimo
paraiso. Empecé a llorar de júbilo. Levantó su mirada y me sonrió. Soltó la
cuchara y alargando su mano sobre el atercipelado mantel cogió la mía. Me reí
mientras trataba de recomponerme. En ese momento el maitre se acrcó con dos
copas y una cubitera cubierta con una tela. Ceremoniosamente sacó del hielo una
botella de champagne, la descorchó y nos sirvió. Lo hizo en silencio, con un
tacto exquisito, cómplice pero manteniendose al margen. Por esa exquisita
sensibilidad en el servicio, además de la impresionante cocina y bodega, e
incomparable marco paisajístico había elejido el Le Marrakchi. Las cornetas del
cielo sonaban para mi esa noche, por ella, para ella. Los astros nos habían
venido todos a saludar y centelleban distantes asomados por un claro en las
cargadas nubes. Alzamos las copas y brindamos: - Por ti, por nosotros, por
todos los seres.- declamé. Volvió a sonreir y sin levantar su mirada de la mía
bebió lentamente. Dulce nectar de la más radiante flor que yo, cual abejorro
zumbón, ya me veía sorbiendo esa noche, por primera vez, entre sábanas de seda,
perfumes de jazmín y pétalos de rosa.
Se disculpó un momento y mientras se
ausentó pedí al maitre la cuenta. Llegó en una caja dorada con motivos
vegetales repujados. La abrí y dejé dentro mi tarjeta. Ella ya volvía,
perfecta, reluciente, pavorosamente sensual, luciendo un largo vestido ajustado
que permitía descifrar el todo. Estaba sin palabra, el verbo se había hecho
carne. Me mareaba. Creí que era de júbilo. Se sentó y apuró su copa. -Vámonos-
dijo. -Ya nos espera fuera el coche- repliqué. -Discúlpame un instante mientras
traen la vuelta- dije mientras me levantaba para ir al baño. -Voy a refrescarme
un instante y salimos.- Al empezar a andar la moqueta se ablandó bajo mis pies,
como si fuera arena. Oh! mis rodillas flaqueaban, la cabeza me daba vueltas.
Seguro que ella me observaba, así que atención!, La Puerta, es allí, recto,
tranquilo, respira. Así que mareado de amor eh? Si, de eso también... dos pasos
más y ya estaría. Rompí a sudar, me subía la nausea. Ay Diós mio! no la
caguemos ahora. Llegué antes de entrar en erupción, justo a tiempo de apoyarme
en la puerta y empujarla. Salvado! ¿Salvado?. Corrí hacia el lavamanos pero a
esas alturas la arena se había convertido en agua y perdiendo pie me hundí en
mi miseria hasta la cabeza. Trastablillé y caí de espaldas, en seco. Quedé
estirado en el suelo revolcado en vómito y sintiendo un calorcito lamiendome
las entrepiernas. No quise ni mirar, para qué, sabía que espectáculo se
dibujaba allí abajo, sobre mis pantalones, sin tener que verlo. Después de unos
interminables minutos en los cuales descendí al infierno mi mente desconectó y
perdí el conocimiento.
Ahora me sujetaban dos camareros, me
habían encontrado tirado en un charco de inmundicia después que ella les
advirtiera de mi prolongada ausencia. Habián tenido la delicadeza de sacarme la
chaqueta del esmoquin, llena de pedazos de lava, me habían limpiado la cara y
estaban pendientes de mi vuelta a la consciencia. -Gracias, les dije. - Ya
estoy mejor.-
-¿Seguro?
-Si, seguro- respondí.
-Si quiere déjenos la chaqueta y se la
mandaremos limpia al hotel.
-Gracias, si, parece una buena idea.
Salieron del baño y unos instantes
después, tras arreglarme ante el espejo, empecé a volver hacia la mesa. Iba
pensando en qué le iba a decir cuando a medio camino, en el centro de la sala
del restaurante, con todo el mundo mirándome, noté una humedad fría entre las
piernas.
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