viernes, 25 de enero de 2013

Ridículo - Hassan Ahmar

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Las velas bañaban su rostro con una cálida luz. Sonaba de fondo un piano, suaves melodías que se entremezclaban con el dulce golpeteo de la lluvia sobre los altísimos ventanales del restaurante. Las carreras del agua sobre los cristales desdibujaban una ciudadela laberíntica que se extendía colina abajo hasta desaparecer en la oscuridad. Las sedientas copas al fin parecían saciadas y enmudecían ante la epífanía de postres caidos del mismísimo cielo. Permanecía arrobado sin poder separar la mirada de sus ojos. Todo mi ser vibraba de contento, ahora sus deliciosos labios se cerraban sobre la cucharilla dibujando unos contornos que insinuaban el mismísimo paraiso. Empecé a llorar de júbilo. Levantó su mirada y me sonrió. Soltó la cuchara y alargando su mano sobre el atercipelado mantel cogió la mía. Me reí mientras trataba de recomponerme. En ese momento el maitre se acrcó con dos copas y una cubitera cubierta con una tela. Ceremoniosamente sacó del hielo una botella de champagne, la descorchó y nos sirvió. Lo hizo en silencio, con un tacto exquisito, cómplice pero manteniendose al margen. Por esa exquisita sensibilidad en el servicio, además de la impresionante cocina y bodega, e incomparable marco paisajístico había elejido el Le Marrakchi. Las cornetas del cielo sonaban para mi esa noche, por ella, para ella. Los astros nos habían venido todos a saludar y centelleban distantes asomados por un claro en las cargadas nubes. Alzamos las copas y brindamos: - Por ti, por nosotros, por todos los seres.- declamé. Volvió a sonreir y sin levantar su mirada de la mía bebió lentamente. Dulce nectar de la más radiante flor que yo, cual abejorro zumbón, ya me veía sorbiendo esa noche, por primera vez, entre sábanas de seda, perfumes de jazmín y pétalos de rosa.
Se disculpó un momento y mientras se ausentó pedí al maitre la cuenta. Llegó en una caja dorada con motivos vegetales repujados. La abrí y dejé dentro mi tarjeta. Ella ya volvía, perfecta, reluciente, pavorosamente sensual, luciendo un largo vestido ajustado que permitía descifrar el todo. Estaba sin palabra, el verbo se había hecho carne. Me mareaba. Creí que era de júbilo. Se sentó y apuró su copa. -Vámonos- dijo. -Ya nos espera fuera el coche- repliqué. -Discúlpame un instante mientras traen la vuelta- dije mientras me levantaba para ir al baño. -Voy a refrescarme un instante y salimos.- Al empezar a andar la moqueta se ablandó bajo mis pies, como si fuera arena. Oh! mis rodillas flaqueaban, la cabeza me daba vueltas. Seguro que ella me observaba, así que atención!, La Puerta, es allí, recto, tranquilo, respira. Así que mareado de amor eh? Si, de eso también... dos pasos más y ya estaría. Rompí a sudar, me subía la nausea. Ay Diós mio! no la caguemos ahora. Llegué antes de entrar en erupción, justo a tiempo de apoyarme en la puerta y empujarla. Salvado! ¿Salvado?. Corrí hacia el lavamanos pero a esas alturas la arena se había convertido en agua y perdiendo pie me hundí en mi miseria hasta la cabeza. Trastablillé y caí de espaldas, en seco. Quedé estirado en el suelo revolcado en vómito y sintiendo un calorcito lamiendome las entrepiernas. No quise ni mirar, para qué, sabía que espectáculo se dibujaba allí abajo, sobre mis pantalones, sin tener que verlo. Después de unos interminables minutos en los cuales descendí al infierno mi mente desconectó y perdí el conocimiento.
Ahora me sujetaban dos camareros, me habían encontrado tirado en un charco de inmundicia después que ella les advirtiera de mi prolongada ausencia. Habián tenido la delicadeza de sacarme la chaqueta del esmoquin, llena de pedazos de lava, me habían limpiado la cara y estaban pendientes de mi vuelta a la consciencia. -Gracias, les dije. - Ya estoy mejor.-
-¿Seguro?
-Si, seguro- respondí.
-Si quiere déjenos la chaqueta y se la mandaremos limpia al hotel.
-Gracias, si, parece una buena idea.
Salieron del baño y unos instantes después, tras arreglarme ante el espejo, empecé a volver hacia la mesa. Iba pensando en qué le iba a decir cuando a medio camino, en el centro de la sala del restaurante, con todo el mundo mirándome, noté una humedad fría entre las piernas.


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