viernes, 25 de enero de 2013

Niño - Diana C


Andrés estaba secando los platos. Se había subido a un taburete para llegar a la encimera. La última vez que una loza se le rompió, su madre, al oír el ruido, salió de la habitación. Se quedó parada en la puerta mirando el suelo, sin decir nada. Ojalá le hubiese gritado, así él también hubiese podido gritarle de vuelta, y luego, tal vez, se hubiesen abrazado. Pero no. Su madre al ver los pedazos rotos lloró, y no pudo parar, sentada junto a ellos en el suelo de la cocina. Qué pena, pensó, de todos los platos que he secado el único que ha visto es el que se me ha caído. Pero eso ahora no importaba. No podía romper ni un solo plato más. Trataba de concentrarse con todas sus fuerzas. Aún así, a veces se distraía. Pensaba en la clase de gimnasia, en que quería ser futbolista. O en María de sexto C. Esta vez una libélula se paró en la ventana irisando sus alas al sol, y Andrés se fascinó mirándola. Entonces llamaron al timbre. El estridente sonido de campana vieja  le sobresaltó e hizo que el plato se escurriera de sus dedos. Sus mandíbulas se apretaron, su cuello, su respiración paró y toda la adrenalina de su cuerpo se dirigió a sus manos que lograron, en un giro de último segundo, cazarlo. El equilibrio perdido, un paso hacia atrás, dado en falso. Andrés cayó de espaldas apretando el plato contra su pecho. Se hizo daño. Fue a abrir la puerta cojeando y apareció un señor enorme que le miraba con el sol dándole por la espalda. La sombra de su cara hacía un pico anguloso en su pecho.
-      Buenos días, ¿está tu padre?
Andrés apretó el plato aún con más fuerza.
-      No, no está.
-      Y ¿sabes cuándo va a volver ?
Cuándo iba a volver su padre... intentó pensar en su cara y se dio cuenta de que las facciones se iban difuminando en una angustiosa sensación de olvido. Los recuerdos se iban sustituyendo por otros nuevos: las fotos, fijas, quietas, eran ahora su padre y no el que una vez había presidido el salón con su periódico y el humo penetrante de sus pipa. Los abrazos habían dado paso al frío tacto de un mármol que se visitaba una vez al año, un beso que se daba a la piedra con la punta de los dedos. Andrés no sabía cuántas veces iba a morir su padre. Cada vez que había tenido que informar del suceso a otra de las personas a las que su madre le pidió que llamase – ella era apenas un ovillo de lana desbaratado- era una certeza que sumaba. Y así fue como, de tanto decirlo, Andrés terminó por creerse que su padre había muerto.
Ahora, tres años después, llegaba este hombre reclamándole vivo. Hacía tanto que esto no le sucedía, que nadie resucitaba a papá, que Andrés sintió una bocanada de aire fresco en sus ahogados pulmones -una ventana abierta a la vida.
-      Está de viaje, pero volverá dentro de un mes. Inténtelo entonces.
Cuando el hombre regresó, esta vez abrió la madre.
-      Hola, ¿Está Ernesto?
-      No... pero... ¿no sabe? Ernesto falleció... hace,,, tres años – era la primera vez que su madre lo decía
-      ¿Cómo? Pero su hijo me dijo...
La madre, una vez hubo terminado de explicarse, subió corriendo cargada de una electricidad nueva al cuarto del niño. Aporreó la puerta.
-      ¡Andrés! ¡Sal aquí ahora mismo! - bramaba, era un trueno. El niño abrió la puerta
-      Qué...
-      ¿Tú le has dicho a un hombre que tu padre seguía vivo? ¿Pretendes burlarte de èl, de mi dolor? ¿Es eso? ¿Te ríes de la gente? ¿Te parece gracioso que tu propio padre haya muerto?
-      ¡Sí, me encanta que se haya muerto, me muero yo de la risa! ¡Tengo todo el derecho del mundo a reírme de lo que me de la gana, hasta de la muerte si quiero!
Su madre le dio una bofetada. Después lo castigó encerrado en su habitación. Y después fue a la cocina y fregó los cacharros, haciéndolos chocar con gran estruendo. El niño se tocó la sorpresa de la mejilla ardiente, mirando por la ventana el árbol del jardín. Bajo su sombra descansaban unos pedazos de loza dejados ahí un mes atrás, cuando, una vez el hombre se hubo marchado, Andrés corrió y estampó contra su tronco el plato que solo unos minutos antes había rescatado.  Sonrió.  Mamá había resucitado.   

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