“¿Qué hora es? –se preguntó- Vaya, las 6.30
de la mañana… voy a levantarme antes de que suene esta horrible alarma…tengo
que cambiar el sonido que tiene ahora por otro más agradable.”
Fue al baño para afeitarse pero no encontró
su maquinilla – “no importa”, dijo, “hoy es un día de pesca. Me pondré ropa de
abrigo impermeable, que luego en el barco ya se sabe, y me iré dando un paseito
hasta casa de mi niño, que hay tiempo”. En ese momento sonó una suave melodía,
“qué extraño, no recuerdo haber cambiado la alarma”.
Mientras caminaba con torpes pasos debido a
su avanzada edad, el cielo clareaba y se oía el canto de los primeros pájaros
de aquella fresca mañana. Hablaba en voz alta y decía: “Miguel es muy
organizado, tendrá todo preparado, las cañas, los anzuelos, las plomadas, los
cebos y la cesta para los peces tal como le enseñé cuando pequeño. Ya es un
hombre casado, ¡qué rápido pasa el tiempo! Por fortuna es tan feliz con su
esposa , la dulce Ester, como yo lo fui con su madre.”
José llegó a casa de su hijo, pero no se
atrevía a tocar el timbre. Acercó su oreja a la puerta: “Sí, oigo ruido, parece
que están despiertos”. Y tocó el timbre.
- Hola chiquito, ¿tú quién eres?
El niño lo miró con un gesto de desconcierto,
sin saber qué responder, hasta que por fin dijo:
- ¡Mamá, el abuelo!
Ester fue corriendo. Lo abrazó, y le hizo
pasar.
- “Hola bonita, he venido a recoger a Miguel
para ir de pesca como todos los sábados…y ¿ese niño?
A
Ester se le llenaron los ojos de lágrimas; con mucha dulzura le cogió las manos
y le ayudó a sentarse:
- “José, hoy es martes, ese niño es Pablo, tu
nieto, y Miguel…ya no está.”
Mientras ella le explicaba como mejor sabía,
que su hijo había fallecido hacía ya tres años, Pablo abrazaba a su abuelo, y
José miraba con ojos brillantes a ninguna parte.
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