viernes, 25 de enero de 2013

La receta - Antonio

300 ml de agua, 250 gr de harina de fuerza, 250 gr de harina integral, 1 cucharada de sal, 1 chorro generoso de aceite, 30 gr de levadura de cerveza, manos fuertes, brazos dispuestos a amasar, reposo, dos veces, y, sobre todo, amor, la masa es un bebé, siempre ha de estar calentita y subir a su ritmo. La receta de mi abuela brillaba amarillenta en la pantalla del ordenador. El silencio de la letras aún hacía resonar su voz en mi cabeza. Mi madre me había hecho llegar una caja entera de fotos antiguas y papeles de la abuela para que los escaneara y pasaran a ser "eternos". Ahora tras la pantalla, inanimada, plana, carente de emoción, viendo ese pedazo amarillento lleno de letras, cayó el peso de la memoria, extrañamente el olfato se llenó de los olores antiguos, casi olvidados, mi estudio se convirtió en la cocina estrecha y triste del piso de barrio obrero de la abuela, donde mamá y yo pasábamos los viernes por la tarde cocinando pan y salsa de tomate, sentadas en los modestos taburetes de contrachapado y patas de metal, feos, incómodos e insustituibles. Charlas que yo primero no escuchaba de niña, que luego intentaba eludir de adolescente, y que no supe perderme nunca de mujer hasta que la abuela no se despertó un viernes por la mañana. El olor y un sabor de cocina que nunca más he sentido, y que, ahora, sin quererlo, me une más que nada a las mujeres de mi familia, y a lo que sin saberlo del todo soy.

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