miércoles, 23 de enero de 2013

Dulcinea - Pau

He decidido apartarme de esta civilización tan dañina. Mi coche hace hora y media que me interna en esta espesa y extensa sierra por una carretera de montaña. El lugar lo elegí a conciencia, tras determinar a través de Google Earth la zona más agreste y despoblada de España, esa que en las fotografías nocturnas de satélite, aparece menos iluminada.
Abandono el coche y me adentro en el bosque provisto de todo lo que creo necesario para vivir como un salvaje. Tras caminar con determinación, más de cinco horas, a punto ya de anochecer, he encontrado un buen refugio para mi primera noche de libertad.
Me instalo. Es perfecto. Desde esta hospitalaria oquedad de la montaña puedo ver cómo sale para mí la luna llena. Antes de comer un poco de pan y queso, saco de mi mochila el móvil, casi sin bateria, símbolo perfecto del mundo que dejo atrás.
Quería hablar por última vez con un ser humano antes de perderme para siempre.
Fue entonces cuando sonó el móvil, sobresaltándome. Una amable operadora colombiana de Movistar de sedosa voz me ofrecía un estupendo plan que adelgazaría mi factura y que yo acepté gustoso. Después de aprobar otros planes y conexiones de internet magníficos, le conté mi plan y le propuse unirse a mí. Lamentablemente la batería del móvil no esperó a su respuesta.
Esa noche me dormí arrullado por el eco de la voz de Miranda. Ya tenía mi Dulcinea.  

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