martes, 8 de enero de 2013

La lata - Hassan Ahmar


Se me ocurre que al oxidarse, al aparecer en una playa remota, solitaria, entre las rocas, la lata es bonita, testimonio del tiempo pasado, corroida y agujereada, apenas un pequeño suspiro de algo que un día existió. El sol, la sal, el mar, las rocas, la eternidad, lo efímero, está todo en los óxidos de irreconocible procedencia. Tal vez un pescador refrescara su sed en un caluroso día de verano años atrás bebiendo de ella, un cerveza fresca con lúpulo y cebada asutralianos. Es promesa de aquel momento en que los labios vaciaron su contenido y la mano la lanzó al mar. De allá hasta aquí, solitaria, sometida al imperio de la magestuosidad de los implacables océanos, viajó sin existir para nadie más que las olas.
 
Aquí yace, frente a mi, proyectando su sombra sobre la arena, temblando con los golpes de viento que un poco más allá arranca espuma de las agitadas aguas.
 
El sol calienta y el aire es fresco.

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