Voy por el bosque, siguiendo
los pasos de ayer, acompañada de mi perro y mis pensamientos errantes, hasta
que llego frente a él.
Está viejo, agrietado por el
paso del tiempo, partido por la mitad; es hembra porque tiene algarrobas.
En ella juegan ardillas y
tórtolas de día, y al llegar la noche se posa el cárabo.
Frente a él juego yo también
a silenciar mi mente, a despertar la conciencia, a estar lo más presente que
soy capaz de estar, invoco mi presencia al presente, y sin darme cuenta pierdo
ese instante de conexión y armonía.
Entonces me invade la
soledad, me invaden los deseos, y con ellos me olvido otra vez de mi misma,
regreso a mis pensamientos errantes, y canto.
Canto al árbol testigo de mi
recuerdo y de mi olvido, canto a las ardillas y a las tórtolas juguetonas; y al
caer la noche, a escondidas de la mirada de algún vecino curioso, me adentro en
el bosque acompañada de mi incondicional amigo y canto bajo la luz de la luna,
y la sombra del cárabo.
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