martes, 15 de enero de 2013

Con el invierno - Guillermo

Con el invierno llegó el frío y se desataron las grandes lluvias. El cielo dibujaba, violento, ases de relámpagos proyectándose vertiginosamente de un extremo a otro del horizonte. El viento, por su parte, arrancaba viejos árboles, hacía estallar los cristales de las cabañas de la aldea, y desbocaba la superficie de los lagos. De cuando en cuando, el trueno pronunciaba su suerte de eco malvado y cruel. En tanto, las aves emprendían forzosamente una temprana migración hacia los valles montañosos del sur. La tormenta descendía sobre la tierra. Comenzaba un nuevo tiempo. Hasta el atardecer continuaron avanzando los hombres. Querían encontrar un refugio ante aquellos  elementos simples que atormentaban el cuerpo y penetraban muy adentro para apagar el alma sensible: el agua que caía. Los cuchillos del viento. El blanco cegador. El silencio. Todo quedó al descubierto. Un puñado de errantes enloquecidos. Una larga huida. Una trampa. Por la tarde, los errantes encontraron un techo bajo el que cobijarse. Era un monasterio abandonado y en ruinas, una fortaleza de piedra en la ladera de una montaña remota. Muchos años  antes, tal vez durante una epidemia de peste, los últimos monjes habían escapado de ahí para morir en otros lugares.
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Amos Oz: "Hasta la muerte"

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