viernes, 25 de enero de 2013

Ridículo - Rozio

La sensación de ridículo a veces llega con las cosas más sencillas y cotidianas.
El otro día estaba en clase, sentada al lado de Raquel. Era una jornada bastante intensa: prácticas, lecciones, entregas. Corria de un lado a otro para llegar a tiempo a todo. Finalmente llegó la última clase, citología, y con ella, prácticamente el final del día.
La voz del profesor se convertía en el perfecto bálsamo que acompañaba de fondo a mis pensamientos mientras se marchaban a otro lugar.
Entonces, cuando había perdido totalmente la noción de dónde me hallaba, sencillamente, abrí la boca y dejé sonar un sonoro y enorme erupto que resonó en toda la sala. Traumáticamente de vuelta a la realidad. No podía dar crédito a lo que había ocurrido. Pero aún quedaban más sorpresas. Nadie en toda la clase hizo ni caso del estruendoso sonido. Estupefacto, observé a todo el mundo disimular a duras penas y fueron los 5 segundos en los que el profesor consiguió la mayor atención de toda su vida.
Menos mal que en última instancia miré a mi amiga Raquel y su cara me confirmó que realmente había ocurrido. Naturalmente estallamos en risas las dos, y tras varios intentos de sumarnos a la banda de canallas que seguían haciendo como si nada hubiera pasado, nos marchamos al pasillo para desplomarnos riendo y llorando a gusto.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario