Estoy en un
autobús que recorre la Misión camino al trabajo en la hora punta de la mañana.
David va a mi lado. Estamos enlatados entre un bullicio de personas de habla
hispana, no entiendo las palabras, solo oigo el canto, tono y velocidad lenta
de las frases que se dicen. Tengo sueño y me dedico a observar las caras que
emiten estos sonidos, cuando de pronto hay una voz que se desdibuja de las
demás, es femenina, dura, contundente y muy rápida…es castellano de España. Mi
mirada curiosa se gira para ponerle una cara a esta voz y veo a una chica de
tez más blanca que los demás, facciones angulares, mirada intensa y sobre todo
una gran nariz muy afilada. Efectivamente, parece española. Se lo digo a David
y los dos nos quedamos mirando con cara de pasmarotes. En este tiempo tan
hostil en el que nos encontramos esta voz nos resulta muy recomfortante. Cuanto
más la miro y la escucho, más ganas tengo de cruzar unas palabras con ella. Mi
cabeza va muy rápido y me planteo la estupidez que supone ponerme a hablar con
ella solo porque somos del mismo país. Mi cabeza da mil excusas y el tiempo
pasa, el autobús va haciendo sus paradas y en cualquier momento pierdo la
oportunidad. Ella se mueve acercándose a la salida y pasa a mi lado. Una voz me
sale de dentro, como un impulso que no puedo controlar y me encuentro
preguntándole -¿Eres española?-. Ella se gira y me clava su mirada fija y me
dice-No, soy vasca.-Y en ese instante me siento estúpida y no sé lo que me ha sobrevenido para hacer
el contacto. Acto seguido me suelta una sonrisa rápida y penetrante.
Intercambiamos más preguntas y respuestas que lógicamente puedan caber en un
minuto. Que si sois españoles, que qué hacemos aquí, que si ella gana un montón
de dinero limpiando casas con productos ecológicos, que si tenemos casa, que si
ella estudia medicina china y su novio cine, que si esto y que si lo otro, y
encima nos escribe su número de teléfono en un papelillo para que la llamemos
si necesitamos cualquier cosa, y que se llama Nerea.
David y yo nos quedamos
agitados e ilusionados por el contacto. Guardamos el papelito con el número en
el bolsillo y seguimos con el día.
A los pocos días
surgen graves problemas de convivencia a raíz de contraer varicela. Nuestros
amigos nos acogen en otra casa donde ya somos siete los que hacemos noche en
sacos de dormir en el suelo. Tenemos la tentación de llamar al número que
tenemos guardado pero no lo hacemos por temor a ser una carga.
Esa noche se va
David con los demás de la casa a un cine club de nuestro barrio a ver una
película, yo me quedo en casa convaleciente. Al volver les acompañan dos más,
para mi asombro veo entrar a Nerea y su pareja, Iñaqui. Me explican que al
entrar al cine David y Nerea se reconocen a raíz del encuentro en el autobús de
la semana pasada. Acaban todos tomando algo después y se conocen más.
Finalmente han acordado acogernos en su casa hasta que encontremos un sitio
propio. Durante un mes convivo con ellos a diario y se forja una relación
fuerte y duradera que afecta y modifica nuestras vidas para siempre.
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