"Una noche de luna llena de
agosto. Un baluarte sobre el mar. Nos acercamos al concierto a
"ciegas". Tres tipos vestidos de negro, un baterista con cara y
flequillo de falso adolescente, un pianista menudo frente a un piano de cola,
Jonás y la ballena, y un tipo de dos metros, calvo entre cuyas manos el
contrabajo se convertía en un juguete. Cuando se preparaban para tocar aún se
escuchaban los murmullos del centenar de personas que estábamos entre el
público. Entonces sonaron las primeras notas y...
Aquella canción desconocida me
atrapó, desde el primer segundo. El baluarte sobre el mar, se convirtió en un
baluarte sobre todos los mares, el cielo en el cielo de todos los tiempos, y la
luna, uf, plena, alumbrando la música. Las primeras notas ya susurran
"sube al viaje". Después, una espiral de sonido, delicada y potente.
La mente se relaja, se siente segura y se deja ir. Es una descarga, es hacer el
amor con la vida.
Flotando sobre la música, un suelo
firme, se revisitan los momentos guardados con celo de una vida. Uno a uno,
pequeños hitos, emociones y sensaciones. Microexplosiones nucleares que bombardean
el lado derecho del cerebro y sus neuronas. Salta el color, la emoción, la
imaginación, la música, la creatividad y las imágenes.
Y, ahora, tantos años después,
recupero la misma sensación con las notas de esa canción. A los recuerdos de
entonces se le han acumulado otros, al almacén de la memoria le han crecido
estanterías y rincones. Ahora no hay luna, ni cielo, ni un baluarte, ni músicos
en directo. Y en el fondo está todo. La música y su luz se alejan, las oigo
partir. Mientras yo hago balance y repaso de nuevo hitos de mi vida, que
convertidos en polvo cabrían en la palma de mi mano. Una vida digna, llena de
belleza y amor. No necesito más..."
-Señora Volpe, disculpe, es la hora.
-Espere un momento, por favor, deje
que acabe la música. Era su voluntad.
-De acuerdo, cuando acabe la música
le desconectaremos de la máquina.
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