Bajé
del tren en la estación de Bielefeld. Luego de un viaje trasnochado debía darme
prisa si quería llegar al albergue. Contaba sólo con el nombre del lugar: La
Casa de la Colina, una residencia de estudiantes que se situaba en la zona
boscosa.
Era
medianoche y la cuidad estaba desierta. Caminé siguiendo las indicaciones de un
croquis que había confeccionado con la ayuda de un vendedor de periódicos en la
estación anterior. Llegué a la plaza que figuraba en el plano. Varios senderos
convergían a ella, y todos se adentraban en el bosque. Había una persona
sentada en un banco, decidí acercarme a preguntarle por el albergue, se trataba
de un vagabundo, al llegar a él nos saludamos y me extendió su caja con vino,
nein, danke shön, ¿conoce ud la casa de la colina? Se sonrió, luego se levantó
y me hizo una señal de que lo acompañara, caminamos hacia uno de los senderos,
el peso de mi mochila me ayudaba a combatir el frío de la noche, el hombre se
detuvo ante uno de ellos, quedé estupefacto, era la entrada de un túnel de
vegetación tupida, con un manto de hojarasca de más de un palmo. El viento
agitaba un cartelucho de madera y hacía crujir sus bisagras, no había pérdida:
Hill House. Pregunté tontamente al hombre nuevamente, este asintió, me dió la
mano y me dijo que estaría a unos 15 minutos del albergue andando. Me invadió
una extraña sensación, cómo si nos conociéramos desde siempre. Nos despedimos y
me dispuse a ajustar mi mochila bajo la última farola de la plaza. Era noche
sin luna, tenía que armarme de valor y entrar en la completa oscuridad. A cada
pisada, las hojas crepitaban emitiendo un estruendoso eco a lo largo del
sendero. Mi corazón se aceleraba por momentos. Ya no sentía la carga de mi
mochila. Caminé durante algunos minutos, con una mano adelante como guía, me
maldecía a mí mismo por llegar a un pueblo desconocido a esas horas, no había
marcha atrás, me encontraba en medio de un túnel completamente oscuro del cual
no tenía la certeza de poder salir.
Continúe
la marcha dando tumbos entre la maleza, el suelo de hojas se hundía por
momentos, la telarañas se pegaban a mi rostro, comenzé a ver alucinaciones en
forma de animales que correteaban junto a mí, sentía mi respiración cada vez
más fuerte. Pensé en salirme del sendero a través de los setos pero cada vez
que lo intentaba quedaba atrapado en ellos. Hasta que por fin divisé un haz de
luz entrando por la bóveda del techo, fue una tímida señal de salvación, me
lanzé hacia ella a través de la vegetación.
Y
ahí estaba la casa de colina, en un claro del alto de la colina. Divisé a dos
estudiantes jugando ping-pong en la sala del altillo, ajenos a los secretos de
bosque seguramente. Golpeé a la puerta en dos ocasiones. Salió el anfitrión con
cara de pocos amigos. “Llegas tarde!” me reprochó.
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