viernes, 25 de enero de 2013

La casa de la colina - Guillermo


Bajé del tren en la estación de Bielefeld. Luego de un viaje trasnochado debía darme prisa si quería llegar al albergue. Contaba sólo con el nombre del lugar: La Casa de la Colina, una residencia de estudiantes que se situaba en la zona boscosa.
Era medianoche y la cuidad estaba desierta. Caminé siguiendo las indicaciones de un croquis que había confeccionado con la ayuda de un vendedor de periódicos en la estación anterior. Llegué a la plaza que figuraba en el plano. Varios senderos convergían a ella, y todos se adentraban en el bosque. Había una persona sentada en un banco, decidí acercarme a preguntarle por el albergue, se trataba de un vagabundo, al llegar a él nos saludamos y me extendió su caja con vino, nein, danke shön, ¿conoce ud la casa de la colina? Se sonrió, luego se levantó y me hizo una señal de que lo acompañara, caminamos hacia uno de los senderos, el peso de mi mochila me ayudaba a combatir el frío de la noche, el hombre se detuvo ante uno de ellos, quedé estupefacto, era la entrada de un túnel de vegetación tupida, con un manto de hojarasca de más de un palmo. El viento agitaba un cartelucho de madera y hacía crujir sus bisagras, no había pérdida: Hill House. Pregunté tontamente al hombre nuevamente, este asintió, me dió la mano y me dijo que estaría a unos 15 minutos del albergue andando. Me invadió una extraña sensación, cómo si nos conociéramos desde siempre. Nos despedimos y me dispuse a ajustar mi mochila bajo la última farola de la plaza. Era noche sin luna, tenía que armarme de valor y entrar en la completa oscuridad. A cada pisada, las hojas crepitaban emitiendo un estruendoso eco a lo largo del sendero. Mi corazón se aceleraba por momentos. Ya no sentía la carga de mi mochila. Caminé durante algunos minutos, con una mano adelante como guía, me maldecía a mí mismo por llegar a un pueblo desconocido a esas horas, no había marcha atrás, me encontraba en medio de un túnel completamente oscuro del cual no tenía la certeza de poder salir.
Continúe la marcha dando tumbos entre la maleza, el suelo de hojas se hundía por momentos, la telarañas se pegaban a mi rostro, comenzé a ver alucinaciones en forma de animales que correteaban junto a mí, sentía mi respiración cada vez más fuerte. Pensé en salirme del sendero a través de los setos pero cada vez que lo intentaba quedaba atrapado en ellos. Hasta que por fin divisé un haz de luz entrando por la bóveda del techo, fue una tímida señal de salvación, me lanzé hacia ella a través de la vegetación.  
Y ahí estaba la casa de colina, en un claro del alto de la colina. Divisé a dos estudiantes jugando ping-pong en la sala del altillo, ajenos a los secretos de bosque seguramente. Golpeé a la puerta en dos ocasiones. Salió el anfitrión con cara de pocos amigos. “Llegas tarde!” me reprochó.

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