JOVEN SALTA BALCÓN PARA RECUPERAR
LAS LLAVES
Un nuevo estilo de balconing se pone
de moda en Ibiza. “Ha sido un salto arriesgado pero volvería a hacerlo” declara
el joven en estado de ebriedad. “Yo sí que tuve que volver a hacerlo” replica
la vecina.
Los hechos se dieron en torno a las 18.00 horas del
pasado 32 de Reciembre, cuando D.C. residente en el barrio de Figueretas, se
percató de que se había dejado las llaves en el interior de su vivienda. Dado
que un cerrajero cobra por cinco minutos de trabajo lo mismo que otros
profesionales por una hora, la vecina decidió optar por otras vías de solución.
Echando mano de contactos, un amigo de un amigo del novio de una amiga, gitano
de procedencia, fontanero de profesión y ducho en el arte de la ganzúa desde la
infancia fue requerido en el inmueble para proceder a la apertura de la
cerradura. Mientras D.C. esperaba su llegada en el portal, comentando como es
bien sabido que hay que tener amigos hasta en el infierno, llegó el vecino,
R.G. que, al enterarse de la situación, se ofreció para saltar por el balcón y
solucionar el asunto de un plumazo. La primera respuesta fue la lógica negativa
ante la peligrosidad de la oferta. Además, el gitano ya estaba en camino.
JM. R., de 1,97 de estatura y un diámetro corporal de
2,36, conocido como el Finito, abandonó su trabajo para enfrentarse a lo que
consideraba un reto fácil con tarjetas de diverso calibre: de débito, de
crédito, la Travel Club y el carné de la biblioteca. Todos los intentos
resultaron fallidos. El Finito, herido en su orgullo, se jactaba de que a él no
había puerta que se le resistiera. Mientras el vecino se iba asomando
periódicamente “qué, cómo va la cosa... bueno, si necesitas que salte, ya
sabes”.
Ante el progresivo enrojecimiento de El Finito por el
calor, el esfuerzo y la vergüenza, D.C. decidió aceptar la oferta de su vecino.
Los tres pasaron a su domicilio, decorado con un agradable estilo budista-Ikea,
y vigilaron de cerca la operación del salto de balcón a balcón, que se
desarrolló sin mayor incidente, salvando el hueco de la esquina entre una
terraza y otra. “Esto hago yo todo el día en mi trabajo”, declaró el vecino,
apresurándose a aclarar que era electricista y el cableado de edificios era
parte de su tarea. Abriendo la puerta desde el interior de la casa, el problema
quedó resuelto.
Pero como todo lo que sube tiene que bajar, dos
semanas después, un domingo a las 9.00 de la mañana sonó el timbre de D.C., que
abrió con las legañas aún puestas. Era el vecino, en total estado de ebriedad, disculpándose
por llamar a esas horas y explicando que se había dejado las llaves en casa.
Quería saltar a su domicilio, pero la vecina no le permitió hacerlo en ese
estado, vaya a ser que tuviesen un disgusto, y ella misma se deslizó a la
terraza contigua devolviendo el favor. La sorpresa llegó cuando el vecino,
agradecidísimo y borracho, cerró la puerta de D.C. que tuvo que saltar una vez
más para regresar a su hogar.
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