miércoles, 23 de enero de 2013

Balcón y llaves - Diana C


JOVEN SALTA BALCÓN PARA RECUPERAR LAS LLAVES
Un nuevo estilo de balconing se pone de moda en Ibiza. “Ha sido un salto arriesgado pero volvería a hacerlo” declara el joven en estado de ebriedad. “Yo sí que tuve que volver a hacerlo” replica la vecina.

Los hechos se dieron en torno a las 18.00 horas del pasado 32 de Reciembre, cuando D.C. residente en el barrio de Figueretas, se percató de que se había dejado las llaves en el interior de su vivienda. Dado que un cerrajero cobra por cinco minutos de trabajo lo mismo que otros profesionales por una hora, la vecina decidió optar por otras vías de solución. Echando mano de contactos, un amigo de un amigo del novio de una amiga, gitano de procedencia, fontanero de profesión y ducho en el arte de la ganzúa desde la infancia fue requerido en el inmueble para proceder a la apertura de la cerradura. Mientras D.C. esperaba su llegada en el portal, comentando como es bien sabido que hay que tener amigos hasta en el infierno, llegó el vecino, R.G. que, al enterarse de la situación, se ofreció para saltar por el balcón y solucionar el asunto de un plumazo. La primera respuesta fue la lógica negativa ante la peligrosidad de la oferta. Además, el gitano ya estaba en camino.

JM. R., de 1,97 de estatura y un diámetro corporal de 2,36, conocido como el Finito, abandonó su trabajo para enfrentarse a lo que consideraba un reto fácil con tarjetas de diverso calibre: de débito, de crédito, la Travel Club y el carné de la biblioteca. Todos los intentos resultaron fallidos. El Finito, herido en su orgullo, se jactaba de que a él no había puerta que se le resistiera. Mientras el vecino se iba asomando periódicamente “qué, cómo va la cosa... bueno, si necesitas que salte, ya sabes”.

Ante el progresivo enrojecimiento de El Finito por el calor, el esfuerzo y la vergüenza, D.C. decidió aceptar la oferta de su vecino. Los tres pasaron a su domicilio, decorado con un agradable estilo budista-Ikea, y vigilaron de cerca la operación del salto de balcón a balcón, que se desarrolló sin mayor incidente, salvando el hueco de la esquina entre una terraza y otra. “Esto hago yo todo el día en mi trabajo”, declaró el vecino, apresurándose a aclarar que era electricista y el cableado de edificios era parte de su tarea. Abriendo la puerta desde el interior de la casa, el problema quedó resuelto.

Pero como todo lo que sube tiene que bajar, dos semanas después, un domingo a las 9.00 de la mañana sonó el timbre de D.C., que abrió con las legañas aún puestas. Era el vecino, en total estado de ebriedad, disculpándose por llamar a esas horas y explicando que se había dejado las llaves en casa. Quería saltar a su domicilio, pero la vecina no le permitió hacerlo en ese estado, vaya a ser que tuviesen un disgusto, y ella misma se deslizó a la terraza contigua devolviendo el favor. La sorpresa llegó cuando el vecino, agradecidísimo y borracho, cerró la puerta de D.C. que tuvo que saltar una vez más para regresar a su hogar.

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