viernes, 25 de enero de 2013

Seres Alados - Diana C


Siempre había soñado que volaba, pero ahora que le habían salido las alas no sabía qué hacer con ellas. Iván se miraba las plumas relucientes, cada mañana las cepillaba, las extendía y se asombraba de su envergadura y su belleza. Pero, ¿cómo aprender a usarlas sin que alguien lo viera en la ventana y lo creyera un suicida? En el metro se veía obligado a replegarlas bajo la ropa, protegiéndolas de la masa voraz. En casa se relajaba y las extendía, pero al moverse siempre tiraba el mando del televisor o, como aquella vez, el jarrón de la difunta tía Tomasa. Cuando una chica le gustaba sus alas resplandecían y aleteaban a pesar del propio Iván. Al fondo del autobús, tras una hilera de plumas quebradas, se preguntó si alguna vez encontraría, junto a las plazas reservadas a minusválidos, ancianos y embarazadas, un lugar para los seres alados. 

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