Dice la radio que la policía busca a ese asesino fugado, dicen que se esconde por los montes de Santa Inés, y que han organizado una gran batida para capturarlo.
Yo nunca he sido miedosa, pese a vivir sola; siempre he sido de las que deja abiertas las puertas de casa todo el día.
A partir de mañana creo que voy a empezar a dejar la casa cerrada, cada vez están peor las cosas y no paran de oirse historias de robos en casas aisladas, y ahora el asesino.
Sólo quiero llegar a casa, una ducha calentita y reponerme de la intensa guardia de urgencias del hospital. Me gusta llegar a casa, bajar del coche y escuchar este silencio del bosque, o más bien, esta conversación de árboles y viento.
Atrancar los postigos de la casa es para mí como izar la puerta levadiza del castillo. Estoy a salvo. Segura.
¡Qué bueno este porrito después de la ducha! De aquí a un ratito me voy a dar un homenaje con unos filetitos de solomillo de ternera, así, vuelta y vuelta, que hoy me he portado bien.
Esta noche hacen "House", pero no sé si acabaré de verla, porque estoy muy cansada.
Es raro que no haya venido "Nobu", tengo para él una latita de atún. ¿Un coche, a estas horas? La Guardia Civil. No he visto nada raro, he llegado hace una hora de trabajar. Les llamo si me entero de algo, buenas noches.
¡Ummm!, era guapito el picoleto, me lo iba a pasar bien con él esta noche. ¡Que ricos los filetitos! Pero he cenado mucho otra vez. Ya me he perdido un par de escenas de "House", me voy a dormir.
Pronto tendré que retirar el edredón, ya tengo que dormir con los brazos al aire.
Estoy algo inquieta, me cuesta dormirme. Algo me preocupa. Se enciende una alarma dentro de mí. ¿Qué pasa? Es un olor. Todos los pelos del cuerpo se me erizan. Me vuelvo pálida. ¡Huele a sudor de hombre!
">
viernes, 25 de enero de 2013
Cuaderno de bitácora: sesión 24
Ridículo - Pau
Llevaba pocos meses en Ibiza. Tenía 19 años. Mi tio Antonio se esforzaba presentándome amigos suyos, gente ya talludita, cuarentones, cincuentones, gente con mucho mundo y vida a sus espaldas.
Recuerdo que un domingo ya cercano al verano, habíamos ido a Benirrás y que estábamos a las puertas del restaurante que queda a la izquierda cuando llegas a la playa, Antonio, algún amigo suyo y yo. De pronto apareció Manel Aragonés, prototipo de mujeriego, desenvuelto, bon vivant, se acercó a nosotros y dijo: "Ciao".
Yo en mi ignorancia y patetismo le contesté: "Adiós" o "Hasta luego".
Todos empezaron a reírse del tonto que no sabía que ciao siginificaba hola y adiós.
No supe que hacer ni que decir, me sentí ridículo y un poco humillado, un lobezno apalizado por los lobos adultos de la manada.
Recuerdo que un domingo ya cercano al verano, habíamos ido a Benirrás y que estábamos a las puertas del restaurante que queda a la izquierda cuando llegas a la playa, Antonio, algún amigo suyo y yo. De pronto apareció Manel Aragonés, prototipo de mujeriego, desenvuelto, bon vivant, se acercó a nosotros y dijo: "Ciao".
Yo en mi ignorancia y patetismo le contesté: "Adiós" o "Hasta luego".
Todos empezaron a reírse del tonto que no sabía que ciao siginificaba hola y adiós.
No supe que hacer ni que decir, me sentí ridículo y un poco humillado, un lobezno apalizado por los lobos adultos de la manada.
Ridículo - Rozio
La sensación de ridículo a veces llega con las cosas más sencillas y cotidianas.
El otro día estaba en clase, sentada al lado de Raquel. Era una jornada bastante intensa: prácticas, lecciones, entregas. Corria de un lado a otro para llegar a tiempo a todo. Finalmente llegó la última clase, citología, y con ella, prácticamente el final del día.
La voz del profesor se convertía en el perfecto bálsamo que acompañaba de fondo a mis pensamientos mientras se marchaban a otro lugar.
Entonces, cuando había perdido totalmente la noción de dónde me hallaba, sencillamente, abrí la boca y dejé sonar un sonoro y enorme erupto que resonó en toda la sala. Traumáticamente de vuelta a la realidad. No podía dar crédito a lo que había ocurrido. Pero aún quedaban más sorpresas. Nadie en toda la clase hizo ni caso del estruendoso sonido. Estupefacto, observé a todo el mundo disimular a duras penas y fueron los 5 segundos en los que el profesor consiguió la mayor atención de toda su vida.
Menos mal que en última instancia miré a mi amiga Raquel y su cara me confirmó que realmente había ocurrido. Naturalmente estallamos en risas las dos, y tras varios intentos de sumarnos a la banda de canallas que seguían haciendo como si nada hubiera pasado, nos marchamos al pasillo para desplomarnos riendo y llorando a gusto.
El otro día estaba en clase, sentada al lado de Raquel. Era una jornada bastante intensa: prácticas, lecciones, entregas. Corria de un lado a otro para llegar a tiempo a todo. Finalmente llegó la última clase, citología, y con ella, prácticamente el final del día.
La voz del profesor se convertía en el perfecto bálsamo que acompañaba de fondo a mis pensamientos mientras se marchaban a otro lugar.
Entonces, cuando había perdido totalmente la noción de dónde me hallaba, sencillamente, abrí la boca y dejé sonar un sonoro y enorme erupto que resonó en toda la sala. Traumáticamente de vuelta a la realidad. No podía dar crédito a lo que había ocurrido. Pero aún quedaban más sorpresas. Nadie en toda la clase hizo ni caso del estruendoso sonido. Estupefacto, observé a todo el mundo disimular a duras penas y fueron los 5 segundos en los que el profesor consiguió la mayor atención de toda su vida.
Menos mal que en última instancia miré a mi amiga Raquel y su cara me confirmó que realmente había ocurrido. Naturalmente estallamos en risas las dos, y tras varios intentos de sumarnos a la banda de canallas que seguían haciendo como si nada hubiera pasado, nos marchamos al pasillo para desplomarnos riendo y llorando a gusto.
Encuentro - Pau
He pasado las navidades en casa de mi madre. Esos días son el epicentro del terremoto que supuso la separación de Sonia. No nos hemos visto en esa larga y triste semana de villancicos y espumillones en la ciudad navideña.
Comiendo en casa con la familia, poco antes de partir hacia Denia, me llama Sonia. En su voz hay mucho sufrimiento y desesperación. Llanto.
Paso a verla apenas un momento. Me hace daño, todavía, recordar su rostro demacrado y su inacabable dolor.
Conduciendo hacia Denia con Juan Modesto, mi Ford Ka, no daban a basto los limpiaparabrisas de mis ojos.
El barco nocturno de Iscomar va semi-desierto. Monto mi campamento en una mesa del salón. Llevo música, y mi disc-man, me traslada a la mina del alma, pero es demasiado doloroso y tengo que dejar esas canciones.
Escribo una frase en mi cuaderno: "Ojalá se hundiera este buque en medio del mar".
Voy a la barra a pedir algo para beber. En todo el salón apenas hay cuatro personas, entre ellas un larguirucho leyendo un libro de tapas doradas que delatan a un lector de poesía (Tusquets editores).
Puedo hacer dos cosas: volver a mi campamento y torrarme a fuego lento en mi tristeza, o cambiar a un perfecto desconocido por un alma gemela.
Me decido por la opción más sensata. "¿Estás leyendo poesía?", le pregunto. Tras un intercambio de frases complices y cordiales, le invito a una cerveza.
Fuimos dos naufragos que se encuentran en una isla desierta. Hablamos y hablamos de todo: poesía, pasado, presente, futuro, amor, amistad, política, fútbol. No recuerdo quién propuso jugar al ajedrez, ni quién ganó la primera partida de las dos que jugamos. Sé que empaté con el que va a ser campeón o subcampeón de Ibiza.
Cayeron las horas. Nuestro encuentro sólo lo pudo interrumpir la megafonía del barco: "El propietario del Ford Ka matrícula IB2695Cl, baje a retirar el vehículo".
Recuerdo que le dije claramente al despedirnos: "Guille, yo quiero ser amigo tuyo. Nos llamaremos".
Lamentablemente, no le llamé y no sé qué habrá sido de él. Quede aquí constancia de ese encuentro.
Comiendo en casa con la familia, poco antes de partir hacia Denia, me llama Sonia. En su voz hay mucho sufrimiento y desesperación. Llanto.
Paso a verla apenas un momento. Me hace daño, todavía, recordar su rostro demacrado y su inacabable dolor.
Conduciendo hacia Denia con Juan Modesto, mi Ford Ka, no daban a basto los limpiaparabrisas de mis ojos.
El barco nocturno de Iscomar va semi-desierto. Monto mi campamento en una mesa del salón. Llevo música, y mi disc-man, me traslada a la mina del alma, pero es demasiado doloroso y tengo que dejar esas canciones.
Escribo una frase en mi cuaderno: "Ojalá se hundiera este buque en medio del mar".
Voy a la barra a pedir algo para beber. En todo el salón apenas hay cuatro personas, entre ellas un larguirucho leyendo un libro de tapas doradas que delatan a un lector de poesía (Tusquets editores).
Puedo hacer dos cosas: volver a mi campamento y torrarme a fuego lento en mi tristeza, o cambiar a un perfecto desconocido por un alma gemela.
Me decido por la opción más sensata. "¿Estás leyendo poesía?", le pregunto. Tras un intercambio de frases complices y cordiales, le invito a una cerveza.
Fuimos dos naufragos que se encuentran en una isla desierta. Hablamos y hablamos de todo: poesía, pasado, presente, futuro, amor, amistad, política, fútbol. No recuerdo quién propuso jugar al ajedrez, ni quién ganó la primera partida de las dos que jugamos. Sé que empaté con el que va a ser campeón o subcampeón de Ibiza.
Cayeron las horas. Nuestro encuentro sólo lo pudo interrumpir la megafonía del barco: "El propietario del Ford Ka matrícula IB2695Cl, baje a retirar el vehículo".
Recuerdo que le dije claramente al despedirnos: "Guille, yo quiero ser amigo tuyo. Nos llamaremos".
Lamentablemente, no le llamé y no sé qué habrá sido de él. Quede aquí constancia de ese encuentro.
Encuentro - Romanie
Estoy en un
autobús que recorre la Misión camino al trabajo en la hora punta de la mañana.
David va a mi lado. Estamos enlatados entre un bullicio de personas de habla
hispana, no entiendo las palabras, solo oigo el canto, tono y velocidad lenta
de las frases que se dicen. Tengo sueño y me dedico a observar las caras que
emiten estos sonidos, cuando de pronto hay una voz que se desdibuja de las
demás, es femenina, dura, contundente y muy rápida…es castellano de España. Mi
mirada curiosa se gira para ponerle una cara a esta voz y veo a una chica de
tez más blanca que los demás, facciones angulares, mirada intensa y sobre todo
una gran nariz muy afilada. Efectivamente, parece española. Se lo digo a David
y los dos nos quedamos mirando con cara de pasmarotes. En este tiempo tan
hostil en el que nos encontramos esta voz nos resulta muy recomfortante. Cuanto
más la miro y la escucho, más ganas tengo de cruzar unas palabras con ella. Mi
cabeza va muy rápido y me planteo la estupidez que supone ponerme a hablar con
ella solo porque somos del mismo país. Mi cabeza da mil excusas y el tiempo
pasa, el autobús va haciendo sus paradas y en cualquier momento pierdo la
oportunidad. Ella se mueve acercándose a la salida y pasa a mi lado. Una voz me
sale de dentro, como un impulso que no puedo controlar y me encuentro
preguntándole -¿Eres española?-. Ella se gira y me clava su mirada fija y me
dice-No, soy vasca.-Y en ese instante me siento estúpida y no sé lo que me ha sobrevenido para hacer
el contacto. Acto seguido me suelta una sonrisa rápida y penetrante.
Intercambiamos más preguntas y respuestas que lógicamente puedan caber en un
minuto. Que si sois españoles, que qué hacemos aquí, que si ella gana un montón
de dinero limpiando casas con productos ecológicos, que si tenemos casa, que si
ella estudia medicina china y su novio cine, que si esto y que si lo otro, y
encima nos escribe su número de teléfono en un papelillo para que la llamemos
si necesitamos cualquier cosa, y que se llama Nerea.
David y yo nos quedamos
agitados e ilusionados por el contacto. Guardamos el papelito con el número en
el bolsillo y seguimos con el día.
A los pocos días
surgen graves problemas de convivencia a raíz de contraer varicela. Nuestros
amigos nos acogen en otra casa donde ya somos siete los que hacemos noche en
sacos de dormir en el suelo. Tenemos la tentación de llamar al número que
tenemos guardado pero no lo hacemos por temor a ser una carga.
Esa noche se va
David con los demás de la casa a un cine club de nuestro barrio a ver una
película, yo me quedo en casa convaleciente. Al volver les acompañan dos más,
para mi asombro veo entrar a Nerea y su pareja, Iñaqui. Me explican que al
entrar al cine David y Nerea se reconocen a raíz del encuentro en el autobús de
la semana pasada. Acaban todos tomando algo después y se conocen más.
Finalmente han acordado acogernos en su casa hasta que encontremos un sitio
propio. Durante un mes convivo con ellos a diario y se forja una relación
fuerte y duradera que afecta y modifica nuestras vidas para siempre.
Y mi vida cambió - Marcela
A lo lejos se oían los gritos de las
instrucciones y el disfrute de los parapentistas, y en el cielo podía ver a
tres buitres leonados burlándose de ellos, mientras planeaban sin esfuerzo
alguno en una térmica.
Y entonces lo ví… ¿qué le pasaba en los ojos?
pobrecito, está ciego!...no, no lo estaba. Eran los ojos más claros que había
visto nunca y me hipnotizaron. Me vio, se acercó y se sentó a mi lado. En
silencio compartí con él mi comida y un poco de agua.
Estuvo un rato sentado a mi lado, observando
el vuelo de los parapentes, y sin dar las gracias se alejó para ir al encuentro
de una pareja que paseaba por el lugar.
Era una especie de relaciones públicas de la
Sierra de Teba; acompañaba a los turistas en sus paseos rurales, y se cobraba
en compañía y comida.
Hora de
volver a casa. Pensé en invitarlo, pero no... era
demasiado complicado, no estaba preparada. Nos despedimos con la mirada y
entonces sentí que él marcaría mi destino. Entré en el coche y él continuó su
tarde contemplando el vuelo de los parapentes.
Ya en casa no pude olvidarlo; dejé pasar un
día, para reflexionar sobre aquella tremenda atracción animal, y al día
siguiente conduje ciento cincuenta kilómetros para volverlo a ver. Fui al mismo
lugar, al punto más alto de Teba. Todo estaba casi igual, pero sin parapentes,
sin buitres y sin él.
Vi a un lugareño que paseaba ayudado de una
vara, y sin pensar en lo absurda que podía resultar, le describí lo mejor que
supe su aspecto, por si aquel buen hombre lo conocía, y aunque no tuve suerte
le dejé mi tarjeta…entonces no supe para qué. Pero ahora sí lo se. Una llamada
de teléfono esa misma noche cambió mi vida.
A primera hora del día siguiente, un miércoles
de Noviembre del año 2002 me planté en poco más de una hora en Teba para
encontrarme con él.
Era tan hermoso. Lo cogí en brazos y le dije,
ahora te llamas Tao.
Encuentro casual - Guillermo
El barco estaba casi vacío. Las aguas tranquilas como la
noche.
Sobre mi mesa apilaba libros: se viaja con poesía como forma
de alimento.
Recuerdo bien ese momento. Con tu barba espesa y tu cara de
bueno preguntaste acerca de ellos y compartimos mesa. Valencia, Ibiza y
Montevideo son ciudades diferentes pero esa noche tenían algo en común. Un
poema de Martínez Sarrión, Peón 4 Rey, un par de cervezas, tu vida en Can
Ignasi. Un aforismo de Wallace Stevens, caballo f6, otra cerveza, la vida de un
uruguayo en el extranjero. La ciudad que se deja atrás, la ciudad que se gana.
Un repaso a Goytisolo y Benedetti, cuentos del Atlántico, Sonia, la poesía como
forma de vida. No puedo ponerle tiempo a esa travesía. Recuerdo la locución del
barco preguntando por tu coche en bodega. Como niños en una fiesta de la que
nunca quieren que termine. El barco quedó vacío. Titilaban las luces del
puerto. Una suave brisa nocturna hacía volar las hojas sobre las aceras. Caminé
calles arriba, al llegar a casa, un pájaro se había posado en mi ventana.
Cuaderno de bitácora: sesión 23
29 de marzo de
2012, seis de la tarde, reunión en Can Ignasi. Asistimos a la sesión: Romanie, Rocio,
Jason, Marcela, Guillermo, Pau y Antonio.
Ejercicio: Escrito sobre la situación en la que hallamos sentido ridículo.
Ejercicio: Escrito sobre la situación en la que hallamos sentido ridículo.
Lecturas compartidas:
- Esteban Peicovich: "Poemas plagiados"
Ridículo - Romanie
Yo
tenía diez años y mi hermano 11. Estábamos haciendo los deberes para el día
siguiente, nos costaba mucho concentrarnos en esta tarea porque faltaban 5 días
para Navidad y estabamos agitados. De pronto suena el timbre de casa y hacemos
una carrera para ir a abrir la puerta porque Mamá esta ocupada con Kane. Al
abrir la puerta nos quedamos asombrados por lo que nos encontramos, no
entendíamos nada. A pie de puerta había una personita pequeña de unos cinco
años disfrazada de astronauta con un conjunto gris plateado y que decía en un
acento sudafricano ser nuestra prima. Nos quedamos mudos un segundo y después
llamamos a Mamá con voz rota. Mientas ella se acercaba desde el fondo de la
casa hasta la puerta y nosotros intentábamos entender algo, detrás de esta niña
sale de los arbustos una mujer toda despeinada que nos intenta dar un susto,
justo en ese momento, Mamá y ella se encuentran , se ríen y se abrazan. Realmente
son familiares nuestros! Increíble! Mi hermano y yo nos fuimos al cuarto y nos
tiramos encima de la cama a reír, nos dio un ataque de risa de los que no
puedes parar. No sé si era por los nervios de Navidad, no querer hacer los
deberes o la sorpresa de por fin haber conocido a nuestros familiares de los
que tantas cosas raras habíamos oído decir, desde luego eran más raros de lo
que nos podíamos imaginar.
Tengo
5 años, ahora me gusta este número porque ya no tengo que agachar ningún dedo
de la mano cuando me preguntan cuántos años tengo. Aunque empiezo a pensar que
el año que viene se complica cuando ya no puedo decir mis años con una mano y
tendré que extender una abierta y otra enseñando un dedo.
Mamá
dice que nos vamos a Inglaterra a pasar las navidades y que voy a conocer a mi
familia. Me dice que allí hay nieve y que hace mucho frío. Ahora entiendo para
qué sirve eso que cada día me prueba en su taller. No sé si me gusta, hace
mucho calor cada vez que me lo pruebo y me clavo agujas, es un rollo. Me
gustaría más si fuera rosa, pero es como el metal y forrado de fieltro rojo. Mi
mama me ha hecho unas alitas en los hombros y me ha dicho que es un disfraz de
La Guerra de las Galaxias y ya me gusta más, pero hace mucho calor.
Ahora
ya hemos llegado a Londres y esto es muy divertido, hay mucha gente por todo y
mucho chocolate. Hoy vamos en autobús a ver a mis tíos. Mi madre me ha puesto
el traje metalizado y ya no es tan caluroso como antes, ahora ya me gusta más,
me imagino que soy de la serie de televisión. muchas personas me hablan de mi
traje durante el viaje, es un gran tema de conversación.
Justo al
llegar a casa de mi tía mi madre me da instrucciones. Me dice que toque al
timbre mientras ella se esconde en el arbusto y así les gastamos una broma, así
que yo me pongo en posición y hago lo que me dice. Me abren la puerta dos niños
que creo que son mis primos y por eso me presento y quiero que se presenten
pero no dicen nada, ni hola, y me miran muy raro. Cuando aparece mi tía es muy
cariñosa conmigo y con mi madre. Tienen una casa muy divertida con tele, todo
el suelo de alfombra y muy calentita. Mis primos están juntos riéndose y no se
acercan , así que descubro a mi otro primo que está sentado en una silla muy
rara con ruedas. Le hablo y no contesta, así que le muerdo el dedo grande del
pie a ver si me hace caso. Ël empieza a gritar a hacer cosas muy raras pero aun
no habla y todos van a ayudarle y me dan la bronca a mí, pero eso es otro
episodio.
Ai Cat Chú - Marcela
-->
“Deseo la paz en el mundo y que los negritos
de África no pasen hambre”
Desde luego yo no pasaba hambre, mi madre
cuidó mucho mi alimentación, tanto, que el día de mi primera comunión parecía
una muñeca repollo enfundada en un vestido blanco con volantes y un precioso
gorrito de encaje, tipo “amish”, que acentuaba mis enormes mofletes.
Debía ser el día más importante de mi vida, el
más feliz; eso me dijeron, pero lo cierto es que después de comulgar no sentí
nada especial, todo seguía igual y eso no me dio buena espina. Pensé que,
quizás, no era el día más importante ni el más feliz, pero la protagonista era
yo, y ¡no Raquel!.
La celebración continuó en mi casa, territorio
que controlaba a la perfección y eso me otorgaba el control y el mando. Así que
mandé a paseo a Raquel para jugar yo sola con mi amiga Paola.
Gran error.
De repente, risas, palmas y olés se oían en el
salón. Era ella. Tan rubita, tan delgadita, con ese aspecto de sueca tostada y
con esa gracia andaluza, estaba deleitando a mi público, en mi casa, en mi gran
día.
No podía consentir tal osadía, debía recuperar
el control y lograr que todas las miradas se centraran en mi. Corrí a mi
habitación para quitarme los kilos de tul blanco y vestirme con ropa sexi, mis
short vaqueros desflecados, una camiseta apretada que no disimulaba lo rolliza
que estaba, como pensaba entonces, y una chaqueta que me valdría para iniciar
mi actuación.
Había ensayado cientos de veces cada una de
las canciones de mi peli favorita, ¡Grease!.
Escogí aquella donde Olivia Newton John se
transforma en una leona devorahombres:
“Ai cat chú”
Empieza la música, todos me miran con la boca
y los ojos muy abiertos. Lo conseguí. Raquel ha desaparecido.
Ridículo - Hassan Ahmar
-->
Las velas bañaban su rostro con una cálida
luz. Sonaba de fondo un piano, suaves melodías que se entremezclaban con el
dulce golpeteo de la lluvia sobre los altísimos ventanales del restaurante. Las
carreras del agua sobre los cristales desdibujaban una ciudadela laberíntica
que se extendía colina abajo hasta desaparecer en la oscuridad. Las sedientas
copas al fin parecían saciadas y enmudecían ante la epífanía de postres caidos
del mismísimo cielo. Permanecía arrobado sin poder separar la mirada de sus
ojos. Todo mi ser vibraba de contento, ahora sus deliciosos labios se cerraban
sobre la cucharilla dibujando unos contornos que insinuaban el mismísimo
paraiso. Empecé a llorar de júbilo. Levantó su mirada y me sonrió. Soltó la
cuchara y alargando su mano sobre el atercipelado mantel cogió la mía. Me reí
mientras trataba de recomponerme. En ese momento el maitre se acrcó con dos
copas y una cubitera cubierta con una tela. Ceremoniosamente sacó del hielo una
botella de champagne, la descorchó y nos sirvió. Lo hizo en silencio, con un
tacto exquisito, cómplice pero manteniendose al margen. Por esa exquisita
sensibilidad en el servicio, además de la impresionante cocina y bodega, e
incomparable marco paisajístico había elejido el Le Marrakchi. Las cornetas del
cielo sonaban para mi esa noche, por ella, para ella. Los astros nos habían
venido todos a saludar y centelleban distantes asomados por un claro en las
cargadas nubes. Alzamos las copas y brindamos: - Por ti, por nosotros, por
todos los seres.- declamé. Volvió a sonreir y sin levantar su mirada de la mía
bebió lentamente. Dulce nectar de la más radiante flor que yo, cual abejorro
zumbón, ya me veía sorbiendo esa noche, por primera vez, entre sábanas de seda,
perfumes de jazmín y pétalos de rosa.
Se disculpó un momento y mientras se
ausentó pedí al maitre la cuenta. Llegó en una caja dorada con motivos
vegetales repujados. La abrí y dejé dentro mi tarjeta. Ella ya volvía,
perfecta, reluciente, pavorosamente sensual, luciendo un largo vestido ajustado
que permitía descifrar el todo. Estaba sin palabra, el verbo se había hecho
carne. Me mareaba. Creí que era de júbilo. Se sentó y apuró su copa. -Vámonos-
dijo. -Ya nos espera fuera el coche- repliqué. -Discúlpame un instante mientras
traen la vuelta- dije mientras me levantaba para ir al baño. -Voy a refrescarme
un instante y salimos.- Al empezar a andar la moqueta se ablandó bajo mis pies,
como si fuera arena. Oh! mis rodillas flaqueaban, la cabeza me daba vueltas.
Seguro que ella me observaba, así que atención!, La Puerta, es allí, recto,
tranquilo, respira. Así que mareado de amor eh? Si, de eso también... dos pasos
más y ya estaría. Rompí a sudar, me subía la nausea. Ay Diós mio! no la
caguemos ahora. Llegué antes de entrar en erupción, justo a tiempo de apoyarme
en la puerta y empujarla. Salvado! ¿Salvado?. Corrí hacia el lavamanos pero a
esas alturas la arena se había convertido en agua y perdiendo pie me hundí en
mi miseria hasta la cabeza. Trastablillé y caí de espaldas, en seco. Quedé
estirado en el suelo revolcado en vómito y sintiendo un calorcito lamiendome
las entrepiernas. No quise ni mirar, para qué, sabía que espectáculo se
dibujaba allí abajo, sobre mis pantalones, sin tener que verlo. Después de unos
interminables minutos en los cuales descendí al infierno mi mente desconectó y
perdí el conocimiento.
Ahora me sujetaban dos camareros, me
habían encontrado tirado en un charco de inmundicia después que ella les
advirtiera de mi prolongada ausencia. Habián tenido la delicadeza de sacarme la
chaqueta del esmoquin, llena de pedazos de lava, me habían limpiado la cara y
estaban pendientes de mi vuelta a la consciencia. -Gracias, les dije. - Ya
estoy mejor.-
-¿Seguro?
-Si, seguro- respondí.
-Si quiere déjenos la chaqueta y se la
mandaremos limpia al hotel.
-Gracias, si, parece una buena idea.
Salieron del baño y unos instantes
después, tras arreglarme ante el espejo, empecé a volver hacia la mesa. Iba
pensando en qué le iba a decir cuando a medio camino, en el centro de la sala
del restaurante, con todo el mundo mirándome, noté una humedad fría entre las
piernas.
Cuaderno de bitácora: sesión 22
23 de febrero de 2012, siete de la tarde, reunión en casa de Diana. Asisten a la sesión: Marcela, Romanie, Rocio, Jason, Marcela, Guillermo, Pau y Diana.
Ejercicio: Escrito sobre la situación propiciada por un encuentro casual
Lecturas compartidas:
- Sarah Shun-lien Bynum: "Las crónicas de la señorita Hempel"
- Jorge Luis Borges: "Obra poética" "Historia de la noche"
- Groucho Marx: "Las cartas de Groucho Marx"
- José Emilio Pacheco: "La llamada de la tinieblas" (elogio del jabón).
La receta - Antonio
300 ml de agua, 250 gr de harina de fuerza, 250 gr de harina integral, 1 cucharada de sal, 1 chorro generoso de aceite, 30 gr de levadura de cerveza, manos fuertes, brazos dispuestos a amasar, reposo, dos veces, y, sobre todo, amor, la masa es un bebé, siempre ha de estar calentita y subir a su ritmo. La receta de mi abuela brillaba amarillenta en la pantalla del ordenador. El silencio de la letras aún hacía resonar su voz en mi cabeza. Mi madre me había hecho llegar una caja entera de fotos antiguas y papeles de la abuela para que los escaneara y pasaran a ser "eternos". Ahora tras la pantalla, inanimada, plana, carente de emoción, viendo ese pedazo amarillento lleno de letras, cayó el peso de la memoria, extrañamente el olfato se llenó de los olores antiguos, casi olvidados, mi estudio se convirtió en la cocina estrecha y triste del piso de barrio obrero de la abuela, donde mamá y yo pasábamos los viernes por la tarde cocinando pan y salsa de tomate, sentadas en los modestos taburetes de contrachapado y patas de metal, feos, incómodos e insustituibles. Charlas que yo primero no escuchaba de niña, que luego intentaba eludir de adolescente, y que no supe perderme nunca de mujer hasta que la abuela no se despertó un viernes por la mañana. El olor y un sabor de cocina que nunca más he sentido, y que, ahora, sin quererlo, me une más que nada a las mujeres de mi familia, y a lo que sin saberlo del todo soy.
El cambio - Pau
Cuando oyó, a lo lejos, explotar las primeras bombas, supo que ese día, un angel de la guarda le había salvado.
El cuartel estaba siendo bombardeado. Se dirigió a paso rápido hacia el lugar dónde la tragedía se abatía sobre sus compañeros. La gente, en las calles, miraba atemorizada hacia el lugar atacado. Señalados por columnas de humo que nada bueno anunciaban. Ricardo, jadeando por lo acelerado de su paso, llegó al cuartel en el que reinaba el caos y la destrucción.
Había muchos muertos y heridos. Había sangre en el suelo y en las paredes. Algunos heridos caminaban como sonámbulos sin rumbo claro.
Se dirigió al comedor. Allí la escena era desoladora. La primera bomba había sorprendido a varios soldados mientras comían y la onda expansiva había hecho bien su trabajo. No quedaba nadie vivo.
Entre los muertos estaba su amigo Arturo. Enajenado, en estado de shock, apartó uno de los cadáveres que se había desplomado sobre la mesa y se puso a comer, despacio, del plato de lentejas que el muerto no había podido terminar, intentando apartar de su cabeza un pensamiento insidioso que le abrasaba por dentro: Si Arturo no hubiera accedido generosamente a cambiarle la guardia ese día para que él pudiera salir con su novia, habría sido él quien hubiera dejado a medias ese plato de lentejas.
El cuartel estaba siendo bombardeado. Se dirigió a paso rápido hacia el lugar dónde la tragedía se abatía sobre sus compañeros. La gente, en las calles, miraba atemorizada hacia el lugar atacado. Señalados por columnas de humo que nada bueno anunciaban. Ricardo, jadeando por lo acelerado de su paso, llegó al cuartel en el que reinaba el caos y la destrucción.
Había muchos muertos y heridos. Había sangre en el suelo y en las paredes. Algunos heridos caminaban como sonámbulos sin rumbo claro.
Se dirigió al comedor. Allí la escena era desoladora. La primera bomba había sorprendido a varios soldados mientras comían y la onda expansiva había hecho bien su trabajo. No quedaba nadie vivo.
Entre los muertos estaba su amigo Arturo. Enajenado, en estado de shock, apartó uno de los cadáveres que se había desplomado sobre la mesa y se puso a comer, despacio, del plato de lentejas que el muerto no había podido terminar, intentando apartar de su cabeza un pensamiento insidioso que le abrasaba por dentro: Si Arturo no hubiera accedido generosamente a cambiarle la guardia ese día para que él pudiera salir con su novia, habría sido él quien hubiera dejado a medias ese plato de lentejas.
Flashback - Romanie
Estábamos subiendo
por la calle Misión esquivando muchas personas que cómo nosotros caminaban
rápido para combatir el frío de un sábado noche de febrero. Un ir y venir de
voces hablando en español con acentos
muy distintos al mío, México, Puerto Rico, El Salvador… Lapo me llevaba a la
concurrida cantina de la que tanto me había hablado, para comer algo antes de
ir al concierto. Me di cuenta de que iba sonriendo mientras absorbía el
bullicio del barrio, me sentía tan contenta de estar de vacaciones y
encontrarme en este ambiente que me resultaba tan exótico . Todo me parecía
formar parte de una postal en mi recuerdo. Justo al llegar al cruce con la
calle 23rd había una sucursal de banco y Lapo me pidió que lo esperara un
momento mientras sacaba dinero. Mientras esperaba mi mirada se quedó absorbida
mirando el tráfico que pasaba por la calle y con ese sonido tan particular de
los cables que rozan veo cómo se para un autobús eléctrico al otro lado de la
calle. En su interior está lleno de personas, unas sentadas y otras de pie,
otras se preparan para bajar y otros están subiendo. Esta imagen captura mi
atención como el escenario iluminado en un teatro desde mi asiento oscuro.
Siento una cierta angustia o un nudo en la garganta. Soy una de esas personas
que vuelve del trabajo entre fuertes olores a personas ajenas, esa luz
fluorescente y deprimente del interior del autobús. Estoy volviendo al piso
después de un jornal de 9 horas en la pizzeria cobrando 4.60$ la hora con un
permiso de trabajo falso, llevo tres semanas trabajando y aun no me han pagado.
Me siguen dando largas, pero no tengo otra opción. Estoy preocupada y no sé qué
voy a hacer. Esta ciudad apenas la conozco y mi situación es clandestina. El
piso al que vuelvo para dormir es la cama de Santiago que me la presta mientras
él trabaja en turno de noche. Me tengo que esperar media hora en una cafetería
cuando llegue a la 24th mientras espero que se hagan las 23h y él me dé la
llave. Siento angustia al no tener un lugar dónde descansar la vista en todo el
día, estoy cansada, no tengo tranquilidad ni dentro de mí. Pero algo tiene que
pasar, tengo que sobrevivir esto cómo sea…es un bache….
….Lapo me dió un
toque en el hombro y con una sonrisa me dije que nos fuéramos rápido, que ya tenía el dinero. Estaba confusa en ese momento, ya no llevaba esa
sonrisa permanente de turista, mi estómago ya no tenía hambre y mi cabeza tardó
unos instantes en recoger todas esas sensaciones que mi cuerpo había vivido.
Tomé un trago de aire fresco y volví a sonreír. Ya pasó todo eso. Ahora estaba
de vacaciones, tenía una buena cama donde dormir, dinero que gastar y era ese
mismo escenario el que me servía hoy para disfrutar. Un mismo lugar y tantas
emociones distintas que conviven, quizás tantas cómo personas.
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