sábado, 21 de junio de 2014

Un día grande - Pau/Antonio

PAU
 
Para él, pese a ser sábado, era un día laborable y se despertó pronto, antes del amanecer; una cena copiosa y unos nervios comprensibles habían propiciado un sueño defectuoso. Se duchó y afeitó con morosidad intentando poner en blanco su mente tan atestada.
     Una vez sentado a la mesa de la cocina con el humeante café con leche entre las manos y la mirada perdida, dejó libres todos sus pensamientos. Pensó en las legiones de seres humildes que pueblan la Historia, los oprimidos, los desfavorecidos, los pobres desde muchas generaciones atrás, los millones de campesinos que dejaron su vida en los surcos del arado, entre el barro y el sudor para perpetuar la estirpe de los señores, los que no tienen casa ni futuro y proliferan tristemente en portales y parques, los ancianos que ya dejaron de llorar porque terminaron sus lágrimas, los presos que no tuvieron posibilidad de defensa y cargan con esa ley tan pesada que les cae a los pobres por delitos nimios y que los arrincona en las cárceles para que no molesten a los que tienen el poder. ¡Ah, los poderosos!: banqueros, políticos, aristócratas, autoridades eclesiásticas... siempre en la zona noble, en su primera clase, en sus palcos, sus tribunas; las manos limpias y el corazón sucio, los que nunca han tenido interés en que las cosas cambien y están en los libros de Historia con sus nombres y apellidos.
     Antes de salir de casa puso en el equipo de música antiguas canciones revolucionarias, viejos cantos de guerra. "Hay días grandes y pequeños, y este es un día grande." se dijo.
     Atravesó en su moto el frío del amanecer y las calles vacías de la ciudad dormida. No le sorprendió ver a la puerta del juzgado a hora tan temprana a docenas de periodistas de todo el mundo. Por primera vez en la historia de la humanidad, el miembro de una familia real iba a declarar ante un juez por sus sucios negocios.
     A las 10 en punto, se dispuso a entrar a la sala de vistas donde ya le esperaba sentada Cristina Federica de Borbón y Grecia, flanqueada por los mejores abogados del estado. Pero antes, el juez Castro en la intimidad de su despacho, se levantó el jersey y beso su insignia, que siempre llevaba puesta, la bandera republicana.


ANTONIO



“Negras tormentas agitan los aires / nubes oscuras nos impiden ver,/ aunque nos espere el
dolor y la muerte, /contra el enemigo nos llama el deber. / El bien más preciado es la libertad”.
He escuchado miles de veces el inicio de “A las barricas”, y siempre despierta en mí la misma sensación de alegría y tristeza. Luchar, buscar la justicia, siempre rodeados de tormentas, esperando el primer rayo de sol de la primavera. Unos arriba y otros abajo, divididos por una línea tan imaginaria como fuertemente protegida por puertas blindadas en las fronteras de la clases sociales. Yo he encontrado algunas llaves, también muchas puertas, incluso he tropezado con guardianes, ratas de alcantarillas disfrazadas de traje, caros perfumenes ocultando el hedor de la bajeza humana. Ya no le pongo azúcar al café, no admito ni un engaño, ni una mentira piadosa. Me he vuelto huraño en la formas, lo sé, lejano, extraño. Nunca he querido ser el centro, la primera frase de un telediario, ni siquiera una palmada cómplice en la espalda. Lo sé, eso no hace amigos, la soledad y el silencio crean suspicacias. No me importa. El bien más preciado es la libertad.
Hoy saldré aún de noche, para evitar los focos y sobre todo, sentir el frío de un aire que aún no me pueden robar.
Han sido meses de preparación, mucha gente perdiendo el sueño por ayudarme a llegar a este día, muchos más perdiendo el sueño y moviendo los cimientos del sistema por impedir una sola palabra con interrogantes hoy. En el portafolio hay cuarenta hojas de preguntas, sospechas, certezas, dudas, protocolos, subterfugios y algún trámite inevitable. Las voy a repasar todas, una por una, con el mismo mimo, la misma responsabilidad, y el convencimiento de callar sólo una con respuesta.
“Dª. Cristina, ¿sabe qué tenemos en común usted y yo? Ambos nos despreciamos el uno al otro. Mis razones son transparentes, expóngame usted las suyas”.

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