domingo, 22 de junio de 2014

Comida - Pau

Los ruidos que hacen mis tripas vacias resuenan con fuerza en este silencio increible. Hace ya nueve días que no como nada. Ya no salgo en  mi balsita a explorar, no tengo fuerzas. Tengo preparada la cuerda para acabar con esta locura alucinada cuando la desesperación sea apenas un poco más lacerante.
     Una tarde, mientras miraba viejas fotos de tiempos felices, oí un ruido; era un leve chapoteo lejano, pero para mi oido tan hecho al silencio, perfectamente audible. Subí corriendo al tejado de la casa y a unos 500m.  ví a un hombre en un flotador acercándose a la casa. Cuando llegó, le abracé llorando de alegría y le hice pasar. Era la primera persona que veía hacía más de tres meses. Me contó una historia parecida a la mía, pero en una de sus exploraciones se alejó demasiado de su casa, la perdió de vista y no pudo volver.
     Cuando le expliqué mi situación, me propuso que intentásemos encontrar su casa, estaba casi seguro de que yendo hacia poniente lo conseguiríamos. Me dijo que le quedaba bastante comida en la despensa. "-Bien, mañana al amanecer partiremos.", le dije.
     Le dejé sentado a la mesa del salón y fui a la cocina a coger la barra de hierro. Me acerqué despacio por detrás y con todas mis fuerzas le golpeé en la nuca. No hizo falta rematarle. Le desnudé, observé su cuerpo con ojos de matarife y me acordé de las enseñanzas de psicopigs. Con mi mejor cuchillo corté unas cuantas tiras de los antebrazos y preparé una hoguera con una estantería. Mientras se hacía la comida, luché por apartar de mi cabeza cualquier tipo de remordimiento.
     La carne quedo muy hecha por fuera y algo cruda por dentro, pero me supo a gloria. El sabor era como una mezcla de pollo y ternera. Al día siguiente probé la parte del muslo, de sabor más intenso. Debido al fuerte calor, a los tres días tuve que deshacerme de lo que quedaba de ese buen hombre que me había salvado la vida, o al menos me la había alargado. Gracias a un bote de sal casi lleno que me quedaba pude conservar unos cuantos trozos en salazón.
     Desde que llegó el primer hombre, con una milagrosa regularidad van apareciendo náufragos perdidos a los que recibo con mi acreditada hospitalidad. Siempre me gusta escuchar sus historias, luego los dejo sentaditos a la mesa mientras voy a la cocina a buscar algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario