domingo, 22 de junio de 2014

La Riera - Pau

  Debió pasar una hora que se me hizo eterna, cuando agotada y cerca ya del final, ví flotando cerca de donde me encontraba un gran trozo del techo de la cabaña. Lo alcancé y subí a él. Estaba momentáneamente salvada aunque aterida de frío y muy cansada. Cerca de mí seguían pasando restos de la riada: maderas, ropa, plásticos, objetos diversos...
     Quiso el azar que junto a mí pasase mi más preciada pertenencia. en medio de mi desesperada situación, me hizo sonreir y alegrarme: era el contenedor de plástico en el que guardaba todas mis cartas. Al ser estanco, había podido flotar y preservar su interior del agua. Dí gracias a las estrellas por ese inesperado regalo.
     Esperé al amanecer para abrirlo y comencé a leer las cartas una por una. Hacía muchísimo tiempo que no las leía. Había cartas de mi familia, de amigos, cartas de amor... Cada carta que leía, la iba lanzando al agua. Gran parte del día se me pasó leyendo toda mi correspondencia. Como estaban ordenadas cronológicamente y así las fuí leyerndo, esa lectura se convirtió en un repaso a toda mi vida: la infancia candorosa, la adolescencia rebelde y soñadora, la primera juventud tan tremenda y difícil, la madurez de plenitud.
     Por un extraño efecto, todas las cartas flotaban detrás de mi balsa de fortuna formando una gran cola; era como un cometa en el mar, el cometa de mi  vida.
     Ya solo quedaba una carta. La carta que me había llevado a retirarme, a apartarme del mundo en la pequeña cabaña. Empecé a leer: "Lo nuestro se ha terminado, me voy para siempre..." No pude seguir leyendo. Miré hacia poniente. El sol empezaba a ponerse detrás de mis lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario