sábado, 21 de junio de 2014

Pune - Romanie/Guillermo


(Romanie)

Habían sido dos meses expuestos al intenso y constante movimiento de una gran ciudad asiática.
Al salir de la cápsula del avión y entrar en contacto con otro aire, ella fue despertada por un silencio. Un doble silencio, tanto de sonido como de olfato.
Pasaron unas horas de espera en el aeropuerto y otras en el siguiente vuelo. Al bajar de avión, mientras sus “recientemente-despertados sentidos” se regocijaban en ese nuevo espacio, de pronto se quedaron a la sombra de otro despertar: la vista.
La nitidez con la que veía un paisaje urbano cualquiera le fascinó tanto que se lo explicó varias veces esa misma tarde a diversos familiares. Sabía que era una de esas experiencias que solo se podrán vivir. Se dio cuenta de que realmente se lo estaba explicando a ella misma.
A estos tres despertares se le sumó un cuarto. El sabor de las olivas verdes partidas y ese primer sorbo de vino tinto.
La intensa vivencia de esa experiencia fue desintensificándose a medida que pasaba el tiempo y esa gratitud espontánea se veía sustituida por una acartonada, provocada por el recuerdo, pero ella tenía la certeza de que esto había quedado marcado en su fibra y algo había cambiado.

(Guille)


Esta mañana en el taller es distinta a otras. Me inquieta esta maravillosa luz, se presenta dulcemente desconocida. Un remolino de sensaciones sacuden todos mis sentidos. Nuevos estímulos detienen mi pincel. La tierra huele como no había olido nunca. La brisa trae el mar hasta mi ventana. Puedo escuchar el murmullo de las acículas de los pinos, el canto de los pájaros palpitando en mi interior, tan lejano y tan cerca, del imbécil estruendo de impertinentes bocinas. Busco un ocre o un azul habitual, pero se mezclan confusos sobre la madera. El color quiere ser otro por momentos. Mi mano dibuja un trazo, decide una pincelada, luego se pregunta entre silencios. 

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