domingo, 22 de junio de 2014

La Riera - Anahi


Cuando desperté estaba empapada de sudor , las manos estaban agarrotadas y aferradas a las sabanas. Por la ventana de casa entraba la dulce brisa de la primavera.
Mire desesperada alredor , y todo seguía en su sitio. Cada cosa en su lugar, el mismo lugar desde hacia 4 años, desde la primera vez que tuve esta pesadilla. Una o dos veces al mes me despertaba aterrorizada. Flotando entre mis cosas. Mi primera respuesta. Fue la misma de siempre salir corriendo y verificar que todo estaba en su lugar. Había perfeccionado el arte de la verificación al extremo. No podía perder nada. Era todo tan querido para mi. Cada cosa con su historia. Mientra verificaba recordaba la historia de cada objeto mientras los acariciaba con cuidado. Rememoraba como habían llegado a mi y por que los atesoraba.
Así que me abandone a la rutina pos pesadilla y comencé la verificación  cuidadosa de mis cosas, de mis fragmentos. De derecha  a izquierda en espiral primero cada cosa de las paredes y luego ir cerrando el circulo hasta el centro de la habitación. Absorta como estaba en mi rutina, no ví que el taburete se había movido un poco, me pegue en la rodilla y caí al suelo. Con tan mala suerte que también me di un pequeño golpe en la cabeza. No era grave pero un pequeño hilo de sangre se deslizo por mi frente.
De pronto me vi en el suelo, aterrorizada aun por la pesadilla, agarrándome la rodilla magullada con la mano derecha y con la izquierda viendo una mancha de  sangre roja y brillante manchando mis dedos. Allí estaba, como en mi sueño, flotando entre un mar lleno de mis cosas.
 No pude soportarlo más. Abrí la ventana del salón y lance con todas mis fuerzas  mis cosas hacia afuera. Una  a una iban aterrizando en el jardín sobre la hierva aun humedad del rocio y bañadas por la luz del sol. Primero lance las cosas pequeñas, luego los libros y por ultimo, los muebles.

Al terminal. Volví a mirar a mi alrededor y al fin la pesadilla había terminado. No había nada a mi alrededor. Me acerque a la ventana apoye las manos en el marco de la puerta y la brisa de media mañana de primavera me retiró el pelo de la cara. Por primera vez, en cuatro años fui feliz. Salí al jardín levanté del suelo la pamela y un cesto que había aterrizado seca de las margaritas y me fui camino abajo a buscar cetas.

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