Cuando desperté
estaba empapada de sudor , las manos estaban agarrotadas y aferradas a las
sabanas. Por la ventana de casa entraba la dulce brisa de la primavera.
Mire desesperada
alredor , y todo seguía en su sitio. Cada cosa en su lugar, el mismo lugar
desde hacia 4 años, desde la primera vez que tuve esta pesadilla. Una o dos
veces al mes me despertaba aterrorizada. Flotando entre mis cosas. Mi primera
respuesta. Fue la misma de siempre salir corriendo y verificar que todo estaba
en su lugar. Había perfeccionado el arte de la verificación al extremo. No podía
perder nada. Era todo tan querido para mi. Cada cosa con su historia. Mientra
verificaba recordaba la historia de cada objeto mientras los acariciaba con
cuidado. Rememoraba como habían llegado a mi y por que los atesoraba.
Así que me abandone
a la rutina pos pesadilla y comencé la verificación cuidadosa de mis cosas, de mis fragmentos. De
derecha a izquierda en espiral primero
cada cosa de las paredes y luego ir cerrando el circulo hasta el centro de la
habitación. Absorta como estaba en mi rutina, no ví que el taburete se había
movido un poco, me pegue en la rodilla y caí al suelo. Con tan mala suerte que
también me di un pequeño golpe en la cabeza. No era grave pero un pequeño hilo
de sangre se deslizo por mi frente.
De pronto me vi en
el suelo, aterrorizada aun por la pesadilla, agarrándome la rodilla magullada
con la mano derecha y con la izquierda viendo una mancha de sangre roja y brillante manchando mis dedos. Allí
estaba, como en mi sueño, flotando entre un mar lleno de mis cosas.
No pude soportarlo más. Abrí la ventana del
salón y lance con todas mis fuerzas mis
cosas hacia afuera. Una a una iban
aterrizando en el jardín sobre la hierva aun humedad del rocio y bañadas por la
luz del sol. Primero lance las cosas pequeñas, luego los libros y por ultimo,
los muebles.
Al terminal. Volví a
mirar a mi alrededor y al fin la pesadilla había terminado. No había nada a mi
alrededor. Me acerque a la ventana apoye las manos en el marco de la puerta y
la brisa de media mañana de primavera me retiró el pelo de la cara. Por primera
vez, en cuatro años fui feliz. Salí al jardín levanté del suelo la pamela y un
cesto que había aterrizado seca de las margaritas y me fui camino abajo a
buscar cetas.
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