domingo, 22 de junio de 2014

La Riera - Paco


Desperté desorientada, tumbada sobre una superficie mullida y arropada con una manta. No sabía cuánto :empo había permanecido inconsciente. Un hombre con barba blanca me miraba sonriendo. Me explicó que era pescador, que yo estaba a salvo en su barco y al amanecer arribaríamos a puerto.
El haberme hallado tan cerca de la muerte me dio una nueva perspec:va de la vida y valoraba cada nuevo día como un regalo. Antes mi existencia se reducía al cuidado de mi pequeña cabaña y su huerto. Era una vida de ermitaña que había buscado voluntariamente. Amaba la independencia y la paz que proporcionaba la soledad. Sin embargo, ahora mi vida tenía un nuevo sen:do. Quería ayudar a la gente desfavorecida. Colaboré como ayudante en comedores sociales, centros de acogida para indigentes y recorrí aldeas africanas como voluntaria de una ONG. Trabajaba desde el amanecer hasta la caída del sol y cada noche me senOa exhausta y sa:sfecha y llena cuando me iba a dormir.
Una tarde, mientras visitaba a mi Oa, mi único familiar vivo, que vivía en Madrid, cuando cruzaba un paso de peatones, un coche giró a gran velocidad la esquina y me atropelló. Quedé tumbada en el asfalto. No podía moverme ni hablar, pero era consciente de lo que ocurría a mi alrededor. Dos enfermeros del SAMU me colocaron sobre una camilla y me me:eron en la ambulancia. Escuché las sirenas y el movimiento del vehículo que iniciaba la carrera hacia el hospital.
En ese instante, noté que las fuerzas me abandonaban completamente. Abrí los ojos y me vi nuevamente en el agua, hundiéndome poco a poco, mientras las estrellas seguían brillando indiferentes a lo lejos.

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