domingo, 22 de junio de 2014

Desierto - Pau

     Cuando despertó aquella mañana en ca'n Ignasi, todo parecía normal y, sin embargo, sin que aún lo supiera, se había producido un cambio extraordinario.
     Al levantarse de la cama, pensó fugazmente que había un silencio más propio de día festivo que del martes de febrero que estaba comenzando. Se vistió y al abrir las puertas de la casa, se quedó sin respiración. "-Hostia", acertó a exclamar. Le costó un rato creer lo que estaba viendo: su casa estaba completamente rodeada de agua que llegaba hasta la misma puerta. Delante de él sólo se veía una inmensidad de agua. "Hostia", volvió a exclamar cuando subió al techo de la casa y se dió cuenta de que todo alrededor era agua; su casa era una diminuta isla en medio de un gigantesco mar. El silencio era estremecedor, oía perfectamente a su corazón bombear intranquilo, oía el roce de su ropa contra la piel. Gritó hasta enronquecer y sus gritos se perdieron en un horizonte líquido y vacio.
     Después de dos días que se le hicieron eternos, decidió explorar. Hinchó la colchoneta de playa que acumulaba polvo en el trastero,  y con un improvisado remo se fué alejando de la casa. Llegó todo lo lejos que pudo sin perder su pequeña isla de vista y después de dar un gran círculo alrededor, costató su enorme soledad amplificada por ese enloquecedor silencio. Volvió, abatido y  desesperanzado. Hizo recuento de todas las provisiones que le quedaban; por suerte, tenía una despensa bien provista, pero se impuso un severo racionamiento.
     Al poco se acostumbró a hablar solo y a cantar, en un combate durísimo contra el denso silencio. También se dedicó a releer sus libros uno por uno, por orden riguroso.
     Cada día daba la gran vuelta en la colchoneta hinchable alrededor de la casa, más para ejercitarse y entretenerse que con la esperanza de ver algo diferente a su desierto acuoso.
     Por fin un día, mientras comía una de sus últimas latas de sardina, sucedió algo inesperado. ¿De donde salía esa música? La infame musiquilla del despertador le sacó de un profundo sueño. Todavía aturdido se levantó de la cama y abrió las puertas de la casa. Allí estaban los campos, los árboles, el camino de siempre, cantaban los pájaros, zumbaban los insectos, circulaban coches por la carretera y hasta un avión atronaba en el cielo, llenando todo de ruidos que le parecieron maravillosos.
    Un momento antes de salir hacia el trabajo, detuvo su mirada en la colchoneta de playa del trastero, perfectamente hinchada y con un charquito de agua alrededor como recién acabada de sacar del agua.

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