sábado, 21 de junio de 2014

Los últimos descendientes - Cris/Sivila


(CRIS)

Nunca fue muy familiar, ni se casó ni tuvo hijos. Atesoró una gran fortuna gracias a sus negocios en el mundo de la hostelería. Fue un hombre que se hizo a sí mismo. Empezó de botones en uno de los mejores hoteles de Madrid, poco a poco fue ascendiendo hasta que compró su primer hotel, a partir de ahí todo vino rodado. Cuando cumplió los 60 años le entró una profunda tristeza no tenía a nadie a quién dejar toda su imperio y fue entonces cuando inició la búsqueda de familiares. La tarea fue ardua, tardó dos años hasta que localizó al primer y único familiar vivo, su hermano gemelo. Sus padres biológicos los abandonaron en un orfanato cuando tenían dos años. Nunca supo de la existencia de su hermano ya que las monjas se lo ocultaron. A su hermano lo adoptaron nada más llegar al orfanato, él en cambio no tuvo tanta suerte y pasó su infancia y adolescencia en el orfanato hasta que cumplió la mayoría de edad.
El primer día que vio a su hermano fue un shock eran idénticos como dos gotas de agua. Empezaron a hablar y descubrió que la semejanza era solo física ya que no tenían nada en común. Decidieron quedar una vez por semana para conocerse mejor, pero las diferencias iban en aumento. Se sentía avergonzado de su hermano y ocultó su existencia a sus pocos allegados. Él era un hombre de éxito y con una gran fortuna mientras que su hermano vivía modestamente de su pequeño taller de carpintería y estaba abrumado por las deudas. Un día decidió hablar con su hermano para zanjar esa relación que nunca debió empezar y así se lo hizo saber. Le ofreció un talón de 100.000€ y le pidió que olvidara ese funesto encuentro, su hermano parecía escucharlo atentamente, sin embargo,sus pensamiento escondían un plan perfecto. Agarró uno de sus martillos y le asestó un golpe seco en la cabeza, cayó al suelo redondo. Jamas habría imaginado que a veces, la familia te mata.

(SILVIA)

   
Últimamente duermo mal. La aparición de mi hermano, a estas alturas de la vida, me está resultando un torbellino de sentimientos. Por un lado me despierta cierta simpatía, sangre de mi sangre... ya ves, como si me importara de dónde viene mi sangre habiendo sido hijo adoptado, pero también me despierta rabia, ira. Tan sabihondo, tan educado, tan lleno de consejos y buenas intenciones. Es patético. ¿Con qué derecho se planta en mi casa a juzgarme? Es como si yo me juzgara a mi mismo, no me acostumbro a ver mi cara frente a mi, hablando por otra boca. Somos idénticos, no puedo soportarlo. Tengo la horrorosa sensación de que un doble “bueno” de mi se pasea por las calles poniendo en evidencia mis miserias, exhibiendo todo lo que yo no he sabido hacer.
    Y además es rico. ¡Dios!, lo que me faltaba...
    ¡Ay! la tentación... La tentación vive dentro, es una inspiración que te susurra al oído, despacio. Planta una semilla y el miedo y la frustración se encargan de regarla.
    Ya está aquí, le veo bajar de su brillante Mercedes enfundado en su impecable traje. Limpio, repeinado y perfumado, seguro. ¿Qué extraña voz es esta que me asegura que no le llego ni a la suela de los zapatos? Te vas a enterar, yo puedo ser mejor que tú.
    -Adelante Román, pasa. ¿Cómo va todo? Te traeré un café.
    Ahora vuelve a empezar con sus discursos paternalistas. Aquí sentados, frente a frente, con una taza de café entre las manos, me habla de esfuerzo, dedicación, honor. Le dejo hablar, pero mis pensamientos están lejos, muy lejos de sus palabras. Lo que eres es un idiota. ¿Qué crees que estás haciendo aquí? ¿Nadie te ha advertido de dónde te has metido? ¿Qué has dicho? ¿Mejor no volver a vernos? Uy uy uy... eso no me ha gustado nada. Me estás poniendo contra las cuerdas. No me puedo permitir perder un filón como tú. Eres la solución a mis problemas y ¿pretendes abandonarme?
    -Bueno, Román, no te pogas así, hombre. Dejar de vernos me parece un poco drástico, pero si tú lo quieres, así será. Tal vez yo no sea la persona que esperabas, pero soy tu hermano, al fin y al cabo. ¿Sabes? A veces me gustaría ser como tú. Sí, creo que tengo envidia. Mucha envidia. He estado pensando mucho en esto últimamente. Me he propuesto cambiar. Sí, a partir de hoy seré elgante, educado, vestiré bien y comeré mejor. Y tu me vas a ayudar.
    Tup!
    El golpe ha sido seco, certero. Román no se mueve, ya no puede, ya no existe. Bueno, en realidad sí que existe, el que he muerto he sido yo, en mi propia carpintería. Pobrecito yo.
    Vestido con sus ropas y repeinado, salgo a la calle. Su chofer, ah, no, mi chofer me espera. ¿Cómo dijo que se llamaba? Juan. Sí, Juan. Bueno, vamos allá.
    -Juan, llévame a casa, por favor.
    -Sí, señor, enseguida.


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