domingo, 22 de junio de 2014

La Riera - Silvia

 
   Casi muero ahogada, en mar abierto, mientras mi mundo se deshacía entre las olas. Perdida la esperanza y la fuerza, mientras el sol cegaba mis ojos y la sal quemaba mi piel, flotaba a la deriva entre delirios. Así me encontró un pesquero que casi me arrolla acabando con mi sufrimiento y mi temor. Pero en lugar de arrollarme me rescató. A bordo me cuidaron y me fui recuperando durante los días que aún seguimos en alta mar. Algunos marineros no comprendían cómo había sobrevivido, ya que me encontraron a muchas millas de la costa. Aquellos hombres eran gente solitaria y ruda, y debo reconocer que fueron muy amables conmigo, una desconocida que no se mostró en ningún momento confiada o contenta entre ellos. Apenas hablé durante esos días, immersa en mi propio shock y en mi falta de interés. Tampoco ellos eran gentes de muchas palabras.
    Cuando llegamos a puerto me preguntaron a dónde quería ir. No tenía casa, ni dinero, ni siquiera documentación para viajar y todo me era daba igual. Simplemente no quería ir, no quería nada, solo desaparecer. Algunos marineros propusieron llevarme al hospital, o a la policía. Uno de ellos, con el que apenas había cruzado un par de palabras en toda la travesía quedó encargado de llevarme hasta la comisaría más cercana. Cuando estábamos en el coche me propuso llevarme con él a su casa, con su familia, hasta que yo me recuperara un poco más. Como yo era incapaz de decidir, él decidió por mi. De hecho, había decidido el primer día en que me vió.
     Ya no floto a la deriva, ya no me hundo entre las olas, aunque lo preferiría. Aquí encerrada, sin contacto con el exterior, lo que queda de mi es consciente del paso del tiempo por los ciclos de mi cuerpo. Creo que estoy en un sótano, por la humedad y la temperatura constante. No he vuelto a lavarme y hago mis necesidades en un cubo. El hijo de puta me alimenta, me mantiene con vida para poder abusar de ella de vez en cuando y yo ya no soy nada, tengo lo que en algún momento anhelé: dejar de existir.
    Y es que nunca estamos preparados para lo que puede venir y, aunque parezca imposible, todo puede ir peor. Nadie me busca, nadie me extraña, no tengo nombre. No estoy, estando.

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