domingo, 22 de junio de 2014

El pájaro Potoo - Antonio

“El pirata tuerto se acercó a la cubierta con el sable en la mano, mientras Said el pescador caminaba por la tabla atado de pies y manos. Salta, gritó el pirata, los tiburones aguardan, es la hora de la merienda. Said lo miró fijamente, ¿qué crees tuerto, que conmigo acabarás con la maldición del potoo?, te equivocas, el pájaro seguirá cantando tu desgracia, de aquí al final de los días, hasta que seas el último hombre, el hombre solo. El pirata apuntó con  su sable a Said y le obligó a quedarse al borde de la tabla. Acabaré con todos los de tu estirpe, uno por uno, venganza por el ojo que Faisa me quitó en la torre del suspiro, a traición para robarme la hoja del Antedón, la que me da la inmortalidad. Said en equilibrio, a apenas tres metros de distancia de los tiburones, que se movían en círculo alrededor,  lanzó una última frase al pirata tuerto, tu victoria es tu desgracia, estás condenado a repetir una y otra vez el mismo error, cada vez más seguro de ti, cada vez más solo, cada vez más poderoso, temido y abandonado. Said giró sobre sí, y se lanzó hacia el agua, en una caída parecida a la de la princesa Faisa desde la torre del suspiro aquella desgraciada noche, calló al agua y desapareció seguido por los tiburones, a diferencia de la princesa que cuenta la leyenda se convirtió en la caída en el pájaro potoo, ese que imita el lamento humano, el mismo que desde el mástil de la mayor canta ahora, como siempre que el pirata tuerto gana un palmo a su fatídico destino”.

    Tomás se había dormido, apenas medio minuto antes de acabar el capítulo trigésimo primero de la Leyenda del pájaro Potoo. A sus nueve años, había encontrado el libro en la biblioteca hacía apenas un par de meses antes, y desde ese momento se había convertido en su inseparable libro de cabecera. Encontrarlo no era fácil, fue una rara joya publicada a mediados de los años  cincuenta, y jamás reeditada. Yo le regalé esta edición con ilustraciones de Ambrós, que conseguí en una página de coleccionistas. En su entusiasmo, Tomás había querido compartirlo conmigo, y siempre que estaba en su casa a la hora de acostarse, me pedía que leyese un capítulo.
    En la sala de estar, Clara miraba la tele. Rafa estaría en el bar hasta mínimo las doce de la noche, y probablemente llegaría directo a la cama, quizá algo tocado. Sé que ella me espera, mi princesa Faisa, siento que soy Said en la tabla, me acercó, me siento junto a ella, la abrazo y la beso, busco más allá de los límites de la ropa, y en el calor del tacto con la piel, en realidad me doy cuenta que soy el maldito tuerto condenado a repetir su historia ganando un palmo más a su fatídico destino.

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