domingo, 22 de junio de 2014

Domingo - Silvia

  
     Domingo era un niño con cara de domingo. Nunca tenía prisa, nunca se enfadaba, era  tranquilo y paciente, como suelen ser los domingos, días de sueño y calma. Como Domingo no era muy activo, ni movido, ni competitivo, le costaba seguir a sus compañeros de clase en sus juegos, vamos, que nadie quería a Domingo en su equipo de fútbol. Podríamos decir que Domingo era.. diferente a los demás. Pero como a menudo los niños no saben encontrar las palabras adecuadas o no se detienen a buscarlas, simplemente se burlaban de él. Le llamaban torpe, o vago, e incluso, feo.

    Tenía Domingo un compañero de clase llamado Martes. Martes era todo lo contrario de Domingo, activo, nervioso, impaciente e irascible. Como, además, era creído y presumido, se comparaba a menudo con Domingo, considerándose muy superior. Era capitán del equipo de fútbol, sacaba mejores notas  y era más popular. ¿Cómo no iba a ser mejor que él? Definitivamente superior. En cuanto tenía ocasión, ridiculizaba a Domingo y promovía la burla, consiguiendo la risa y la complicidad de otros compañeros de clase. Disfrutaba haciéndolo.

    Aquel viernes toda la clase fue de excursión a un parque natural. En el trayecto de autobús, Domingo miraba por la ventana mientras los demás compañeros jugaban, hacían bromas y rivalizaban entre sí para ver quien era más gracioso. Domingo conocía bien ese parque. Había pasado allí muchos domingos con su padre, domingos de paseos sin prisa. Conocía el camino que llevaba a los saltos de agua y a las antiguas minas de carbón, en las que estaba prohibido entrar, pero que tenían el candado de la reja de entrada roto.

    Cuando bajaron del autobús, los monitores propusieron una caminata por el parque. Mientras caminaban en fila india por un sendero, Martes y otros compañeros se dedicaron a tirarle piedras a Domingo quien, cansado, aprovechó un quiebro en el camino para desaparecer entre los árboles. Nadie dijo nada, nadie pareció echar de menos a Domingo, habían conseguido expulsarle del grupo.

    Horas más tarde llegaban, Martes y otros compañeros, a la entrada de las antiguas minas. Después de la caminata, tenían tiempo libre. ¡Vaya descubrimiento! Unas minas abandonadas... y ¡se podían colar dentro!. Martes sacó el gallito que llevaba dentro y se apostó con sus compañeros un chocolate a que era capaz de llegar hasta el fondo de las minas. “Va, ¿quién se atreve?”. “Es peligroso, Martes...”. “Está prohibido entrar, lo pone en el cartel...”. Nadie se atrevía a entrar y Martes se quedó solo en su aventura, pero no se podía echar atrás, su orgullo no se lo permitía. Tenía que demostrar su valía. Sosteniendo un mechero en la mano traspasó la reja y se adentró en la oscuridad. Una bandada de murciélagos le salió al paso, tirándolo de espaldas. El corazón se le desbocó y un sudor frío empezó a recorrer su cuerpo, pero decidió seguir adelante, animado por sus compañeros que le gritaban lo valiente que era. Unos minutos más tarde, le costaba respirar de miedo y claustrofobia. No llegaba a ningún final y el encendedor  empezó a fallar. Quiso volver atrás, pero dudaba de por dónde había venido. A oscuras y paralizado por el miedo se acurrucó en el suelo. No podía pensar, temblaba, le faltaba el aire y le pareció que jamás saldría de allí. Con la cabeza entre las piernas y sumido en la oscuridad más absoluta, lloró. Seguía llorando mientras un resplandor se le aproximaba lentamente y no se dio cuenta de ello hasta que una voz tranquila le dijo “¿te has perdido?”. Martes levantó la vista, sobresaltado y se encontró con Domingo, que llevaba una linterna en la mano. “Tranquilo, Martes. Conozco bien este lugar. Te ayudaré a salir de aquí. Vamos, levántate”. Martes le siguió en silencio y al poco vieron la claridad de la entrada de la cueva. Entonces Martes le preguntó -¿por qué me ayudas?Lo normal es que hubieras aprovechado la ocasión para reírte de mi-. Y Domingo le contestó -por que yo no soy como tú. No me río de las debilidades de los demás. Respeto a la gente como es. Y tú eres un muchacho como cualquier otro, con sus virtudes y sus miserias. Ya se encarga la vida de ponerte en tu lugar.

    Una vez fuera de la cueva, Martes era otra persona. No dijo apenas nada, miraba al suelo y parecía reflexionar. La vida de Domingo no cambió aquel día, pero la de Martes sí. Aprendió a ver a las personas de otra manera y ya no quiso ser mejor que nadie.


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