domingo, 22 de junio de 2014

La Riera - Antonio


 La directora me esperaba en la habitación de mi madre. Desde la última vez que había estado aquí, había olvidado ese olor rancio y penetrante de las residencias, una atmósfera melancólica de baja presión que te obliga a bajar los hombros para poder respirar.
                  Las paredes de la habitación estaban vacías, pintadas a propósito en un color crema indefinido, que sin embargo no podía ocultar el amarillento paso del tiempo. Una cama individual, una mesa con cajón y una silla era todo el mobiliario.
                  -¿Dónde están los dibujos de su clase de pintura?
                  -Los tuvimos que quitar. Se comenzó a comer la masilla adhesiva con la que los pegaba a la pared. Esto ha sucedido hace un mes. Afortunadamente una enfermera se dio cuenta a tiempo. Ahora todos sus dibujos están en ese cajón. Esa era una de las cosas que le quería mostrar.
                  La directora sacó un hatillo de unas cincuenta hojas pintadas, lo desató y repartió unos doce dibujos sobre la cama. Me miró y alcanzó a decirme, ¿Sabe lo que significa?
                  Los folios estaban llenos de cielos estrellados, prácticamente idénticos, una y otra vez el mismo cielo con las mismas luces, realizados con diferentes materiales, oleo, rotulador, bolígrafo,  pero lo mismo una y otra vez. Tan sólo había uno diferente, quizá el más trabajado de todos ellos, uno en el que se podía ver una cabaña de madera sobre un árbol.
                  La vida de mi madre era una de esas vidas marcadas con el sufrimiento y caminos empinados continuos. No sabes bien porqué, hay vidas así, que siempre parecen tener que escalar muros que sólo llevan a otros muros. Según ella misma, yo era la única estrella fugaz del itinerario. Así al menos era como me llamaba, mi estrella fugaz. Y quizá, sin saberlo, ella misma le había puesto un cimiento básico a mi vida. Para ella yo era una luz breve, pero necesaria. Para mí yo era una luz que no dejaba de tener apagones.
                  La directora, parecía extrañamente perdida frente a los dibujos. Yo no le ayude a salir de sus dudas.
                  -¿Cómo puedo saberlo? No sé, ustedes son una institución psiquiátrica, tendrán profesionales, harán algún tipo de trabajo con los internos, no sé, hace ya más de un año que mi madre está aquí. Habrá algo que pueda hacer usted para averiguar qué significan. No sé, ya le digo, yo sé que pago cada mes la cuota de su residencia. Le haré otra pregunta ¿Estoy tirando el dinero?
                  Vi su “desorientación” en la mirada, mientras yo repasaba el capítulo vital en el que mi madre con cinco años sobrevivió a las inundaciones en el pueblo del Levante en el que vivía con sus padres, refugiada en la cabaña de madera del árbol. Fue la única superviviente cuando fue rescatada tres días después. Tres días en los que vivió la única calma y paz que quedó atrapada en su pecho.
                  -Lamento que vea así la situación, caballero, nosotros sólo intentamos ayudar a su madre. Está muy perdida, ya se lo dije por teléfono, necesitamos tener más información para ayudarle a encontrar un punto de apoyo.
                  Sonreí ante su último comentario
-¿Sabe? Todos tenemos alguna cabaña perdida, en alguna parte. Mi madre ha sabido encontrar la suya y aferrarse a ella.

La Riera - Anahi


Cuando desperté estaba empapada de sudor , las manos estaban agarrotadas y aferradas a las sabanas. Por la ventana de casa entraba la dulce brisa de la primavera.
Mire desesperada alredor , y todo seguía en su sitio. Cada cosa en su lugar, el mismo lugar desde hacia 4 años, desde la primera vez que tuve esta pesadilla. Una o dos veces al mes me despertaba aterrorizada. Flotando entre mis cosas. Mi primera respuesta. Fue la misma de siempre salir corriendo y verificar que todo estaba en su lugar. Había perfeccionado el arte de la verificación al extremo. No podía perder nada. Era todo tan querido para mi. Cada cosa con su historia. Mientra verificaba recordaba la historia de cada objeto mientras los acariciaba con cuidado. Rememoraba como habían llegado a mi y por que los atesoraba.
Así que me abandone a la rutina pos pesadilla y comencé la verificación  cuidadosa de mis cosas, de mis fragmentos. De derecha  a izquierda en espiral primero cada cosa de las paredes y luego ir cerrando el circulo hasta el centro de la habitación. Absorta como estaba en mi rutina, no ví que el taburete se había movido un poco, me pegue en la rodilla y caí al suelo. Con tan mala suerte que también me di un pequeño golpe en la cabeza. No era grave pero un pequeño hilo de sangre se deslizo por mi frente.
De pronto me vi en el suelo, aterrorizada aun por la pesadilla, agarrándome la rodilla magullada con la mano derecha y con la izquierda viendo una mancha de  sangre roja y brillante manchando mis dedos. Allí estaba, como en mi sueño, flotando entre un mar lleno de mis cosas.
 No pude soportarlo más. Abrí la ventana del salón y lance con todas mis fuerzas  mis cosas hacia afuera. Una  a una iban aterrizando en el jardín sobre la hierva aun humedad del rocio y bañadas por la luz del sol. Primero lance las cosas pequeñas, luego los libros y por ultimo, los muebles.

Al terminal. Volví a mirar a mi alrededor y al fin la pesadilla había terminado. No había nada a mi alrededor. Me acerque a la ventana apoye las manos en el marco de la puerta y la brisa de media mañana de primavera me retiró el pelo de la cara. Por primera vez, en cuatro años fui feliz. Salí al jardín levanté del suelo la pamela y un cesto que había aterrizado seca de las margaritas y me fui camino abajo a buscar cetas.

La Riera - Cristina

De repente sentí que algo tiraba de mi hacia abajo, me hundía, sentía como el océano me engullía con toda su fuerza y... en cuestión de segundos me encontré en el fondo del mar. Lo más increíble era que podía respirar y caminar, entonces a pocos metros de distancia divisé mi cabaña. No podía creerlo estaba intacta, corrí hacia ella, abrí la puerta pero no había nada, absolutamente nada vacía solo yo, en ese momento lo entendí todo, mi deseo de salvar mis pertenencias esa idea tan estúpida me había llevado a este mal sueño, cerré los ojos esperando despertar de esa pesadilla y así fue, cuando abrí los ojos me encontré tumbada en la cubierta de un barco pesquero rumbo a mi segunda vida.

La Riera - Pau

  Debió pasar una hora que se me hizo eterna, cuando agotada y cerca ya del final, ví flotando cerca de donde me encontraba un gran trozo del techo de la cabaña. Lo alcancé y subí a él. Estaba momentáneamente salvada aunque aterida de frío y muy cansada. Cerca de mí seguían pasando restos de la riada: maderas, ropa, plásticos, objetos diversos...
     Quiso el azar que junto a mí pasase mi más preciada pertenencia. en medio de mi desesperada situación, me hizo sonreir y alegrarme: era el contenedor de plástico en el que guardaba todas mis cartas. Al ser estanco, había podido flotar y preservar su interior del agua. Dí gracias a las estrellas por ese inesperado regalo.
     Esperé al amanecer para abrirlo y comencé a leer las cartas una por una. Hacía muchísimo tiempo que no las leía. Había cartas de mi familia, de amigos, cartas de amor... Cada carta que leía, la iba lanzando al agua. Gran parte del día se me pasó leyendo toda mi correspondencia. Como estaban ordenadas cronológicamente y así las fuí leyerndo, esa lectura se convirtió en un repaso a toda mi vida: la infancia candorosa, la adolescencia rebelde y soñadora, la primera juventud tan tremenda y difícil, la madurez de plenitud.
     Por un extraño efecto, todas las cartas flotaban detrás de mi balsa de fortuna formando una gran cola; era como un cometa en el mar, el cometa de mi  vida.
     Ya solo quedaba una carta. La carta que me había llevado a retirarme, a apartarme del mundo en la pequeña cabaña. Empecé a leer: "Lo nuestro se ha terminado, me voy para siempre..." No pude seguir leyendo. Miré hacia poniente. El sol empezaba a ponerse detrás de mis lágrimas.

La Riera - Paco


Desperté desorientada, tumbada sobre una superficie mullida y arropada con una manta. No sabía cuánto :empo había permanecido inconsciente. Un hombre con barba blanca me miraba sonriendo. Me explicó que era pescador, que yo estaba a salvo en su barco y al amanecer arribaríamos a puerto.
El haberme hallado tan cerca de la muerte me dio una nueva perspec:va de la vida y valoraba cada nuevo día como un regalo. Antes mi existencia se reducía al cuidado de mi pequeña cabaña y su huerto. Era una vida de ermitaña que había buscado voluntariamente. Amaba la independencia y la paz que proporcionaba la soledad. Sin embargo, ahora mi vida tenía un nuevo sen:do. Quería ayudar a la gente desfavorecida. Colaboré como ayudante en comedores sociales, centros de acogida para indigentes y recorrí aldeas africanas como voluntaria de una ONG. Trabajaba desde el amanecer hasta la caída del sol y cada noche me senOa exhausta y sa:sfecha y llena cuando me iba a dormir.
Una tarde, mientras visitaba a mi Oa, mi único familiar vivo, que vivía en Madrid, cuando cruzaba un paso de peatones, un coche giró a gran velocidad la esquina y me atropelló. Quedé tumbada en el asfalto. No podía moverme ni hablar, pero era consciente de lo que ocurría a mi alrededor. Dos enfermeros del SAMU me colocaron sobre una camilla y me me:eron en la ambulancia. Escuché las sirenas y el movimiento del vehículo que iniciaba la carrera hacia el hospital.
En ese instante, noté que las fuerzas me abandonaban completamente. Abrí los ojos y me vi nuevamente en el agua, hundiéndome poco a poco, mientras las estrellas seguían brillando indiferentes a lo lejos.

La Riera - Silvia

 
   Casi muero ahogada, en mar abierto, mientras mi mundo se deshacía entre las olas. Perdida la esperanza y la fuerza, mientras el sol cegaba mis ojos y la sal quemaba mi piel, flotaba a la deriva entre delirios. Así me encontró un pesquero que casi me arrolla acabando con mi sufrimiento y mi temor. Pero en lugar de arrollarme me rescató. A bordo me cuidaron y me fui recuperando durante los días que aún seguimos en alta mar. Algunos marineros no comprendían cómo había sobrevivido, ya que me encontraron a muchas millas de la costa. Aquellos hombres eran gente solitaria y ruda, y debo reconocer que fueron muy amables conmigo, una desconocida que no se mostró en ningún momento confiada o contenta entre ellos. Apenas hablé durante esos días, immersa en mi propio shock y en mi falta de interés. Tampoco ellos eran gentes de muchas palabras.
    Cuando llegamos a puerto me preguntaron a dónde quería ir. No tenía casa, ni dinero, ni siquiera documentación para viajar y todo me era daba igual. Simplemente no quería ir, no quería nada, solo desaparecer. Algunos marineros propusieron llevarme al hospital, o a la policía. Uno de ellos, con el que apenas había cruzado un par de palabras en toda la travesía quedó encargado de llevarme hasta la comisaría más cercana. Cuando estábamos en el coche me propuso llevarme con él a su casa, con su familia, hasta que yo me recuperara un poco más. Como yo era incapaz de decidir, él decidió por mi. De hecho, había decidido el primer día en que me vió.
     Ya no floto a la deriva, ya no me hundo entre las olas, aunque lo preferiría. Aquí encerrada, sin contacto con el exterior, lo que queda de mi es consciente del paso del tiempo por los ciclos de mi cuerpo. Creo que estoy en un sótano, por la humedad y la temperatura constante. No he vuelto a lavarme y hago mis necesidades en un cubo. El hijo de puta me alimenta, me mantiene con vida para poder abusar de ella de vez en cuando y yo ya no soy nada, tengo lo que en algún momento anhelé: dejar de existir.
    Y es que nunca estamos preparados para lo que puede venir y, aunque parezca imposible, todo puede ir peor. Nadie me busca, nadie me extraña, no tengo nombre. No estoy, estando.

Cuaderno de bitácora: sesión 66


Domingo, 17 de mayo de 2014, seis de la tarde, reunión en el Pou de s'Hereva. Asistimos a la sesión: Silvia, Silvia2, Pau, Rocio, Romanie, Cris, Anahi y Antonio.

 Lecturas compartidas:
  • Antonio Muñoz Molina: "Todo lo que era sólido".
  • Pablo d'Ors: "Biografía del silencio".
  • Bernardo Atxaga: "El hombre solo" 


Ejercicio:  Hemos de continuar un texto que nos envío Silvia2, llamado La Riera:

"Tot el meu món es reduïa a una petita cabana amagada al marge d’una riera de la que només baixava un fil d’aigua en poques ocasions.
Aquella zona era rica de petites rieres naturals que repartien l’aigua que baixava de les muntanyes de forma equilibrada i feia que el paisatge fos fresc i verd. Però sense jo saber-ho, van començar a fer obres al llit de la serralada taponant la majoria d’aquestes.
I va venir la època de les pluges. Com cada any, per prevenció a alguna possible pujada d’aigua, vaig anar netejant els marges enfilant riera amunt perquè l’aigua fluís, i cap al tard, quan ja era al peu de les muntanyes vaig veure perplexa que la majoria de rieres havien desaparegut i que la meva la havien començat a eixamplar perquè fos l’únic desaigüe al mar.
Em vaig quedar glaçada. Vaig aixecar la mirada cap al cel i vaig veure que uns negres núvols corrien ràpidament vers el mar mentre descarregaven amb fúria una tempesta la serralada. Intuint l’imminent desastre, i presa del pànic, vaig córrer riera avall, ja a les fosques, mentre el meu cervell no parava de buscar solucions. Seria a temps de protegir la cabana? O era millor buidar-la dels objectes més estimats i fugir d’allí? En aquest cas, quins havia de triar? Fos com fos preveia una pèrdua dolorosa mentre seguia corrent avall, avall, ensopegant amb les pedres i xapotejant amb els primers centímetres d’aigua  que baixaven.
Quan ja veia la cabana a uns metres, la tempesta i la pujada de la riera m’havien deixat xopa i era tan fosc que semblava negra nit. I llavors va venir el vent. L’aigua de la pluja punxava feroçment la meva cara i movia els arbres i les canyes en una espiral vertiginosa.
L’efecte embut que les maleïdes obres van fer amb l’aigua va fer que de cop una gran onada m’emputgés. No vaig ni poder ni entrar a la meva llar, a la llum d’un dels llamps vaig veure com es partia i se l’enduia l’aigua. Seguint la corrent nedava cap el que ja eren les restes de la cabana, al meu costat veia com quedaven enrere, enganxades als arbres i canyes dels marges, part de les meves pertinences. Jo també intentava aferrar-me als marges del riu,  aferrar-me a qualsevol cosa que em mantingués a flot sense aconseguir-ho.
I l’aigua em va arrossegar al mar, lluny, molt lluny de la costa. Alguns dels meus objectes estimats que no havien quedat enrere s’allunyaven flotant i no sabia cap a quin d’ells nadar, tots eren tant importants per mi…. Les corrents, allunyant-me més de la costa m’apropaven a un tronc, m’hi aferrava però rodolava rebutjant-me, llavors venia una planxa de fusta, però no aguantava el meu pes i s’enfonsava, no podia aferrar-me ni retenir res.
Estava exhausta, intentar mantenir-me a flot només feia que acabar amb la poca energia que a aquelles altures em quedava. I llavors vaig claudicar, i em vaig quedar flotant a mercè de les ones, mirant com les estrelles, entre els núvols, brillaven impertèrrites a aquesta insignificant desgracia."




Sopa de rana - Anahi

      -Pásame el caldero, con agua hasta la mitad,
      -Este chico no tiene gusto para nada, estos calderos están demasiado brillantes.
      -No importa servirán. Primero picamos muy fina una cebolla china, zanahorias…y las ponemos a hervir a fuego fuerte, pásame las ranas de la nevera,
      -No las encuentro
      -Son las que están en el plato blanco
      -Pero que les ha pasado a estas ranas! Donde están las cabezas, y las entrañas que son lo más bueno?!
     -Se las quite, tiene que pasar por tofu. No quiero asustarlo desde el principio. Aunque seguro que se las comería dije sonriendo
Mi amiga Maya puso los ojos en blancos, no podía creer lo que estaba ocurriendo, ella era una bruja muy tradicional y yo desde hacia tiempo estaba innovando en cosas demasiado nuevas para su gusto. Mientras esperábamos a que el caldero hirviera se puso a registrarlo todo y murmurar.
-No me gusta, no me gusta nada. Tiene demasiados libros. Estos son los peores se creen que lo saben todo y un día les muerde un  lobo y ni se enteran. Como es posible. Acercó lo mas que pudo su nariz puntiaguda hasta la estantería y leyó con dificultad,… Introducción a la antropología general. Orígenes de los instrumentos de música,  antropología estructural, dio un paso a la izquierda y continuo leyendo, diccionario, diccionario, diccionario, ¿!pero cuantos diccionarios necesita una persona!!!
Llame a Maya para que me ayudara en la cocina antes que le diera un disgusto monumental.
               -ya esta hirviendo, le dije, ahora viene lo complicado, la receta familiar es muy estricta con los tiempos. Primero ponemos 4 antenas de ciempiés atrapados a la luz de la luna… mire la estantería interminables de especias que tenía Antonio Y encontré azafrán. Puse cuidadosamente una por una las hebras. Mientras murmuraba la primera parte del conjuro.
-Pero si eso no son antenas de ciempiés!!! Dijo maya con la boca muy abierta.
-No, esto es mucho mejor. El antiguo oro rojo. Si mi tatatatarabuela lo hubiera conocido seguro que lo hubiera escogido a esas insulsas antenas.
Ahora un cuarto de tacita de sangre de vampiro. Volví a mirar  y coloque la salsa de soja en el descascarado cuenco de mi abuela y mientras lo vertía en el caldero murmure la segunda parte del conjuro.
Con mucha atención maya miraba como giraba delicadamente la pócima con la cuchara de madera. Una vez a la derecha y cuatro a la izquierda.
La tercera parte del conjuro era la mas difícil. Ella lo sabia por eso se mantuvo en riguroso silencio. Una cucharadita de tierra de cementerio. Cogi el comino con cuidado y en forma de lluvia lo dejé caer sobre la pócima de amor.
-A no!!! Eso si que no!!! Gritó maya.  Eso es un despropósito, este conjuro tiene un aspecto calamitoso, si tu tatarabuela lo viera se quedaría seca de disgusto.
-O se tomaría dos cuencos dije yo muerta de risa al ver a mi querida amiga perder el juicio. No te preocupes servirá. Estoy segura. Él es el escogido. Lo supe cuando lo vi por primera vez, fue hace tiempo, he tenido que esperar muchísimo  para que estuviera preparado, pero no tengo ninguna duda.
-Por ultimo… Un pelo... Me arranque uno, lo lave con cuidado  bajo el grifo y lo eche en el caldero, una gran bola de vapor salio del preparado mientras levantaba los brazos a la luna llena que entraba por la ventana de la cocina. Di por finalizado el hechizo y apagué la lumbre justo a tiempo, me mire con maya mientras oíamos el ruido de la lleve entrar en la cerradura.
-En un segundo Maya se transformo en una preciosa gatita siamesa que salio corriendo a enroscarse a los pies de Antonio, que la miro sorprendido.
Hola cariño le dije mientras iba a su encuentro, espero no te moleste la traje para que no se quedar sola otra vez todo el fin de semana.
El me abrazo y me beso con el cariño acostumbrado. Miro a la cocina y al caldero que aun burbujeaba.
       - que sorpresa, y que bien huele, que es?
Una sopa china de tofu! Receta de familia. Es muy especial. Espero que te guste.

Sobre la comida - Cristina

¿Qué me apetece comer hoy? No todas las personas pueden hacerse esta pregunta cada día.
El 16 de octubre de cada año se celebra el Día Mundial del Hambre aunque oficialmente se denomina Día Mundial de la Alimentación imagino que para que no se nos indigeste la comida ese 16 de octubre.
Ponerle fecha a cualquier cosa para recordar en un día señalado que hay gente que muere de hambre, que tienes una madre, un padre, una pareja, etc. etc. no se cuantas conciencias pueden despertar en un día pero si todavía hay gente que necesita despertar en un día señalado bienvenido sea.
He de ser sincera y decir que gracias a internet acabo de enterarme de la fecha del Día Mundial del Hambre, para mi la fecha siempre ha estado en mi nevera cada vez que tiro una zanahoria mustia o cualquier resto de comida olvidada durante días.
Comer no es un lujo es una necesidad vital que no esta al alcance de muchas personas. Creo que cualquier día es bueno para recordarlo, por eso hoy como tema de escritura del grupo 134 quiero reivindicar a nuestras neveras como detector de conciencias los 365 días del año.


Comida - Pau

Los ruidos que hacen mis tripas vacias resuenan con fuerza en este silencio increible. Hace ya nueve días que no como nada. Ya no salgo en  mi balsita a explorar, no tengo fuerzas. Tengo preparada la cuerda para acabar con esta locura alucinada cuando la desesperación sea apenas un poco más lacerante.
     Una tarde, mientras miraba viejas fotos de tiempos felices, oí un ruido; era un leve chapoteo lejano, pero para mi oido tan hecho al silencio, perfectamente audible. Subí corriendo al tejado de la casa y a unos 500m.  ví a un hombre en un flotador acercándose a la casa. Cuando llegó, le abracé llorando de alegría y le hice pasar. Era la primera persona que veía hacía más de tres meses. Me contó una historia parecida a la mía, pero en una de sus exploraciones se alejó demasiado de su casa, la perdió de vista y no pudo volver.
     Cuando le expliqué mi situación, me propuso que intentásemos encontrar su casa, estaba casi seguro de que yendo hacia poniente lo conseguiríamos. Me dijo que le quedaba bastante comida en la despensa. "-Bien, mañana al amanecer partiremos.", le dije.
     Le dejé sentado a la mesa del salón y fui a la cocina a coger la barra de hierro. Me acerqué despacio por detrás y con todas mis fuerzas le golpeé en la nuca. No hizo falta rematarle. Le desnudé, observé su cuerpo con ojos de matarife y me acordé de las enseñanzas de psicopigs. Con mi mejor cuchillo corté unas cuantas tiras de los antebrazos y preparé una hoguera con una estantería. Mientras se hacía la comida, luché por apartar de mi cabeza cualquier tipo de remordimiento.
     La carne quedo muy hecha por fuera y algo cruda por dentro, pero me supo a gloria. El sabor era como una mezcla de pollo y ternera. Al día siguiente probé la parte del muslo, de sabor más intenso. Debido al fuerte calor, a los tres días tuve que deshacerme de lo que quedaba de ese buen hombre que me había salvado la vida, o al menos me la había alargado. Gracias a un bote de sal casi lleno que me quedaba pude conservar unos cuantos trozos en salazón.
     Desde que llegó el primer hombre, con una milagrosa regularidad van apareciendo náufragos perdidos a los que recibo con mi acreditada hospitalidad. Siempre me gusta escuchar sus historias, luego los dejo sentaditos a la mesa mientras voy a la cocina a buscar algo.

Bollo papas - Antonio

Me había desvelado como a las cuatro de la mañana.
Un par de cigarrillos en la terraza, bajo el relente de abril, me habían acabado de espabilar. El barrio vivía aún en la placidez. Parecía extraño que las calles estuviesen iluminadas, adoptando la fisonomía de un plató de rodaje preparado y a punto de ser utilizado. En un par de horas comenzaría el movimiento, abrirían los primeros bares, saldrían los primeros trabajadores, comenzaría el tráfico. Para cuando el mundo se pusiese en marcha, yo llevaría horas dándole cuerda al reloj del día.
A las cinco, después del primer café, decidí cocinar. La cabeza no paraba de darle vueltas a todas las situaciones que en los últimos meses se habían acumulado. Lejos de conseguir solucionar ninguna, había adoptado la postura del avestruz que esconde la cabeza. La madeja se iba enredando por momentos, y en poco tiempo ya ni se sabría, ni importaría encontrar el inicio del hilo.
Había sacado las patatas, la cebolla, los tomates y los pimientos. Todos dispuestos sobre la encimera al lado de los fuegos. Cocinar me relaja, me permite despejar las ideas, es un modo de terapia. He conseguido que trabajar en las cocinas de bares y restaurantes no me haya hecho perder el gusto por la cocina casera, por esta burbuja en la que me protejo.
Pongo las patatas sin pelar cubiertas por agua en una olla, y al fuego. Corto la cebolla y los pimientos verdes para sofreírlos en la sartén con un chorrito de aceite a fuego medio. Crecí entre los olores de las cocinas de las casas y el bar de la familia. Las mujeres se encargaban de lo cotidiano y doméstico. Los hombres de la cocina del bar y de algunas comidas de familia para las grandes ocasiones. Todo lo que aprendí, entró primero por la nariz. Y en un día como hoy me gusta volver a la protección de esos recuerdos de niñez.
El agua hierve, y así estará una media hora. El sofrito ya conquista la cocina. He de añadirle los tomates pelados y en dados, una pizca de sal, y dejarlo a ese fuego medio removiendo de vez en cuando. Mi abuelo me decía, nieto, ¿te imaginas un mundo sin aceite de oliva y sin cebolla?, yo me reía y le contestaba que no, porque ya sabía la respuesta, pues claro que no, respondía, un mundo así sería una pena, vaya voy a tomarme una cerveza a ver si se me pasa, y se reía como un niño que hubiese utilizado una maldad para llegar adonde quería.
Aparto las papas del fuego, las remojo en agua fría y las pelo. Lo siguiente es cortarlas en dados y añadirlas al sofrito. La machucamos con la mezcla, hasta llegar a la textura de un puré, y dejamos en el fuego aún un cuarto de hora más. Con trece años suspendí todas las asignaturas del primer trimestre de primero de BUP. Mi tío Rafa después de enterarse, me metió en la cocina del bar y me dio una sartén. Me dijo, niño puede que no aprendas nada en la escuela, pero tienes que saber cocinar. A su manera era la forma de decir que la cocina me podía dar un futuro. Y así ha sido. A duras penas conseguí acabar el bachillerato, pero la cocina se metió en mí como un bendito virus.
Aparto la sartén del fuego y dejo reposar dentro el puré. Saco un par de lonchas gordas de panceta, que corto en tiras y pongo a la plancha en una sartén. Las doro bien y las añado a la mezcla del puré. Le doy un último punto de sal y remuevo. La luz del día entra ya por la vidriera de la terraza. Sé que se acaba la burbuja, el reposo imaginario en el que me he escondido. Sé que el fuego que ha hecho toda esta comida, también puede quemar.
Hoy no lo podré arreglar todo de golpe, puede que llegue a estropear alguna cosa más incluso, pero descuelgo el teléfono y marco el número de la residencia. Hablo con varias personas hasta poder contactar con la enfermera jefe. Me identifico y le pido permiso para sacar a mi madre hoy a mediodía y comer con ella. Me cuenta toda una historia sobre su equilibrio psíquico, sobre la necesidad de que mis visitas sean más continuadas, que no puedo estar dos meses sin pasar a verla.  Sí, si, si, digo, encajo un golpe tras otro, pero sigo de pie.
Finalmente consigo que me deje hablar con mi madre. Le pido que se venga a comer a casa conmigo un rato. Ella sólo acierta a responder, niño ¿me harás bollo papas?, y entonces miro la comida y la sartén, digo que sí, y caigo de rodillas en la lona.

Comida húngara - Silvia

Me llamo Silvia. Tengo 17 años y estoy a punto de vivir la experiencia gastronómica más extraña de mi vida. Llevo dos horas sentada en el asiento de atrás de lo que me parece un coche de lujo, con aire acondicionado, recorriendo carreteras húngaras de pavimento irregular. En el asiento del copiloto se encuentra Judith, una chica de 20 añas que conocí el verano pasado durante mi estancia en Londres. Convenimos, entonces, que el año siguiente podíamos hacer un intercambio, viniendo ella a mi casa durante dos semanas y pasando yo quince días en la suya. Llevamos todo el mes de agosto juntas y estamos hasta el moño la una de la otra, pero somos educadas y no decimos nada.
    Conduce su padre, un señor gordo con gafas, y nos dirigimos a casa de su abuela paterna, donde nos han invitado a una comida familiar. Me parece curioso que su madre no nos acompañe, pero no pregunto. Me han dicho que me prepare para comer, que las comidas familiares son copiosas y se componen, al menos, de siete platos, y que es de mala educación dejar de comer alguno de ellos. Estoy sudando, solo de imaginar lo mal que lo voy a pasar.
    Llegamos a una casa aislada con un florido jardín alrededor, a las afueras de un pueblo. De gruesos muros y cubierta a cuatro aguas de paja o brezo, la casa llama mi atención. Solo tiene tres estancias. Desde un pequeño recibidor ubicado en el centro de la casa, se accede, a mano derecha, a la cocina (según me dicen, pues yo no entro) y, a mano izquierda, al resto de la casa. El resto de la casa se refiere a una estancia que cumple las funciones de estar, comedor y dormitorios, donde estaban, comían y dormían padres e hijos, todos juntos. Pero no es una sala enorme, no mide más de 3x4 metros y acoge 4 camas individuales pegadas a las paredes y una mesa en el centro. No hay sitio para pasar, las camas hacen las veces de sillas y allí está la abuela sentada junto a los hombres de la familia, tres, más el padre de Judith, cuatro. Hoy, Judith y yo somos invitadas y comeremos con ellos, pero lo habitual es que las mujeres se queden en la cocina y solo acudan a servir la comida y retirar los platos. Estoy horrorizada.
    Allí sentada al borde de una cama con colchón de lana, tengo la sentación de estar violando la intimidad de aquella señora, pero a nadie parece molestarle. Empiezan a traer la comida y yo le pido a Judith, la única con la que puedo comunicarme que, por favor, me pongan poca cantidad de cada plato. De lo contrario corre el riesgo de que su invitada la haga quedar fatal. Primero, caldo, después, la pasta de la sopa sin caldo. Bueno. Le sigue una especie de raviolis rellenos de mermelada con una salsa dulce. ¿Una especie de postre de primeros?. Aquí yo ya estoy llena y flipo al ver al padre de Judith repetir plato rebosante. Después vino el Goulash, un estofado de carnes y verduras. A cada plato me dicen si me ha gustado (sonrisa y gesto de afirmación) y si quiero repetir (sonrisa y gesto de negación). Verduras cocidas para hacer bajar la comida, y yo ya estoy mareada. Siguiente plato, otro estofado de vete a saber qué, ya no me interesa y dos platos de postres.
    Llega un momento en que mi mente se desconecta. En esta habitación absolutamente repleta de cosas y personas y sin poder salir, siento claustrofobia. No entiendo ni papa de la conversación, me he emborrachado con un par de copas de ese vino dulce que tanto les gusta y no puedo tragar ni un bocado más. Creo que voy a morir.
    He desaparecido.
    Vuelvo a estar en el asiento de atrás del coche. No recuerdo nada desde los postres. No sé cómo he salido de allí, pero sé que no me he desmayado. La cabeza y el estómago me dan vueltas y sólo quiero volver a mi casa. ¿Qué coño estoy haciendo en Hungría?
    Os aseguro que, a los 17 años, no me interesaba lo más mínimo ni la comida, ni las gentes del mundo. Tenía suficiente trabajo con aprender a vivir conmigo misma y un entorno extraño me hacía sentir vulnerable y desprotegida. De manera que lo que hubiera podido ser una agradable.
 experiencia antropológica lo viví como una auténtica pesadilla.

Cuaderno de bitácora: sesión 65

Sábado, 3 de mayo de 2014, seis de la tarde, reunión en Can Alone. Asistimos a la sesión: Silvia, Pau, Cris, Guillermo, Romanie,  Anahi y Antonio. César asiste como oyente.

Ejercicio:  Escribir sobre comida.



 Lecturas compartidas:

  • Juan José Arreola: cuento "El Faro"
  • Gabriel García Marquez: "Cien años de soledad".
  • Paolo Giordano: "La soledad de los números primos".

Todos los sueños son posibles - Anahi


Bajo la bóveda celeste vivía hace muchos años un caracolito tan pequeño que paso mucho tiempo hasta que el mismo se dio cuenta que era un caracol. Como pasaba el tiempo y no crecía nada, empezó a plantearse como podía hacer para cumplir su sueño de explorador, pero no de cualquier clase de explorador. Quería ser astronauta.
Coco, un  pequeño colibrí azul, que pasaba por allí lo descubrió una tarde tomando el sol en una piedra blanca y brillante he inmediatamente se hicieron amigos. Hablaron de lo difícil que era tener amigos por ser tan pequeños. Y compartieron sus sueños de aventuras.
Coco le contó que el vivía en el jardín de un astronauta que gustaba mucho de prepararle agua con miel para desayunar. Y se ofreció a llevarle hasta allí.
El viaje en colibrí, fue una experiencia maravillosa. Viajaban tan rápido que hasta le pareció que le crecían las antenas.
Por la mañana cuando el astronauta salio con un vaso de agua y miel fresca para coco, se dejo caer despacito sobre la oreja del humano y así fue como esa misma semana, el caracolito se fue  vivir a Cabo Cañaveral.
Entreno muy fuerte junto a todo el grupo de exploradores y así fue como una bonita mañana de primavera. … se convirtió en el primer caracol espacial.

Al terminar la historia. El abuelito se quedó mirando a Pedrito que todavía tenia la boca abierta, al conocer la increíble historia del caracolito astronauta.
-Así es como hasta los sueños más grandes se cumplen, pedro, solo necesitamos saber que queremos y tener buenos amigos. Venga ayúdame, a llevarle un poco de agua con miel a coco, que acaba de llegar y quiere desayunar. 

El pájaro Potoo - Antonio

“El pirata tuerto se acercó a la cubierta con el sable en la mano, mientras Said el pescador caminaba por la tabla atado de pies y manos. Salta, gritó el pirata, los tiburones aguardan, es la hora de la merienda. Said lo miró fijamente, ¿qué crees tuerto, que conmigo acabarás con la maldición del potoo?, te equivocas, el pájaro seguirá cantando tu desgracia, de aquí al final de los días, hasta que seas el último hombre, el hombre solo. El pirata apuntó con  su sable a Said y le obligó a quedarse al borde de la tabla. Acabaré con todos los de tu estirpe, uno por uno, venganza por el ojo que Faisa me quitó en la torre del suspiro, a traición para robarme la hoja del Antedón, la que me da la inmortalidad. Said en equilibrio, a apenas tres metros de distancia de los tiburones, que se movían en círculo alrededor,  lanzó una última frase al pirata tuerto, tu victoria es tu desgracia, estás condenado a repetir una y otra vez el mismo error, cada vez más seguro de ti, cada vez más solo, cada vez más poderoso, temido y abandonado. Said giró sobre sí, y se lanzó hacia el agua, en una caída parecida a la de la princesa Faisa desde la torre del suspiro aquella desgraciada noche, calló al agua y desapareció seguido por los tiburones, a diferencia de la princesa que cuenta la leyenda se convirtió en la caída en el pájaro potoo, ese que imita el lamento humano, el mismo que desde el mástil de la mayor canta ahora, como siempre que el pirata tuerto gana un palmo a su fatídico destino”.

    Tomás se había dormido, apenas medio minuto antes de acabar el capítulo trigésimo primero de la Leyenda del pájaro Potoo. A sus nueve años, había encontrado el libro en la biblioteca hacía apenas un par de meses antes, y desde ese momento se había convertido en su inseparable libro de cabecera. Encontrarlo no era fácil, fue una rara joya publicada a mediados de los años  cincuenta, y jamás reeditada. Yo le regalé esta edición con ilustraciones de Ambrós, que conseguí en una página de coleccionistas. En su entusiasmo, Tomás había querido compartirlo conmigo, y siempre que estaba en su casa a la hora de acostarse, me pedía que leyese un capítulo.
    En la sala de estar, Clara miraba la tele. Rafa estaría en el bar hasta mínimo las doce de la noche, y probablemente llegaría directo a la cama, quizá algo tocado. Sé que ella me espera, mi princesa Faisa, siento que soy Said en la tabla, me acercó, me siento junto a ella, la abrazo y la beso, busco más allá de los límites de la ropa, y en el calor del tacto con la piel, en realidad me doy cuenta que soy el maldito tuerto condenado a repetir su historia ganando un palmo más a su fatídico destino.

La princesa traviesa - Silvia

    Quisiera contaros una historia. Una historia de amor, de traición, de reencuentro. Os quiero contar lo que ocurrió en nuestro Reino, el Reino de Todavía-más-allá. Oh, es un lugar precioso, tenéis que venir a conocerlo.


    Pero antes de nada me gustaría presentarme. Me llamo Martirio, y soy la Reina de  Todavía-más-allá. Y esta chiquilla tan graciosa que veis aquí es mi hija Teresa, a lomos de su dragón dorado. ¡Lo que le gusta a esta niña volar!


    ¡Ay! Teresa, traviesa... Siempre entre la ramas, entre las nubes, entre la flores... Si ve una pared de piedra, o un árbol gigante, allí tiene que encaramarse. No es como otras niñas, a las que les gusta coser, cantar o practicar danzas tradicionales, no... A ella solo le interesan las emociones fuertes.

    Y yo... pobrecita de mí... no lo podía soportar. Cada vez que salía por la puerta, descalza, con un palo al hombro y su sonrisa de tengo-todo-el-día-por-delante-yujuuu, yo me quedaba con el corazón en un puño. ¿Y si se cae? ¿y si se rompe una pierna? ¿y si se cae de cabeza y.. y... no quiero ni pensarlo. Así que yo sufría. Sufría y me enrabiaba. Una rabieta tras otra. En cuanto regresaba mi angustia se convertía en ira. Insoportable. Y es que no es fácil la crianza. Cualquiera que tenga un hijo estará de acuerdo. ¿Cómo soportar que aquello que más quieres se ponga constantemente en peligro?


   


    Total, resulta que un día se retrasó a la hora de volver a casa. No mucho, pero lo suficiente para que yo imaginara toda suerte de desgracias. Cuando la vi entrar descalza, sucia sucia sucia y con las rodillas peladas... ¡estallé!
    -¡¡Teresa!! Pero mira cómo vienes. Estaba muy preocupada, pensaba que te había pasado algo.¿Se puede saber dónde estabas?¿Tienes idea de lo que me has hecho sufrir?. Estoy que no duermo, que no como, y todo ¡por tu culpa!  Esto no puede seguir así, cualquier día nos darás un disgusto, y no voy a permitirlo. Así que desde ahora mismo tienes prohibido salir a jugar a fuera. Te quedarás dentro del castillo jugando a lo que juegan las princesas normales. Así todos estaremos tranquilos. Y ahora, ve a tu dormitorio a lavarte y vestirte. ¡Y ponte zapatos!
    Me quedé tan descansada... Pensé: el fin de nuestros problemas. Aquella noche pude dormir tranquila. Pero algo no iba bien, porque Teresa se quedó en su dormitorio sin jugar, sin salir, triste, cada vez más triste. Yo pensé que en unos días se acostumbraría, pero la cosa fue a peor. Dejó de comer... y enfermó. Me partía el alma verla así, mi pequeña.... Insoportable. Y es que no es fácil la crianza. Cualquiera que tenga un hijo estará de acuerdo. ¿Cómo soportar que aquello que más quieres se mustie y pierda su alegría?
    -¡Cariño! (cariño es mi marido, el Rey de Todavía-más-allá) Esto solo lo puede solucionar el Gran Hechicero del Reino. Necesitamos que venga urgentemente.
    Dicho y hecho. El Gran Hechicero del Reino acudió velozmente a lomos de Casiopea, la gran tortuga voladora, que dicen que es más vieja y sabia que el tiempo mismo. Y en cuanto llegó fue a examinar a Teresa. Enseguida supo qué le pasaba (por eso era el Gran Hechicero del Reino).

    -Ya sé qué mal ha causado la enfermedad de vuestra hija. No es bueno enjaular a los pájaros.  Si se le encierra en una jaula, el pajarillo no volará jamás. La naturaleza le ha dado alas a Teresa y encerrada en su habitación no puede desplegarlas. Por eso se está marchitando como una flor. Su recuperación depende de que pueda correr, saltar y jugar al aire libre, y vosotros debéis aprender a confiar en ella para dejar de sufrir. Debereis encontrar vuestro nuevo equilibrio para vivir en paz y armonía.  No es una princesa traviesa, solo está conociendo cómo es el mundo.
    Entonces comprendí... comprendí lo importante que era para Teresa jugar y experimentar, caerse y levantarse, y que la mejor manera de aprender era probando y equivocándose a veces. Entendí que Teresa sabía hasta dónde podía llegar y empecé a confiar en que sabría cuidar de sí misma. Mi niña había crecido y yo no me había dado cuenta.
    Oh! Todo cambió desde aquel día...al principio tuve que hacer mis esfuerzos, pero todo cambió. Incluso le acompañé algunos días y descubrí lo divertido que puede ser dejar salir a la niña que llevo dentro.
    Y es que no es fácil la crianza. Cualquiera que tenga un hijo estará de acuerdo. ¿Cómo no disfrutar viendo que aquello que más quieres crece feliz y confiado?



   

Desierto - Pau

     Cuando despertó aquella mañana en ca'n Ignasi, todo parecía normal y, sin embargo, sin que aún lo supiera, se había producido un cambio extraordinario.
     Al levantarse de la cama, pensó fugazmente que había un silencio más propio de día festivo que del martes de febrero que estaba comenzando. Se vistió y al abrir las puertas de la casa, se quedó sin respiración. "-Hostia", acertó a exclamar. Le costó un rato creer lo que estaba viendo: su casa estaba completamente rodeada de agua que llegaba hasta la misma puerta. Delante de él sólo se veía una inmensidad de agua. "Hostia", volvió a exclamar cuando subió al techo de la casa y se dió cuenta de que todo alrededor era agua; su casa era una diminuta isla en medio de un gigantesco mar. El silencio era estremecedor, oía perfectamente a su corazón bombear intranquilo, oía el roce de su ropa contra la piel. Gritó hasta enronquecer y sus gritos se perdieron en un horizonte líquido y vacio.
     Después de dos días que se le hicieron eternos, decidió explorar. Hinchó la colchoneta de playa que acumulaba polvo en el trastero,  y con un improvisado remo se fué alejando de la casa. Llegó todo lo lejos que pudo sin perder su pequeña isla de vista y después de dar un gran círculo alrededor, costató su enorme soledad amplificada por ese enloquecedor silencio. Volvió, abatido y  desesperanzado. Hizo recuento de todas las provisiones que le quedaban; por suerte, tenía una despensa bien provista, pero se impuso un severo racionamiento.
     Al poco se acostumbró a hablar solo y a cantar, en un combate durísimo contra el denso silencio. También se dedicó a releer sus libros uno por uno, por orden riguroso.
     Cada día daba la gran vuelta en la colchoneta hinchable alrededor de la casa, más para ejercitarse y entretenerse que con la esperanza de ver algo diferente a su desierto acuoso.
     Por fin un día, mientras comía una de sus últimas latas de sardina, sucedió algo inesperado. ¿De donde salía esa música? La infame musiquilla del despertador le sacó de un profundo sueño. Todavía aturdido se levantó de la cama y abrió las puertas de la casa. Allí estaban los campos, los árboles, el camino de siempre, cantaban los pájaros, zumbaban los insectos, circulaban coches por la carretera y hasta un avión atronaba en el cielo, llenando todo de ruidos que le parecieron maravillosos.
    Un momento antes de salir hacia el trabajo, detuvo su mirada en la colchoneta de playa del trastero, perfectamente hinchada y con un charquito de agua alrededor como recién acabada de sacar del agua.

Cuaderno de bitácora: sesión 64


Sábado, 19 de abril de 2014, seis de la tarde, reunión en Can Pechina. Asistimos a la sesión: Silvia, Pau, Rocio, Romanie,  Anahi y Antonio. Juanjo asiste como oyente.

Ejercicio:  Escribir un cuento.

 Lecturas compartidas:
  • Juan José Millas: "La mujer loca"
  • Miguel Díez: "Antología del cuento literario" - decálogo del cuentista -.
  • Gabriel García Marquez: "Cien años de soledad".

Abuelo - Silvia


    Piensa que el sol nos vuelve a confirmar todos los días y lo menor no es más pequeño que lo grande: sólo requiere tu atención. Es preciso atender al milagro diario.

    Recuerdo a mi abuelo pronunciando estas palabras mientras mojaba un trozo de croissant en el chocolate humeante y se lo llevaba a la boca, los domingos, cuando desayunábamos juntos. Yo le escuchaba embelesada, sin entender el sentido completo de sus palabras. Pero mencionaba el sol, el milagro, y que era preciso estar atentos... Me imaginaba a los ángeles desayunando un chocolate caliente bajo rayos celestiales. Una sonrisa acompañaba sus palabras y eso era suficiente para saber que algo bueno estaba ocurriendo.
    Después del “milagroso” desayuno íbamos a pasear. Me llevaba a la playa de la Barceloneta o al parque de la Ciudadela. Él caminaba plácidamente contemplando el entorno mientras yo revoloteaba a su alrededor, yendo y viniendo en apresuradas carreras infantiles. A veces yo tropezaba con algún tesoro, una pequeña concha vacía, un vidrio limado por el mar, un piedra interesante y corría a mostrárselo. Él me sonreía, valorando mi descubrimiento y me decía algo como: Esto es maravilloso. Recuérdalo cuando crezcas.
    Mi abuelo era carpintero. Me encantaba verlo trabajar, en la antesala de su dormitorio, donde hacía mesas, camas, taburetes, tomándose su tiempo. Jamás le vi nervioso ni apresurado. Sus muebles no eran bonitos, pero funcionaban perfectamente. Lo que más me fascinaba era su armario de herramientas, donde cada una tenía su lugar concreto, con el contorno dibujado sobre la madera. Podía pasar horas examinando el conjunto de herramientas y soñando con ese orden especial, donde todo tenía su sitio, donde todo cabía.
    Mi abuelo no me explicaba cuentos, no inventaba historias, pero siempre me consolaba frente a la adversidad. Cuando yo me caía al suelo, rascándome la rodilla, acudía a él, quizás esperando que hiciera retroceder el tiempo para evitar la catástrofe. En su mirada podía valorar la gravedad de lo ocurrido. Si, tras inspeccionar la herida, me miraba sereno y la sonrisa regresaba a sus labios, yo estaba salvada. Todo estaba bien, a su lado estaba segura y protegida.

    Mi abuelo se fue un noviembre. Ya no quiso vivir un nuevo invierno. Nos dejó mientras dormía en la que había sido mi cama en casa de mis padres. Calentito, bajo las mantas, su corazón dejó de latir y su rostro quedó en paz, abandonado a un sueño dulce, tranquilo. Mi madre me llamó entre lágrimas y yo tomé un vuelo a Barcelona para despedirme de él. Las lágrimas que lloré fueron de gratitud, me acompañaba la sensación, de nuevo, de que todo estaba bien. En el bolsillo de su americana dejé una foto de nosostros dos en un día soleado, bien dispuestos a atender al milagro, para que un trozito de mi descansara con él.
    Pienso a menudo en mi abuelo, le recuerdo con mucho cariño. A veces viene a visitarme en sueños y paseamos, cogidos del brazo, por las Ramblas. El sol vuelve a confirmarnos, filtrando sus rayos entre las hojas de los árboles. No hablamos, solo caminamos, con una sonrisa en la cara, atentos al milagro.