viernes, 6 de enero de 2012

Tobías Coll 6 - Antonio


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A las once y media, Nacho y Lola acababan de colocar todos los contenedores en el palé con el qué los llevarían hasta el ascensor, y de ahí al parking para cargarlos en la furgoneta de Ernesto. Tobías seguía sentado mirando a través de la ventana. En su horizonte, Formentera, destino final de toda la comida que acababan de preparar no parecía estar más cerca, al contrario, la luz arrasadora del mediodía alejaba la silueta.
Escuchó llegar a Ernesto y su breve conversación con Nacho. Todo parecía bajo control. Esta vez su trabajo acababa una vez que los contenedores se entregasen en el puerto de La Savina. Sabía que Ernesto era tremendamente meticuloso con las instrucciones que recibía para que la parte del servicio fuese acorde con la parte de la comida elaborada, ese había sido siempre el trato, Tobías la comida, Ernesto el transporte y el servicio. Pero esta vez Ernesto tan sólo transmitiría esas instrucciones a otra persona, un desconocido, alguien a quién Tobías no había visto jamás y con quién Ernesto tan sólo había hablado una vez por teléfono. Sabía que no era tan importante, y aún así se daba cuenta que era la primera vez en que perdía el lazo que le sostenía al proyecto de esta empresa, trabajar con Ernesto y poder controlar ambos todo el proceso, la intimidad de su pequeña empresa familiar. Una tontería, el detalle preciso del frágil hilo sobre el que se sostenía a diario.
Ernesto se sentó al otro lado de la mesa. Miró hacia dónde se dirigía la mirada de Tobías. Esa imagen difuminada en tanta luz de agosto les unió. Ernesto se giró y se dirigió a Tobías.
-Da igual lo que tú y yo nos preocupemos, ese tipo con el que hablé, el encargado de todo, la va a cagar igual. A partir de ahora es algo suyo, y cómo tal se lo va a tomar. A partir de ahora cualquier cosa que salga mal será culpa nuestra, porque él así lo va a creer y porque no hay nada que tu y yo podamos hacer. Así que hermano, relájate y disfruta del resto del día.
Tobías siguió en silencio, esbozando una breve sonrisa que tuvo que sacar del fondo del alma y que le hubiese gustado estirar más de los tres segundos que realmente duró. La lucha interior entre lo que es complicado y lo que es complejo, era una dinámica que tendía hacia lo primero. Ernesto lo sabía y nunca añadía ni un solo plomo al traje con el que Tobías buceaba entre esas dudas.
-¿Sabes? Lo único que se me ocurre que podamos hacer, en realidad, es que sigas aquí, mirando hacia allá hasta que yo llegue, le entregue el material al “encargado de todo”, y cuando me siente en la terraza de la estación marítima, me pida otro vino blanco y brindemos.
Tobías logró aguantar una sonrisa de cuatro segundos y supo que aún había esperanzas de ganarle al día.
-Estoy de acuerdo.
Nacho entró y le dijo a Ernesto que todo estaba listo abajo. Ernesto se levantó y antes de marcharse se volvió de nuevo hacia Tobías.
-¿No te pensará quedar aquí todo el día?
-No sé que tendría de malo. Sabes de más que la única razón por la que no tengo una cama aquí es porque tú no me dejas – Tobías a medida que pronuncia la frase va disipando un sutil tono de reproche hasta llegar a un tono irónico. Deja el horizonte y lo vuelve a mirar en los ojos de Ernesto - ¿Comemos juntos?

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