miércoles, 4 de enero de 2012

Tobias Coll 1 - Antonio


1

Suena el despertador. Un politono de bossa nova, demasiado agudo para una melodía dulce. Son las siete y veinticinco de la mañana. Sigue sonando la música. Quizá no sea el despertador, quizá sea una llamada al móvil. Apenas comienza a ser consciente del ruido, y a duras penas entreabre un ojo. Debe ser una llamada, tiene mucho sueño y siente que es muy temprano a pesar de que la habitación esté invadida por la luz del sol. Antes de poder reaccionar más, se detiene la melodía. Era una llamada, alcanza a pensar, se da la vuelta y decide continuar con el sueño que había dejado a medias.
Ni un minuto después, tiempo en el que ha navegado en velero el Mediterráneo desde Ajaccio, y ha atravesado el canal de Suez hasta Port Sudan en el Mar Rojo, el politono de la Chica de Ipanema vuelve a percutir, parece que aún más agudo y más fuerte. Gruñe, vuelve a girarse, alcanza el teléfono, medio segundo antes de contestar una punzada terrible en la sien le anuncia que tiene una resaca de campeonato.
- ¿Qué coño puede ser tan importante a esta hora?- contesta con sabor a cartón en la boca.
- Dentro de una hora despega el vuelo a Barcelona. Tengo ya tu tarjeta de embarque. En quince minutos tendrás un taxi en tu puerta. Espabila, y procura darle una buena propina al taxista.
- ¿Qué? ¿Barcelona?...
No alcanza a decir más, su cabeza de nuevo parece contener una explosión masiva de misiles atómicos. Su socio ha sido claro, quince minutos.
Salta de la cama, camino de la ducha de agua fría que espera que le despeje el mínimo necesario antes de su dosis de café doble. Bajo el agua, imprudentemente, intenta recomponer su memoria y recordar qué pasó ayer. Tan sólo cuando se gira y le da la espalda a la ducha, ve en la mesita de noche una copa de vino vacía y sucia. Recuerda de pronto la cata de vinos del día anterior, la cena con varios bodegueros y los gin-tonics asesinos finales.
Dos ibuprofenos y una toalla son el siguiente paso. Debería afeitarse, pero lo descarta, no tiene tiempo y, sobre todo, detesta ver la cicatriz de 3 centímetros que le atraviesa verticalmente el brazo derecho a la altura de la muñeca.
Enciende la cafetera Nexpresso y mientras calienta el agua, se viste con el primer pantalón y la primera camisa que encuentra. Una ventaja del verano, piensa. Pone la cápsula de café, la taza y presiona el botón de café largo. La cabeza le sigue matando. Esto ya no es como antes. Está a punto de cumplir los cincuenta y seis años. Un nuevo ciclo de siete, piensa. Comprueba los documentos y el ordenador portátil que hay en su  bolso de tela burdeos. Sabe que a su socio no le gusta ese bolso y que por eso le regalo un maletín de piel, desenfadado, pero de piel con los ángulos perfectamente delimitados. Le da igual ahora mismo, no tiene ni tiempo ni espíritu para reflexionar sobre todos esos pensamientos inconexos que llegan a su mente.
Alcanza la taza de café y da un primer sorbo rápido y largo. Parece la primera tregua de este día. Sobre la cafetera, en la pared delante de sus ojos hay una foto enmarcada. Dos chicas adolescentes, gemelas, sonríen jugando sobre un montón de nieve. El color de la foto está muy gastado. Es una pena que no tenga un negativo original, piensa mientras acaba su taza en el segundo sorbo.
Cuando intenta calcular el tiempo que hace que se tomo la foto, escucha un claxon fuera. Recoge su bolso y alcanza a ver un preservativo anudado y una copa rota al pie de la cama. Joder, no consigue acordarse de nada. Joder. Sale y da un portazo.
El taxi está frente a la verja de entrada al edificio. Se acerca a la ventanilla abierta y escucha al taxista.
- ¿Es usted Tobías Coll?

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