miércoles, 4 de enero de 2012

Belén García Calvo 2 - Rozío


Nunca ha soportado ver a la gente llorar con gafas.

Es absurdo. Está acostumbrada a miles de manifestaciones del dolor humano… son especialmente difíciles los tiempos de espera, las miradas ausentes en los pasillos del hospital, clavadas en las baldosas del suelo, con los ojos hinchados y la respiración contenida… siempre ha pensado que el sufrimiento explota y acaba con el llanto, pero si llevan gafas, se le encoge algún órgano interno y le aprieta fuerte por dentro. Se siente desolada. Toda su ternura se despierta… La primera vez le ocurrió de pequeña. Iba caminando cogida de la mano de su madre y se cruzó con otra niña como ella, que llevaba unas gafotas de cristal de culo de vaso, que multiplicaban sus ojos haciéndolos enormes. Lloraba desesperadamente, con hipo y mocos y lagrimas a borbotones. Los cristales estaban empañados y la mano, secando sus mejillas torcía las esas gafas mojadas y veladas por la tristeza. Quizás fue el primer momento en que descubrió que la vida tenía otra cara, quizás fue el momento en que aprendió a ponerse en la piel de otros, o el inicio del abandono del paraíso de su infancia.

Ahora ya estaba instalada de lleno en su realidad. Había elegido vivir cada día con las miserias humanas, metida totalmente en pieles ajenas, trabajando en un hospital. Todos los días olía y tocaba los desperdicios, las sangres, los puses, oía los quejidos, los lamentos, los silencios de la muerte.

Pero hoy, al acompañar al médico para comunicar las peores noticias a la señora de la habitación 10, se le partió el corazón al verla llorar bajo sus gafas… precisamente hoy que había quedado con Meter.

Saliendo del hospital hacia casa aún arrastraba el alma dolida, y no fue capaz de eliminar el frunce del ceño hasta salir de la ducha, cuando se llenó de la felicidad de los nervios del próximo encuentro.

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