miércoles, 9 de octubre de 2013

¿Remas o fluyes? - Diana C

Creía que me había doctorado en esto del fluir cuando dejé todo por un golpe de olfato que me llevó a dar mi salto trasatlántico. Una vez allí me moví para cubrir todas mis necesidades utilizando el mismo método simple y directo: preguntar por las mañanas a mis tripas a dónde querían llevarme. Yo, aunque no entendiera de sus motivos, siempre les hacía caso. Y no me defraudaron. Como mínimo me conducían a días sencillos y agradables. Como máximo a conseguir piso, trabajo, y algunos días – más de uno– a coincidencias sorprendentes y abrumadoras.

Debo decir que esto, aunque siempre presente en mi vida, se me fue olvidando a mi regreso. Me desentrené un poco. El I ching dice que la verdadera quietud consiste en estar quieto cuando toca estar quieto y en moverse cuando toca moverse, pero le perdí un poco el pulso a este ritmo. Parecemos querer, constantemente, tener respuestas absolutas a la vida –poder quedarnos en un solo lado de la existencia.

En esto andaba pensando en el catamarán, viendo el sol caer. Zack se había ido a atender una embarcación herida y Marina me hacía señas a lo lejos desde la tabla de windsurf. Había aprendido el día anterior –ya conocedora de los vientos fue capaz de manejarse sobre la tabla en unos veinte minutos– y había decidido aventurarse a probar, esta vez sola, sin tener en cuenta que no se había fijado ni por asomo en cómo se montaba la vela. La botavara estaba demasiado alta y el armatoste se le había vuelto, a pesar del poco viento, ingobernable. Me hacía señas a lo lejos ya rendida, tumbada sobre la tabla y remando con los brazos para llegar hasta el catamarán. Pero le venía el viento de frente y no se movía del lugar.

−    ¡Ven a por mi! –gritó.

Yo me asomé al pequeño dingui lleno de remos, de nuestras bolsas y algunas chanclas. A la venida había intentado remar y lo hacía con tanto empeño y fuerza que no lograba acompasar el toque de mi remo en el agua con el de Marina. Solo había logrado que la embarcación se ladease, entorpeciendo la navegación. Tampoco había manejado nunca el motor y a aquel rescate solo le imaginaba un resultado desastroso que en lugar de una naúfraga a la que rescatar dejase a dos a la deriva. Le grité que no me atrevía.

−    Suelta el dingui, súbete y no hagas nada.
−    ¿Qué?
−    ¡Que no hagas nada! El viento, tal como viene, te va a traer hasta mí.

Hice lo que Marina pidió. Solté el cabo, subí a la barca y no hice nada. Ella tampoco, flotando sobre su tabla. Nos mirábamos y nos reíamos. Pasó un barco francés y le saludamos. Pasó una gaviota. Ella esperó y yo esperé hasta que el viento, de un modo impecable y exacto, me llevó hasta ella. Puso el motor en marcha y regresamos al catamarán justo cuando Zack volvía.

Me pregunté qué hubiera pasado de haber sabido remar mejor, y vi que era posible que ni siquiera hubiera llegado mucho antes que siendo suavemente empujada por el viento –aunque sí, probablemente, más cansada. Tan solo habíamos necesitado de una persona capaz de leer el viento y otra capaz de seguirlo para salvar la situación. Las corrientes saben bien, bien de sobra, a dónde van. Y si tú también lo sabes, bueno, entonces quizá sea mucho más sencillo si te subes en una de esas corrientes y confías en su secreto caminar por el mundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario