"Sé libre alma
fluvial. Vé: desemboca en el mar vasto, canta y sueña.
Para en un remanso,
una mañana clara, donde el amor venga a besar tu boca."
José Hierro
Desde que tengo
memoria, fluyo en este gran río. En mi recuerdo forman un remolino los días de
calma, en los que nada se movía, con los de aguas vivas y revueltas,
torrenciales.
Pero yo siempre
fluía.
Las orilas, unas
veces cercanas, hasta casi tocarlas; otras muy lejos, como tierra desde alta
mar, enmarcan mi devenir.
He sorteado escollos
afilados dejando en ellos, atrás, trozos de piel y carne.
He disfrutado del
sol, la lluvia y las estrellas en noches claras y mágicas envueltas en el
perfume de orillas amables.
He visto sobrepasarme
a gente remando frenéticamente, hacia un destino extraño e impostergable que
ignoraban.
Hubo quién, poco a
poco, pasaba remando a ratos, pausadamente y sabiendo fluir con corrientes
favorables, y yo, alguna vez intenté unirme a ellos, a su ritmo, seguirles,
pero no fuí capaz.
Hace días que percibo
en el aire la atomización del agua batida y el bramido imponente de la gran
catarata.
La mayoría de los que
remaban con frenesí, yacen despanzurrados en el fondo del barranco.
Los que supieron
remar y fluir, han encontrado un remanso donde esperar la próxima y fatal
crecida, inexorable, disfrutando de un último y plácido fluir.
Y ahí voy yo,
perfectamente consciente de hacia donde me lleva la corriente, con los remos
inservibles por falta de uso, y por lo demás, con pocas ganas de usarlos.
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