Buscando entre la basura encontré estos
hierros enredados. Yo no soy muy listo, pero fui capaz de ver algo en ellos,
aparte de tuercas y engranajes oxidados. Sin pensar más, lo metí en la bolsa
con el resto de cosas útiles encontradas en el día. Al llegar al refugio se lo
entregué a Andrés, y me quedé mirándole, esperando su aprobación. Cuando lo
cogió entre sus manos, el entrecejo se frunció en un gesto de extrañeza, pero
un segundo después, se le iluminó el rostro con el gozo del entendimiento. Me
sonrió y dijo: Aún no lo sé, pero creo que puedo hacerlo funcionar. Me revolvió
el pelo, aún sonriendo y añadió: Creo que te voy a dar una gran sorpresa.
No me contó nada más. A partir de ese día, se
encerró en el taller y empezó a trabajar. Yo seguí haciendo mis rutas diarias
en busca de comida para nosotros, pero ahora iba más rápido y siempre volvía
antes, con el interrogante aflorando en mi cabeza ¿Habrá terminado Andrés?.
Pero cuando llegaba, él sólo levantaba la cabeza un momento, me saludaba y
seguía trabajando en el artefacto. Y yo esperaba, solo, a ver que diantres
salía de la mesa del taller.
Desde que acabó la guerra las noches son puro
silencio. Andrés y yo nunca hablamos para no romperlo, tan sólo nos sentamos
juntos en la puerta del refugio, uno junto al otro, observando las estrellas y
evitando recordar cualquier cosa de antes de nuestro encuentro. Ahora me siento
yo sólo, mientras Andrés trabaja, pero ya no tengo miedo como antes, como
cuando llegué al refugio y aún caían bombas.
De pronto, me doy cuenta de que Andrés está a
mi lado. No sé cuanto tiempo llevará ahí, pero está claramente sonriendo. Le
miro fijamente y él me entrega uan pulsera metálica. Tienes que ponértela para
que te siga en tus expediciones y guiarle. ¿guiar? ¿a quien?... Andrés sacó de
su lado un robot pequeño, con cuatro patas. No pesaría más de 1 kg 400. ¿Nunca
tuviste un gato antes? Me preguntó con sorna. Entonces lo dejó en el suelo y el
gato-robot empezó a andar hacia mí.
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