(Romanie)
La
respuesta de una niña de siete años a la pérdida de su abuelo querido me ha
revuelto el tema del dolor emocional.
Ella
no mostraba ningún dolor. Sus padres le preguntaron si no sentía pena por la pérdida
y ella contestó que prefería no acordarse,(mientras pedaleaba su bici por el
patio)si pensaba en él estaba triste, y sino, estaba bien. Decidió no pensar.
Creo
que una de las cosas más difíciles de valorar es saber tratar óptimamente con
el dolor emocional.
Quizás
no exista una fórmula "correcta" que sirva para todas las personas ni
situaciones, pero dentro de mí hay una parte (agotadora)que cree que encontraré
esta respuesta.
Sin
duda creo que es necesario expresar, compartir y reconocer el dolor propio,
pero a la vez, otra, se cuestiona hasta qué punto es eso cierto y necesario.
¿Hasta
qué punto y de qué manera es saludable estar en el estado del dolor?¿Hasta qué
punto se vuelve neurótico? ¿Hasta qué punto podemos contar con el apoyo de los
que nos rodean sin agotar su capacidad de escucha y paciencia?
En
nuestra sociedad encuentro que no hay un buen lugar para el dolor, hay que ser
resolutivos y proactivos, no hay tiempo para el duelo hasta que es demasiado
tarde y hay fallos mecánicos.
Otra
parte de mí valora la posibilidad de tratar ese dolor en privado, ¿Será
contraproducente hacer eso? Quizás si uno no lo exterioriza, en alguna de sus
formas, se pueda quedar dentro, atrapado, pudriéndose hasta crearnos un sabor
amargo en la boca que condicione todo aquello que probemos desde entonces?
Quizás
pretendo estar preparada para algo al que uno nunca se puede anticipar, viene
como viene...y en ese momento se trata con esa realidad.
Seguramente podemos identificar en el dolor emocional los
sentimientos de tristeza, miedo y rabia. Podríamos encontrar más sentimientos,
particulares de cada persona, pero posiblemente estarán incluidos en alguno de
los tres mencionados.
La tristeza es la primera en aparecer, el sentimiento de pérdida.
Ahoga y se instala de manera persistente.
El miedo aparecerá cuando pase el estado de shock, miedo a la
nueva situación y a sus consecuencias. Paraliza y nos congela en el dolor.
La rabia será más tardía y debería ser el reactivo, el que
consigue el movimiento de nuevo. La rabia quema, enciende.
Estos sentimientos tienen su proceso, que nace en el corazón y se
manifiesta en nuestras mentes. Nuestra mente intenta ayudarnos quitándole
importancia o apresurándonos para superar ese sentimiento y restaurar lo que
nosotros queremos sentir. Lo que creemos que queremos sentir. Pero el corazón
necesita su tiempo.
Parece que el dolor emocional es un proceso, natural, de asimilación
en la vida. El tiempo que necesitamos para aceptar una nueva situación que no
es de nuestro agrado. Podemos distraernos e intentar llenar nuestro tiempo con
actividades agradables, pero se le debe permitir al corazón trabajar. Ese sería
el duelo.
Si mentalmente negamos los sentimientos y queremos recuperar la
normalidad enseguida, nos perjudicamos. Esos sentimientos no procesados nos
acarrearán problemas en el futuro. Aparecerá la desconfianza o el miedo a tener
sentimientos desagradables al afrontar situaciones nuevas, lo que nos llevará a
evitarlas.
Si nos estancamos en esos sentimientos corremos el riesgo de
quedarnos perpetuamente en ellos, de no levantar cabeza.
El punto medio deberá encontrarlo cada individuo, permitirse
sentir sin dejarlo todo en ello. Compartir con gente que te quiere es un buen
ejercicio. Las personas que se preocupan por ti no se aburrirán jamás, porque
lo que quieren es apoyarte. Pensar que vas a agotar la paciencia de un amigo es
un desprecio hacia ti mismo. Si un amigo se cansa de escucharte es que no es realmente
tu amigo.
Con el tiempo ese dolor va bajando en intensidad y la frecuencia
distanciándose en el tiempo. Va llegando la calma al corazón y a la mente.
Entonces llega la primavera. Miras a tu alrededor y descubres un jardín lleno
de flores. De vez en cuando cae un chaparrón y luego sale el sol. El río vuelve
a su cauce, y la vida puede volver a ser bella.
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