La desee desde el primer momento en que la vi.
Y ella también sintió lo mismo.
Cada uno reacciona de diferente manera al
hambre del otro. Yo no dejaba de mirarla y ella, de esquivar mis ardientes
miradas. Este rechazo tímido hacía palpitar mis genitales y nublaba mi visión.
Dicen que hay dos polos eléctricos: los
opuestos se atraen y los similares se repelen. Hay un tercero. Los polos
complementarios. En esos milímetros cargados de electricidad entre nosotros las
fuerzas se compensan y pese a que nuestras manos se acercan una a la otra,
atraídas irremediablemente, son incapaces de superar una invisible barrera y
tocarse.
Y ahora estamos aquí. Tu mano se tiene que
mover al rojo y tu única opción es girarte entera y ponerte debajo de mí.
Seguimos igual, tú no me miras, y yo te atravieso con la mirada. Mi boca queda
tan cerca de tu cuello que sólo sacando mi lengua te lamería la oreja. Pensarlo
hace que empiece a sentir un calor tremendo.
Mi pierna se mueve al amarillo. Tengo varias
opciones, pero elijo la que queda entre tus piernas.
Pienso que pasaría si empezara a frotar
lentamente tu pubis. Empezarías a gemir y a suspirar y te retorcerías
intentando escapar de mi deseo. Veo tus bragas de seda transparentes húmedas,
mojándolo todo desde la base de tu pelvis... me vi incapaz de contener una
tremenda erección. Imaginé que alargabas la mano y me bajabas la cremallera. Mi
órgano salía disparado hacia fuera y tu lo besabas y chupabas, tragándote todos
mis líquidos.
Entonces alguien perdió el equilibrio y caímos
todos en masa, unos sobre otros, aplastando mis ensoñaciones.
El juego de enredos acabó, cada uno se fue a
su casa y ella nunca me dirigió ni una mirada.
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