domingo, 23 de junio de 2013

Firs Time - Pau

Corría el mes de abril del año 86 del siglo pasado, yo era un muchacho inquieto que había decidido dejar de estudiar y que tenía mi primer trabajo: vendía máquinas de coser a domicilio por los pueblos de Valencia. Ïbamos en una furgoneta cargada de máquinas de coser una brigada variopinta y rufianesca. Yo era el chaval.  El primer día, saliendo de la sucursal fui testigo atónito de los excesos verbales de mis compañeros ante la visión de casi cualquier persona de género femenino que pasara por la calle. Era como una manada de hienas encerradas contemplando gacelas.
Esa semana estábamos por la zona de Altea- Benidorm- Villajoyosa. Dormíamos en una pensión a las afueras de Altea rodeada de campos. Quiso el azar que en la habitación de al lado se alojasen dos jóvenes turistas inglesas. Como yo era el único que hablaba algo de inglés, mis compañeros me apremiaron para que yo las invitase a ir al pueblo a tomar algo. Así lo hice. Una, Casandra se llamaba, dijo que estaba cansada y que se quedaba. Pero Heidi dijo que sí.
Allá que nos fuimos todos en la furgoneta de sigma a un solitario bar de Altea. Esa noche hablé el mejor inglés que nunca he hablado; todos los profesores de inglés de mi vida habrían asentido con aprobación.
Al cabo de una hora, mis compañeros no debían estar muy interesados en mis progresos en el inglés y en Heidi y nos dejaron solos.
La playa estaba muy cerca y era el destino natural para dos jóvenes floreciendo. Hablamos mucho: la vida, el futuro, el amor... tenía 21 años y era, dijo, pintora. Era muy rubia y la recuerdo grande y hermosa. Tumbados boca arrriba, vimos estrellas, conversamos, pero mis manos pesaban mucho.
En el camino de vuelta a la pensión nos besamos por primera vez y mis manos se volvieron ligeras. Al rato de besarnos, ella dijo una frase de la que sólo entendí la primera palabra, pero que me bastó para saber: "^Where..."
Hubo un primer intento en un campo cercano a la pensión, pero un perro inquisidor nos hizo desistir. Encontramos un buen lugar cerca de allí en un campo de limoneros.
Al día siguiente, mientras comía con el equipo un menú en un restaurante de carretera, todo eran comentarios procaces y ávidas preguntas que yo me negué orgullosamente a contestar. Me recuerdo ese día gozando del don de la ingravidez. Había quedado mi virginidad, como un caparazón vacío, en medio de un campo de limoneros.

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