martes, 25 de junio de 2013

Encuentro en la plaza - Silvia


Tomaban una cerveza. El día soleado de primavera invitaba al disfrute al aire libre, rozaba la perfección. Conversaban tranquilamente.
-¡Qué día tan agradable! El sol, el canto de los pájaros… En días así me gustaría ser pájaro y salir volando. Me gustaría sentir la brisa, extender mis alas, verlo todo desde allá arriba… Y a ti, ¿qué te gustaría?
Roberto se la quedó mirando y contestó, serenamente –A mí, lo que me gustaría, sería quitarte la ropa y hacerte el amor aquí mismo, en medio de la plaza.
Carmela se quedó sin palabras, azorada. Se giró hacia la plaza. Dos mesas más allá una familia tomaba el aperitivo en la terraza del bar. Junto a la iglesia una pareja de abuelos descansaban en un banco. Un hombre entraba en el colmado.
Cuando volvió de nuevo la cabeza hacia su compañero se topó con sus labios. Sin darse apenas cuenta estaban devorándose en un beso lleno de intenciones, buscándose, apasionadamente, como dos adolescentes apresurados. Un calor repentino subió desde su entrepierna hasta sus orejas, acompañado de un potente cosquilleo. El mundo había desaparecido y sus manos tomaron vida propia. Necesitaban tocar. Enseguida se deslizaron por debajo de la camiseta, buscando piel. Tocó, sintió, piel suave, caliente. Sus manos se desplazaban recorriendo cada rincón a su alcance, sedientas de piel. Las manos de él también iniciaron su exploración a ras de piel. Le tocaban, frescas,  provocando escalofríos. Ella sentía cómo se desplegaba, inflamada, voluptuosa.
Las manos ya no bastaban. Quería más, necesitaba tocar, sentir, con el cuerpo entero. Cerca, más cerca. Sin saber cómo se había sentado encima de él, sintiéndole donde a ella más le excitaba. El torrente se había desbordado y ella se deshacía, se fundía en la corriente. Se separó de sus labios y exploró centímetro a centímetro el cuello de Roberto con besos suaves y aliento ávido. Arqueó su espalda y miró, sin verlo, el intenso azul de la primavera. Era todo lo que necesitaba. Se acercó de nuevo a él y le susurró, mientras le mordisqueaba ligeramente el lóbulo de la oreja –Quítame la ropa y hazme el amor aquí mismo, en medio de la plaza.

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