Tomaban una cerveza. El día soleado de
primavera invitaba al disfrute al aire libre, rozaba la perfección. Conversaban
tranquilamente.
-¡Qué día tan agradable! El sol, el canto de
los pájaros… En días así me gustaría ser pájaro y salir volando. Me gustaría
sentir la brisa, extender mis alas, verlo todo desde allá arriba… Y a ti, ¿qué
te gustaría?
Roberto se la quedó mirando y contestó,
serenamente –A mí, lo que me gustaría, sería quitarte la ropa y hacerte el amor
aquí mismo, en medio de la plaza.
Carmela se quedó sin palabras, azorada. Se
giró hacia la plaza. Dos mesas más allá una familia tomaba el aperitivo en la
terraza del bar. Junto a la iglesia una pareja de abuelos descansaban en un
banco. Un hombre entraba en el colmado.
Cuando volvió de nuevo la cabeza hacia su
compañero se topó con sus labios. Sin darse apenas cuenta estaban devorándose
en un beso lleno de intenciones, buscándose, apasionadamente, como dos
adolescentes apresurados. Un calor repentino subió desde su entrepierna hasta
sus orejas, acompañado de un potente cosquilleo. El mundo había desaparecido y
sus manos tomaron vida propia. Necesitaban tocar. Enseguida se deslizaron por
debajo de la camiseta, buscando piel. Tocó, sintió, piel suave, caliente. Sus
manos se desplazaban recorriendo cada rincón a su alcance, sedientas de piel.
Las manos de él también iniciaron su exploración a ras de piel. Le tocaban,
frescas, provocando escalofríos. Ella
sentía cómo se desplegaba, inflamada, voluptuosa.
Las manos ya no bastaban. Quería más, necesitaba
tocar, sentir, con el cuerpo entero. Cerca, más cerca. Sin saber cómo se había
sentado encima de él, sintiéndole donde a ella más le excitaba. El torrente se
había desbordado y ella se deshacía, se fundía en la corriente. Se separó de
sus labios y exploró centímetro a centímetro el cuello de Roberto con besos
suaves y aliento ávido. Arqueó su espalda y miró, sin verlo, el intenso azul de
la primavera. Era todo lo que necesitaba. Se acercó de nuevo a él y le susurró,
mientras le mordisqueaba ligeramente el lóbulo de la oreja –Quítame la ropa y
hazme el amor aquí mismo, en medio de la plaza.
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