miércoles, 5 de junio de 2013

King Kong - Pau

Desde que salí del huevo, hace ya casi tre lunas llenas, habito en mi tela en una esquina de una habitación extremadamente fría y humeda. Mi casa está justo encima del bote de espuma de afeitar. Es un sitio seguro, nunca en mi vida lo he visto moverse.
Vivo en los dominios de un monstruo, le llamo King-Kong. Entra a verme unas diez veces al día; a veces me mira, pero otras muchas no me hace caso. La comida es buena, abundan las polillas y los mosquitos, pero la vida aquí es muy dura.
Ayer llegó un refugiado de la cocina. King-Kong demolió su vivienda y la de otros muchos congéneres. Anoche, en la paz nocturna, contó historias de la cocina. Había televisión, radio, internet, temperatura agradable en invierno y verano, y asistías cada día al espectáculo de la vida de King-Kong: verle cocinar, comer, cantar, leer, amar, llorar, reir...Pero es un sitio `peligroso, siempre se vive con el pánico de los sábados por la mañana. Cuando no suena el despertador a las 6, se mueven todos los hilos de alarme  en las telas. Los relatos de quienes han  sobrevivido a la furia del gigante son estremecedores: familias enteras engullidas por el dragón que todo lo aspira, de ruido infernal. Los mayores cifran la edad media de las colonias de la cocina en dos lunas.
Nosotros, aquí, en esta caverna húmeda, vivimos más tranquilos. Los días se van alargando, la temperatura se suaviza, hay más comida que nunca y estoy a punto de celebrar mi tercera luna. Ha entrado King-Kong y se ha mirado la barba en el espejo, como midiéndosela. La luna llena asoma por la ventana de mi pequeño país. El ogro ha puesto música, se ha desnudado y ha abierto el grifo del agua caliente.

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