domingo, 23 de junio de 2013

Estoy nerviosa - Antonio

Le he dejado hace un rato entre el resto de gente. Me ha dicho que venía en diez minutos, que le esperase en la planta de arriba, en la habitación del fondo, que estuviese tranquila, que él se encargaba. No sé si debo de hacerlo. Pero me apetece tanto. ¿Desaparecerán alguna vez las dudas? ¿Seré capaz de sentir la seguridad que tuve al decirle que sí, que de acuerdo, que adelante, que no me daba miedo, más de un minuto? Un minuto, el tiempo que pasó entre decirle que sí y comenzar a sentir un terrible temblor en la rodillas que me va a tumbar. Ando camino de la habitación del fondo como una borracha que vive en dos universos paralelos, el universo del deseo y el del miedo. Pero, qué importa, me siento tan viva, entre la duda y la travesura. Algún día tenía que ser, algún día iba a ser mi día, y parece que será éste, ahora, bueno en un rato, lo que tarde en llegar él. Nadie ha visto cómo me iba yo, pero no sé si él ha sido igual de discreto, no sé si él ha tenido en cuenta que los demás nos miran y sospechan desde hace tiempo. Mis amigas sabían que esto pasaría, ya me lo advirtieron, pero yo siempre negué, siempre resistí, siempre jugué a ser la dura, la inflexible, la segura. Como una adolescente, siempre con la negación como una resistencia a la realidad, a lo inevitable, al destino fatal de las cosas que están destinadas a ser. ¡Ay¡ Qué tonterías pienso, son los nervios, esa sensación de acantilado en la boca del estómago. Céntrate, céntrate. Sólo tengo que ir a la habitación y esperar. No me he de adelantar a nada, él llegará y seguro que sabrá lo que ha de hacer. Él siempre sabe lo que es adecuado, nunca me hace sentir incómoda. Me pongo nerviosa sólo de pensar en sus manos gruesas y fuertes agarrándome, tocando partes de mí nuevas, inconfesables. Lo conocí en la clase de gimnasia, hace ya seis meses, acababa de llegar al centro. Destacaba por ser alto, fuerte, con una estructura corporal propia de alguien que asociamos con el campo, pero unos ojos verdes claros profundos y una mirada burlona. Era el único hombre, y todas se fijaron en él. La novedad, supongo. Yo no. Bueno, yo sí, pero no como para tener una relación con él. Fíjate, quién lo iba a decir, que sería así, de esta manera y con él . Espero que no tarde, tengo muchas ganas de tenerlo, pero tengo el mismo miedo de que no venga o que alguien se entere. Abajo escucho aún la música y gente charlando. Ya es tarde, pronto tendrán que cortar todo y volver a las habitaciones. No quiero tener prisa. He esperado mucho, tanto que incluso no creía que fuese a llegar nunca más. Entregarme a un hombre, dejarle penetrar en mí, sentir el calor de un cuerpo. Qué regalo. Ya llega, le escucho caminar por el pasillo, sus pisadas firmes, arrastrando levemente la pierna derecha son inconfundibles. Hola, sonreímos como dos tímidos que saben que hacen una pequeña maldad. ¿Lo tienes todo? Sí, lo tengo. Tranquila, no te preocupes, me tomé la pastilla hace media hora, y ya empieza a funcionar. ¿Y lo mío, lo has conseguido? Uf, sí, lo tengo, pero me ha costado mucho, no había en ningún sitio, al final se lo he robado a la directora del bolso. ¿La directora? Pero si sólo tiene cincuenta años. Pues ya ves, se conoce que no puede bien, y mira, nos ha venido de perlas. Dámelo. No, yo lo hago. Me dice estas palabras y me dejo caer suave en la cama, él se quita la camisa y me muestra su pecho con una espesa mata de pelo blanco. Se tumba sobre mí, me besa, abre el lubricante íntimo y busca entre mis piernas dónde aplicarlo suavemente. Yo suelto un suspiro y me siento, extrañamente cómo si fuese de nuevo la niña de quince años que perdió la virginidad una vez, hace ya sesenta años. Aquello fue la primera vez, quién sabe si ésta sea la última.

No hay comentarios:

Publicar un comentario